Netflix como síntoma: la fatiga de la suscripción sube de nivel

Netflix como síntoma: la fatiga de la suscripción sube de nivel

En la noche del martes se congeló el infierno: por primera vez desde 2011, Netflix anunció una caída en su número de suscriptores. 200.000 menos que en el trimestre anterior, una cifra que podría no ser negativa (veníamos de crecimientos desbocados fruto de los confinamientos, y la suspensión de la actividad en Rusia ya fueron 700.000 cuentas menos de un plumazo), si no fuera porque la proyección para el siguiente trimestre es de otros dos millones de suscriptores perdidos.

Netflix ha caído un 40% en bolsa desde las horas previas al anuncio, quizás un castigo demasiado severo teniendo en cuenta que su base de suscriptores supera los 220 millones, pero tal vez también sea un síntoma de una bajada en la confianza de los inversores en un modelo basado en las suscripciones.

Netflix ha sido el caso más paradigmático, pero no el único. Otras empresas como Spotify o Roku, ambas con un modelo de negocio basado exclusivamente en el streaming de contenidos a cambio de una suscripción mensual, también se han dejado entre un 50% y un 70% de su valor en bolsa de un año para otro, como apuntó el analista Neil Cybart.

Netflix Cia 001

Capitalización bursátil de cada una de estas empresas con un año de diferencia. Datos: Yahoo! Finance.

Hay más noticias desalentadoras. CNN+, el flamante servicio de suscripción recién lanzado por Warner Bros. Discovery, está cerrando sus puertas pese a los más de 300 millones de dólares invertidos en su lanzamiento y los 150.000 suscriptores logrados en sus pocas semanas de vida. La proyección previa estimaba dos millones para el final del primer año. No ha durado ni un mes. Y pensábamos que Quibi fue breve.

En el caso de Netflix, hizo hincapie en lo que penaliza a sus cuentas lo habitual que resulta para sus clientes compartir su cuenta con familiares y amigos, un grifo que ya planea ir cerrando y que habrá que ver si ayuda a que  quienes no tienen una cuenta propia empiecen a pasar por caja... o si solo logra que los suscriptores empiecen a mirar con mejores ojos los cada vez más alternativas que ha ido ofreciendo el mercado.

La posición resultante para Netflix, que al contrario que HBO, Amazon, Apple o Disney, tiene un servicio de streaming que cabalga en solitario sin otras actividades que sirvan de colchón; es débil. Con unos precios superiores a los de los demás, cada vez se complica más aumentar sus tarifas sin cercenar su base de usuarios. Incluso en un escenario de varios años sin subidas —algo que no ha ocurrido hasta ahora— parece complicado que esos usuarios no sucumban antes o después a uno de los grandes atractivos de las OTT: cancelar en unos segundos y probar alternativas. Una coyuntura que hasta ha derivado en una ruptura de lo que era una máxima hasta ayer: ofrecer un servicio más barato con publicidad integrada.

Los años diez nos trajeron una carrera cuesta abajo y sin frenos hacia la era de las suscripciones. A medida en que nos fuimos acercando a los años veinte empezó a palparse en el aire una cierta fatiga de la suscripción: cuando se van acumulando servicios que solo contemplan este modelo y decidimos sumar costes, el chiringuito se nos viene abajo.

Si Netflix, la reina de este modelo durante muchas lunas, empieza a mostrar síntomas de agotamiento y de cambio de tercio, quizás lo que espere pasado mañana a las demás (sean de vídeo o de cualquier otro tipo de contenido o servicio a cambio de una cuota mensual) sea algo similar: un rechazo y una vuelta a la demanda de contenido de pago único. La fatiga de la suscripción subiendo de nivel.

El caso de las series es paradigmático. Hay muchas, algunas auténticas joyas o de culto, que no están disponibles para ser compradas de ninguna forma, ni física ni digital, y por tanto, poder ser almacenadas con nosotros para siempre, sin importar que un servicio cierre sus puertas o que algún mes queramos dejar de pagarle una cuota.

Solo faltaba añadir la inflación a la ecuación. En estos primeros meses con ella desbocada para lo que veníamos viendo como habitual, un 35% de los hogares estadounidenses han cancelado alguna de sus suscripciones para hacer frente al aumento del coste de la vida. Lo que fácil viene, fácil se va.

De fondo, compitiendo por nuestra atención, servicios gratuitos llenos de publicidad en los que son los usuarios quienes aportan contenido gratuitamente. YouTube, TikTok, Instagram, Twitch. No rellenarán por completo la necesidad de ver ficción o documentales de cierta calidad, pero sí esquilman un tiempo que bien podríamos estar llenando con esas producciones.

Quizás tampoco haya que usar ningún tono apocalíptico para un modelo que nos ha traído flexibilidad y ventajas, empezando por una barrera de acceso ridículamente baja. Más bien puede ser el momento de una simple corrección, algo que tienda a la consolidación del mercado, como ha ocurrido con el de las telecos españolas; o que rescate de la basura modelos de negocio que ya no parecían válidos. Yo solo quería comprar la versión 4:3 de Seinfeld.

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La noticia Netflix como síntoma: la fatiga de la suscripción sube de nivel fue publicada originalmente en Xataka por Javier Lacort .

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Netflix está empezando a cobrar por compartir cuentas. Tiene sentido pensar que solo es el principio de algo más.

Netflix está empezando a cobrar por compartir cuentas. Tiene sentido pensar que solo es el principio de algo más.

El anuncio de Netflix de que empezará a cobrar por compartir cuentas, aunque sea a modo de prueba y solo en algunos países, es un trueno que congela la sangre para todo aquel que se ha habituado a reducir la factura de sus suscripciones gracias a compartir clave con el amigo, el vecino, la cuñada y los del pádel. Algo que puede tener los días contados si Netflix decide pulsar el botón rojo y hacer del test algo definitivo.

La empresa, eso sí, fue cristalina en su comunicación y no se escudó en hechizos ni excusas para justificar la subida: directamente dijo que este movimiento "le permitirá mejorar su capacidad de invertir en nuevas series y películas". La clave es que compartir cuentas entre familias les parece razonable, pero quieren acotar a ese ámbito aquel hábito: que cada hogar pague por su propia contraseña. Es algo que viene desde hace años en las condiciones del servicio (punto 4.2) pero que nunca ha sido perseguido en la práctica. De momento está siendo probado en tres países. Mañana, veremos si no pasa de ahí o solo era el preludio de algo global.

La triple amenaza

Esta no es una noticia aislada que haga pensar que Netflix quiere aumentar el precio promedio que le paga cada usuario. En los últimos años hemos visto múltiples subidas de sus planes de precios intermedio y alto, siendo un plan básico al que cada vez se le ven más las costuras (calidad SD en 2022) el único que ha permanecido inalterado en casi siete años. Ocho euros.

Tres son las claves que han conducido a Netflix a tomar medidas con las que lograr más dinero de sus suscriptores, torpedear sutilmente las cuentas-demasiado-compartidas y abrirse a opciones antes inéditas, como un plan más barato específico para usar en móviles y solo en ciertos países o dejar la puerta abierta a la publicidad en tarifas más económicas. A saber:

  1. Costes de producción al alza. En 2014 Netflix invertía 3.000 millones de dólares anuales en su contenido. En 2021 esa cifra subió hasta casi 15.000 millones de dólares. Un aumento porcentual por encima del de su facturación. Crear contenidos se ha vuelto cada vez más caro para las productoras, que compiten ferozmente entre ellas por captar talento para interpretación, guión, etc. Y esa inflación siempre se acaba pagando.
  2. Un crecimiento que desacelera. En sus primeros años dedicándose al streaming, Netflix elevaba su cifra de suscriptores entre un 30% y un 60% cada año. La expansión mundial fue reduciendo ese índice —cosa lógica en cualquier industria— y ahora a duras penas logra el doble dígito. Sin tantas perspectivas de crecimiento, el endeudamiento al que se ha expuesto Netflix para mantener el crecimiento empieza a tener que recortarse e imaginar un escenario donde se esté empezando a tocar techo.
  3. La ausencia de un colchón y de otras ventanas de distribución. Es algo que tienen HBO, que lleva cincuenta años en la industria y no solo en el mundo online; o Disney, que posee franquicias centenarias además de la propiedad de Marvel, Pixar y compañía; así como estrenos directos en cine que envían directa y exclusivamente a sus plataformas. Luego están competidores que no enfocan su servicio de vídeo bajo demanda como un producto único, sino como parte de un ecosistema mayor, caso de Amazon y Apple, ambos con respaldos financieros incomparables. Netflix carece de estas armas.

Una tormenta perfecta que deja a Netflix algo más expuesta a las turbulencias, y por tanto imperativamente más ágil a la hora de reaccionar con fórmulas variopintas para apuntalar sus ingresos. Desde las antes mencionadas (planes alternativos, apertura a la publicidad, subidas de tarifas bienales, controles a las cuentas compartidas...) hasta otras más exóticas como pivotar para pasar de ser una empresa de vídeo bajo demanda a una empresa de entretenimiento. Y ahí entran más cosas. Como videojuegos.

Quizás sea esa también una forma de luchar contra algo que irremediablemente va llegando a medida en que han ido subiendo los precios. El que quería aprovechar su televisor 4K con Netflix pagaba 12 euros al mes hace cinco años. Hoy ya son 18. Esa subida dispara las posibilidades de la cancelación visceral, instintiva, sin demasiada reflexión.

Netflix

Con más contenido al que engancharnos (¡como los juegos!), se complica pulsar el botón rojo. Otra forma estupenda de mantenernos cautivos, por cierto, son las cuentas compartidas. Pagar 18 euros al mes suena a gasto que podemos cancelar rápidamente si sentimos que no le vamos a dar uso. Avisar a otros tres amigos para que estén al tanto y no nos manden el bizum de abril ni nos incordien con preguntas el día 1, es otra historia. La maniobra se complica.

La medida de restringir las cuentas compartidas fuera de nuestras familias (algo que ya planteó Spotify hace mucho) está siendo probada por Netflix en tres países, pero podríamos verla como algo global más pronto que tarde. También está la opción de desecharla en favor de otro tipo de medidas similares, como limitar el número de dispositivos registrados, algo que la industria suele fijar en cinco, para engorro del administrador principal de la cuenta. O reducir el número de perfiles por cuenta, algo que puede incomodar a quienes comparten más de lo permitido, ya sea por no aclararse con el episodio por el que van cuando varios están viendo la misma serie, o por pudor a mostrar nuestro placer culpable de las madrugadas. Cada uno se duerme como quiere y hacerlo viendo Aquí no hay quien vivaes una forma tan válida como cualquier otra.

Netflix llegó a nuestras vidas como un servicio que nos ofrecía películas y series a la carta por un precio muy económico, pero en menos de diez años ha pasado a ser un actor más de entre los muchos que ofrecen algo similar, a un precio bastante superior al del resto, y con cada vez más hostilidades para compartir cuentas. Lo normal cuando llegan al ring gigantes como Amazon, Disney, Amazon o HBO.

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La noticia Netflix está empezando a cobrar por compartir cuentas. Tiene sentido pensar que solo es el principio de algo más. fue publicada originalmente en Xataka por Javier Lacort .

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Netflix está empezando a cobrar por compartir cuentas. Tiene sentido pensar que solo es el principio de algo más.

Netflix está empezando a cobrar por compartir cuentas. Tiene sentido pensar que solo es el principio de algo más.

El anuncio de Netflix de que empezará a cobrar por compartir cuentas, aunque sea a modo de prueba y solo en algunos países, es un trueno que congela la sangre para todo aquel que se ha habituado a reducir la factura de sus suscripciones gracias a compartir clave con el amigo, el vecino, la cuñada y los del pádel. Algo que puede tener los días contados si Netflix decide pulsar el botón rojo y hacer del test algo definitivo.

La empresa, eso sí, fue cristalina en su comunicación y no se escudó en hechizos ni excusas para justificar la subida: directamente dijo que este movimiento "le permitirá mejorar su capacidad de invertir en nuevas series y películas". La clave es que compartir cuentas entre familias les parece razonable, pero quieren acotar a ese ámbito aquel hábito: que cada hogar pague por su propia contraseña. Es algo que viene desde hace años en las condiciones del servicio (punto 4.2) pero que nunca ha sido perseguido en la práctica. De momento está siendo probado en tres países. Mañana, veremos si no pasa de ahí o solo era el preludio de algo global.

La triple amenaza

Esta no es una noticia aislada que haga pensar que Netflix quiere aumentar el precio promedio que le paga cada usuario. En los últimos años hemos visto múltiples subidas de sus planes de precios intermedio y alto, siendo un plan básico al que cada vez se le ven más las costuras (calidad SD en 2022) el único que ha permanecido inalterado en casi siete años. Ocho euros.

Tres son las claves que han conducido a Netflix a tomar medidas con las que lograr más dinero de sus suscriptores, torpedear sutilmente las cuentas-demasiado-compartidas y abrirse a opciones antes inéditas, como un plan más barato específico para usar en móviles y solo en ciertos países o dejar la puerta abierta a la publicidad en tarifas más económicas. A saber:

  1. Costes de producción al alza. En 2014 Netflix invertía 3.000 millones de dólares anuales en su contenido. En 2021 esa cifra subió hasta casi 15.000 millones de dólares. Un aumento porcentual por encima del de su facturación. Crear contenidos se ha vuelto cada vez más caro para las productoras, que compiten ferozmente entre ellas por captar talento para interpretación, guión, etc. Y esa inflación siempre se acaba pagando.
  2. Un crecimiento que desacelera. En sus primeros años dedicándose al streaming, Netflix elevaba su cifra de suscriptores entre un 30% y un 60% cada año. La expansión mundial fue reduciendo ese índice —cosa lógica en cualquier industria— y ahora a duras penas logra el doble dígito. Sin tantas perspectivas de crecimiento, el endeudamiento al que se ha expuesto Netflix para mantener el crecimiento empieza a tener que recortarse e imaginar un escenario donde se esté empezando a tocar techo.
  3. La ausencia de un colchón y de otras ventanas de distribución. Es algo que tienen HBO, que lleva cincuenta años en la industria y no solo en el mundo online; o Disney, que posee franquicias centenarias además de la propiedad de Marvel, Pixar y compañía; así como estrenos directos en cine que envían directa y exclusivamente a sus plataformas. Luego están competidores que no enfocan su servicio de vídeo bajo demanda como un producto único, sino como parte de un ecosistema mayor, caso de Amazon y Apple, ambos con respaldos financieros incomparables. Netflix carece de estas armas.

Una tormenta perfecta que deja a Netflix algo más expuesta a las turbulencias, y por tanto imperativamente más ágil a la hora de reaccionar con fórmulas variopintas para apuntalar sus ingresos. Desde las antes mencionadas (planes alternativos, apertura a la publicidad, subidas de tarifas bienales, controles a las cuentas compartidas...) hasta otras más exóticas como pivotar para pasar de ser una empresa de vídeo bajo demanda a una empresa de entretenimiento. Y ahí entran más cosas. Como videojuegos.

Quizás sea esa también una forma de luchar contra algo que irremediablemente va llegando a medida en que han ido subiendo los precios. El que quería aprovechar su televisor 4K con Netflix pagaba 12 euros al mes hace cinco años. Hoy ya son 18. Esa subida dispara las posibilidades de la cancelación visceral, instintiva, sin demasiada reflexión.

Netflix

Con más contenido al que engancharnos (¡como los juegos!), se complica pulsar el botón rojo. Otra forma estupenda de mantenernos cautivos, por cierto, son las cuentas compartidas. Pagar 18 euros al mes suena a gasto que podemos cancelar rápidamente si sentimos que no le vamos a dar uso. Avisar a otros tres amigos para que estén al tanto y no nos manden el bizum de abril ni nos incordien con preguntas el día 1, es otra historia. La maniobra se complica.

La medida de restringir las cuentas compartidas fuera de nuestras familias (algo que ya planteó Spotify hace mucho) está siendo probada por Netflix en tres países, pero podríamos verla como algo global más pronto que tarde. También está la opción de desecharla en favor de otro tipo de medidas similares, como limitar el número de dispositivos registrados, algo que la industria suele fijar en cinco, para engorro del administrador principal de la cuenta. O reducir el número de perfiles por cuenta, algo que puede incomodar a quienes comparten más de lo permitido, ya sea por no aclararse con el episodio por el que van cuando varios están viendo la misma serie, o por pudor a mostrar nuestro placer culpable de las madrugadas. Cada uno se duerme como quiere y hacerlo viendo Aquí no hay quien vivaes una forma tan válida como cualquier otra.

Netflix llegó a nuestras vidas como un servicio que nos ofrecía películas y series a la carta por un precio muy económico, pero en menos de diez años ha pasado a ser un actor más de entre los muchos que ofrecen algo similar, a un precio bastante superior al del resto, y con cada vez más hostilidades para compartir cuentas. Lo normal cuando llegan al ring gigantes como Amazon, Disney, Amazon o HBO.

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Exposición global, reputación y un 30% de facturación en anuncios: qué sentido tiene que Spotify patrocine al Barça

Exposición global, reputación y un 30% de facturación en anuncios: qué sentido tiene que Spotify patrocine al Barça

El Barça terminará a final de temporada su acuerdo de patrocinio con Rakuten, una relación que comenzó en 2017 y que toca a su fin. A partir de la próxima temporada será Spotify quien coja su testigo, tras semanas de rumores que culminaron con una visita de su cúpula directiva al Camp Nou en día de partido justo antes del anuncio oficial y el anuncio oficial hace unas horas.

Un anuncio que puede sorprender, sobre todo atendiendo a las cifras de la operación. Spotify pagará, según algunas filtraciones (los detalles se harán públicos el 3 de abril) 280 millones en cuatro años a cambio de patrocinar la camiseta de los equipos masculino y femenino, su ropa de entrenamiento (solo durante tres años) y el nombre del estadio, este último, decisión inédita en el Barça, en una relación "estratégica" y "a largo plazo" según el club. Es decir, que puede ir más allá del plazo de tres años. Pero hay muchas formas de verlo.

La estrategia de Spotify para esta década

Algunas finanzas rápidas. Spotify facturó casi 2.700 millones de euros durante el último trimestre de 2021. Con menos del 10,5% de lo que facturaron en ese trimestre tiene suficiente como para pagar los tres años de patrocinio. Las finanzas siempre son más complicadas, la empresa gasta casi todo su dinero en pagar royalties y ni siquiera todos los trimestres acaban en números negros, pero sí tienen unos ingresos recurrentes y un flujo de caja para poner en perspectiva la que será su mayor campaña de marketing repartida en tres años.

Un servicio global en la camiseta de un club global

Hay varios motivos por los que la operación de Spotify tiene sentido. Por un lado, el Barça, como el Real Madrid, el Manchester United u otros, es un club global, con seguidores en todos los rincones del mundo. Eso incluye mercados donde Spotify no tiene tanta presencia pero sí margen para lograrla en los próximos años.

El hecho de escoger uno de esos clubes de alcance global hace que tenga sentido pensar en clave global, no local. Un ejemplo perfecto es el del propio Manchester United, que fue escogido por Chevrolet para estampar su publicidad en su camiseta en 2014. Un año después, Chevrolet finalizó su presencia en Europa, incluyendo el Reino Unido. Sin embargo, el patrocinio del United se alargó hasta 2021. Y eso que el United, como el Barça, no está en su mejor momento. No gana la Premier League desde 2013 ni la Champions desde 2008. En los últimos años también ha frecuentado más la Europa League que la Champions League. Sin embargo, el peso de su marca a nivel mundial compensa.

Algo así ocurre con el patrocinio de Spotify en el Barça: no se limita a su impacto en España, y a menor escala, en la Unión Europea. El impacto es global y también entra una apuesta a futuro (el Barça se ha plagado de jóvenes talentos en los últimos años al mismo tiempo que ha dejado salir, por un motivo u otro, a estrellas que superan la treintena, como Messi, Suárez o Iniesta) aunque el momento actual no sea óptimo.

Hay más: Spotify cerró 2021 con 406 millones de usuarios en todo el mundo. 180 de pago, 226 del plan gratuito sostenido con anuncios. Además de que esos 406 millones todavía tienen margen de crecimiento. Otros productos gratuitos basados en publicidad tienen muchos más usuarios, como Facebook, que roza los 3.000 millones, o Instagram, que acaba de superar los 2.000 millones. Un patrocinio de impacto global es un apalancamiento más para impulsarse hacia cifras muy superiores.

Incluso si solo consigue un gran impulso en mercados donde imperan los usuarios del plan gratuito estaría logrando un negocio interesante a largo plazo. Los usuarios gratuitos de Spotify son el 55% del total, pero no logran ni el 15% de los ingresos. Spotify quiere cambiar esa tendencia y disparar el peso de los usuarios gratuitos hasta el 30% o el 40% para finales de década. Su apuesta por el podcasting, que permite inferir mucho mejor los gustos de cada usuario, tiene mucho que ver con esa estrategia.

De fondo, un panorama competitivo hostil:


Ahí entra también un término habitual en marketing, awareness, que hace referencia a la capacidad de ser reconocido por el consumidor. Normalmente es importante en fases iniciales de un producto, cuando su marca todavía no es popular, como fue el caso de Finetwork patrocinando a las selecciones de España de fútbol, masculina y femenina, así como a otros clubes como Betis y Real Sociedad. O Digi, otra teleco con su logo en las zamarras de Rayo Vallecano y Espanyol. Las camisetas de clubes como Barça o Real Madrid tienen este mismo propósito, pero a nivel global.

Esa mezcla de aumento de la reputación por el hecho de vincularse con uno de los grandes del fútbol mundial junto al margen de crecimiento en un mercado global hacen que esta operación, por grandilocuente que suene, tome cierta lógica. Solo el tiempo dirá si compensa o no.

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Exposición global, reputación y un 30% de facturación en anuncios: qué sentido tiene que Spotify patrocine al Barça

Exposición global, reputación y un 30% de facturación en anuncios: qué sentido tiene que Spotify patrocine al Barça

El Barça terminará a final de temporada su acuerdo de patrocinio con Rakuten, una relación que comenzó en 2017 y que toca a su fin. A partir de la próxima temporada será Spotify quien coja su testigo, tras semanas de rumores que culminaron con una visita de su cúpula directiva al Camp Nou en día de partido justo antes del anuncio oficial y el anuncio oficial hace unas horas.

Un anuncio que puede sorprender, sobre todo atendiendo a las cifras de la operación. Spotify pagará, según algunas filtraciones (los detalles se harán públicos el 3 de abril) 280 millones en cuatro años a cambio de patrocinar la camiseta de los equipos masculino y femenino, su ropa de entrenamiento (solo durante tres años) y el nombre del estadio, este último, decisión inédita en el Barça, en una relación "estratégica" y "a largo plazo" según el club. Es decir, que puede ir más allá del plazo de tres años. Pero hay muchas formas de verlo.

La estrategia de Spotify para esta década

Algunas finanzas rápidas. Spotify facturó casi 2.700 millones de euros durante el último trimestre de 2021. Con menos del 10,5% de lo que facturaron en ese trimestre tiene suficiente como para pagar los tres años de patrocinio. Las finanzas siempre son más complicadas, la empresa gasta casi todo su dinero en pagar royalties y ni siquiera todos los trimestres acaban en números negros, pero sí tienen unos ingresos recurrentes y un flujo de caja para poner en perspectiva la que será su mayor campaña de marketing repartida en tres años.

Un servicio global en la camiseta de un club global

Hay varios motivos por los que la operación de Spotify tiene sentido. Por un lado, el Barça, como el Real Madrid, el Manchester United u otros, es un club global, con seguidores en todos los rincones del mundo. Eso incluye mercados donde Spotify no tiene tanta presencia pero sí margen para lograrla en los próximos años.

El hecho de escoger uno de esos clubes de alcance global hace que tenga sentido pensar en clave global, no local. Un ejemplo perfecto es el del propio Manchester United, que fue escogido por Chevrolet para estampar su publicidad en su camiseta en 2014. Un año después, Chevrolet finalizó su presencia en Europa, incluyendo el Reino Unido. Sin embargo, el patrocinio del United se alargó hasta 2021. Y eso que el United, como el Barça, no está en su mejor momento. No gana la Premier League desde 2013 ni la Champions desde 2008. En los últimos años también ha frecuentado más la Europa League que la Champions League. Sin embargo, el peso de su marca a nivel mundial compensa.

Algo así ocurre con el patrocinio de Spotify en el Barça: no se limita a su impacto en España, y a menor escala, en la Unión Europea. El impacto es global y también entra una apuesta a futuro (el Barça se ha plagado de jóvenes talentos en los últimos años al mismo tiempo que ha dejado salir, por un motivo u otro, a estrellas que superan la treintena, como Messi, Suárez o Iniesta) aunque el momento actual no sea óptimo.

Hay más: Spotify cerró 2021 con 406 millones de usuarios en todo el mundo. 180 de pago, 226 del plan gratuito sostenido con anuncios. Además de que esos 406 millones todavía tienen margen de crecimiento. Otros productos gratuitos basados en publicidad tienen muchos más usuarios, como Facebook, que roza los 3.000 millones, o Instagram, que acaba de superar los 2.000 millones. Un patrocinio de impacto global es un apalancamiento más para impulsarse hacia cifras muy superiores.

Incluso si solo consigue un gran impulso en mercados donde imperan los usuarios del plan gratuito estaría logrando un negocio interesante a largo plazo. Los usuarios gratuitos de Spotify son el 55% del total, pero no logran ni el 15% de los ingresos. Spotify quiere cambiar esa tendencia y disparar el peso de los usuarios gratuitos hasta el 30% o el 40% para finales de década. Su apuesta por el podcasting, que permite inferir mucho mejor los gustos de cada usuario, tiene mucho que ver con esa estrategia.

De fondo, un panorama competitivo hostil:


Ahí entra también un término habitual en marketing, awareness, que hace referencia a la capacidad de ser reconocido por el consumidor. Normalmente es importante en fases iniciales de un producto, cuando su marca todavía no es popular, como fue el caso de Finetwork patrocinando a las selecciones de España de fútbol, masculina y femenina, así como a otros clubes como Betis y Real Sociedad. O Digi, otra teleco con su logo en las zamarras de Rayo Vallecano y Espanyol. Las camisetas de clubes como Barça o Real Madrid tienen este mismo propósito, pero a nivel global.

Esa mezcla de aumento de la reputación por el hecho de vincularse con uno de los grandes del fútbol mundial junto al margen de crecimiento en un mercado global hacen que esta operación, por grandilocuente que suene, tome cierta lógica. Solo el tiempo dirá si compensa o no.

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Estamos en 2022 y las gafas de realidad aumentada siguen dando miedo

Estamos en 2022 y las gafas de realidad aumentada siguen dando miedo

En poco tiempo se van a cumplir diez años desde que Google anunció oficialmente sus Glass. Muchos pensamos que serían un punto de inflexión en nuestras vidas, sobre todo cuando para 2015 a más tardar lograsen mejorar su aspecto para hacerlas menos intimidantes. Para 2020 seguramente asumíamos que tendríamos ligerísimas y versátiles gafas acompañándonos en nuestro día a día.

Qué ingenuos éramos.

Diez años después de aquel sueño de Google que tornó en pesadilla que nunca termina —nunca lograron un lanzamiento comercial ni una mejora real en su aspecto, pero hace tres meses seguían empeñados en lograrlo—, el MWC 2022 ha vuelto a poblarse, como hace unos años, de propuestas de varios fabricantes en torno a unas gafas de realidad aumentada.

Grosor e intimidación

Oppo presentó sus Air Glass: unas gafas perfectamente normales y discretas sobre las que se superpone un enorme monóculo con gigante patilla incorporada. Un conjunto que podríamos resumir como extremadamente llamativo y notable.

La tecnología y su miniaturización no están listas para el paso clave para la realidad aumentada: crear productos que no resulten intimidatorios a quien se nos cruza por delante

Otro fabricante vecino cantonés de Oppo, TCL, lanzó también su propuesta, las NXTWear Air, meritorias con el uso de microOLED, pero con las patillas muy gruesas y un sistema de espejos que ensancha la montura en todas sus partes posibles. El resultado es el de unas gafas que, como las de Oppo, lucen más como un prototipo que como un producto final.

Ni TCL ni Oppo han hecho un mal producto como tal, sino que seguramente han hecho lo que han podido con la tecnología que tienen disponible en el momento en que la han lanzado. No siempre es negativo pecar de impaciente, sobre todo si se tiene colchón financiero para sostenerlo. Durante años, Samsung ha llegado demasiado pronto a ciertas categorías de producto —relojes inteligentes, televisores curvos, móviles plegables— y eso le ha llevado a otros escenarios más adelante —relojes mucho mejor acabados con buenas cifras de ventas, dos generaciones de móviles con los bordes curvos, teléfonos plegables cada vez mejor rematados—.

Estamos en 2022 y las propuestas en torno a gafas de realidad aumentada siguen sin cumplir un principio fundamental que los relojes tardaron muy poco en solventar: percibirse como un accesorio más, no como un accesorio intrusivo muy grueso que intimide a los demás.

Las Google Glass trataron de venderse como un artilugio de ciencia ficción a nuestro alcance, y al menos en su primera etapa nunca pasaron de ser un cartel de neón sobre nuestra frente con la palabra "friki" que ahuyentaba al resto más allá de una aproximación curiosa inicial. Algo que no ayudó a que trascendiese de su propósito inicial de comercialización a desarrolladores. La insistencia de actores medianos o pequeños en ofrecer sus versiones es loable desde el punto de vista de quien espera que alguien dé en la diana, pero ganar a los dardos es una cuestión de puntería, no de insistencia, y eso suele estar reservado a los grandes.

Ni Apple ni Samsung han dado pasos en este sentido. Lo de Apple es más predecible, no suele llegar el primero a las gamas de producto, sino a esperar a que las tecnologías que las respaldan maduren y sean más viables para lograr ventas masivas. Samsung, en cambio, sí tiene ese espíritu arrancador. Por convencimiento táctico y por su condición de vendedor de componentes a otros fabricantes, no solo de productos finales. Pero tampoco ha mostrado nada. Tuvo una andadura efímera con la realidad virtual en 2014, logró la madre de todas las fotos en 2016 y nunca volvió a aparecer por ahí. Su propuesta no estaba nada mal, pero las ventas no acompañaron. En la aumentada, de momento, no ha intervenido.

Mark Zuckerberg apareciendo en la presentación de Samsung en el MWC 2016 con todos los asistentes ajenos a su llegada por usar un casco de realidad virtual.

Mark Zuckerberg apareciendo en la presentación de Samsung en el MWC 2016 con todos los asistentes ajenos a su llegada por usar un casco de realidad virtual.

Las Google Glass acabaron siendo encomendadas a Tony Fadell, padre del iPod e inversor en empresas como Nothing, contexto perfecto para cuando se requiere priorizar el diseño.

Acaba el Mobile de 2022 y seguimos en lo más habitual, ya casi tautológico en lo que a gafas de realidad aumentada se refiere: mucho viaje y pocas alforjas.

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Llevamos años sacrificando longevidad por cargas rápidas en nuestras baterías. Eso está empezando a cambiar

Llevamos años sacrificando longevidad por cargas rápidas en nuestras baterías. Eso está empezando a cambiar

Los años diez en la tecnología de consumo estuvieron marcados por el auge —y posterior normalización— del smartphone, esencial en nuestras vidas de la noche a la mañana. Para potenciar sus ventas y distinguirse de competidores, los fabricantes fueron utilizando distintos elementos. Desde la carrera de los megapíxeles hasta las pulgadas de pantalla pasando por los miliamperios/hora de las baterías. En los últimos años, la batalla se libra en esas mismas baterías. Pero no dentro, sino en la puerta. En la velocidad de su carga rápida.

Oppo ya lleva tiempo levantando mancuernas en este terreno y aprovechó el MWC 2022 para sacar músculo con una carga extremadamente rápida, 240 vatios como evolución de su tecnología SuperVOOC. Algo antes, Realme hizo un anuncio similar llegando a los 150 vatios. A finales de año, el Xiaomi Redmi Note 12 Pro+ en su edición Explorer alcanzó los 210W. Récord mundial y potencia similar a la de una olla Crockpot

Seguridad...

Oppo completó este lanzamiento con un tranquilizador anuncio, el de BHE (Battery Health Engine, motor de salud de la batería), el sistema que utiliza inteligencia artificial para monitorizar la alimentación del teléfono y los patrones de uso y carga de cara a poder alargar su vida útil. Hasta duplicándola, según la empresa.

La simultaneidad de estos anuncios no fue baladí. Tras la carga rápida a niveles extenuantes (el mercado se ha movido hacia cargar el máximo posible en muy pocos minutos) se esconde un peligro para la longevidad de esas baterías. Y en un mercado que también se ha movido hacia componentes soldados no intercambiables, eso es un problema para todo el dispositivo.

La carga rápida aumenta el calor y el estrés de los componentes, ambos enemigos de la electrónica (aunque hay quien está evitando al menos el aumento de temperatura). ¿De una forma dramática? Ni mucho menos. Pero es inevitable, al menos a día de hoy. Las baterías de iones de litio llevan siendo esencialmente las mismas desde hace muchos años, las mejoras que han traído mayores autonomías (o la misma autonomía haciendo muchas más cosas y alimentando hardware de mayor demanda) han pasado por la eficiencia de los procesadores y las mejoras de la gestión por software de los ciclos de carga, como la carga optimizada, que parte de la premisa de que las baterías están sometidas a un mayor estrés en los extremos de su capacidad, así que lo ideal es mantenerlas siempre que sea posible entre el 20% y el 80%.

Esa gestión por software es la que hace que este daño sea mucho menor ahora que hace unos años. Y es la que hace confiables los sistemas de carga rápida actuales, si bien es recomendable no abusar de ellos. Dicho de otro modo: no acostumbrarnos a cargar de forma ultrarrápida nuestro teléfono de forma cotidiana, sino tener ese cargador como una opción para los clásicos casos de llegar a casa con un 10% y tener el tiempo justo para una ducha antes de volver a salir. O estar de viaje y apenas tener veinte minutos de espera en un aeropuerto antes de tener que volver a partir. En esas ocasiones la carga ultrarrápida es sacramental.

...y longevidad

Las actitudes domésticas ante la tecnología de consumo tienen mucho de pendular. Hace quince años eran habituales ciertos temores ("¿debería dejar el cargador puesto durante doce horas en el móvil que acabo de estrenar? ¿Debería desenchufar el cargador de inmediato en cuanto la batería llegue al 100%?") que dieron paso a cierta despreocupación e improvisación que se consolidó con el auge de la carga inalámbrica. Ahora vuelven ciertos temores, especialmente cuando eso de cargar el 100% de la batería en quince minutos nos genera recelos.

Oppo ha integrado un chip de control que regula voltaje, corriente y temperatura, además de proteger el terminal de altas temperaturas con trece sensores repartidos por su chasis. Un principio similar siguen las baterías de Xiaomi, que prometió que incluso cargándolas a 120 vatios resistirían hasta 800 ciclos de carga manteniendo el 80% de su capacidad original. Las cifras actuales de Oppo prometen exactamente el doble de ciclos en el recién estrenado Find X5.

No está nada mal que tras la guerra del voltaje para la carga ultrarrápida llegue la guerra por la seguridad a largo plazo y por la preservación de la batería tras muchos ciclos. Y nos da motivos para poder usar esta tecnología algo más tranquilos. Aunque siempre será mejor idea limitarla a los escenarios donde realmente sea útil, porque las investigaciones recientes insisten: para una menor degradación, mejor cargas lentas.

Lo cual tiene otro matiz: si queremos una batería que soporte carga rápida, el separador entre cátodo y ánodo deberá ser más grande, dejando menos espacio físico para su capacidad. Es decir, para sus miliamperios. Carga rápida equivale a menor capacidad.

Y también está el hecho de lo que nos duran los smartphones. Independientemente de consideraciones económicas o ambientales, que tienen otra conversación, la mayoría de los terminales son reemplazados entre dos y tres años después de ser comprados, algo que aumenta el sentido de usar esta carga ultrarrápida sin muchos temores. Cuestión diferente es para quien estima en cinco o seis años la vida útil que dará a su teléfono. En ese caso, ni las mejores intenciones de Xiaomi, Oppo, OnePlus o quien sea podrán evitar la degradación de sus baterías. Aunque podemos retrasar el sufrimiento evitando directamente la carga rápida. Pero también hay que vivir.

En Xataka | Ni tasa de refresco ni resolución: esta es la tecnología más importante para proteger nuestra vista con el móvil.

Imagen destacada | Onur Binay en Unsplash.

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La noticia Llevamos años sacrificando longevidad por cargas rápidas en nuestras baterías. Eso está empezando a cambiar fue publicada originalmente en Xataka por Javier Lacort .

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Ahora ya es oficial: el Samsung Galaxy Note ha muerto (pero el S Pen no)

Ahora ya es oficial: el Samsung Galaxy Note ha muerto (pero el S Pen no)

Las primeras pistas, que no podían ser más claras, llegaron en verano, cuando en el habitual mes de lanzamiento de los nuevos Galaxy Note no hubo actualización, sino silencio... y plegables. Unos meses más tarde, ya a principios de 2022, época fértil para más lanzamientos de gama alta, llegaron los Galaxy S22 y, nuevamente, ningún Note.

Se especuló con la posibilidad de que fuese algo coyuntural, motivado por la escasez de chips, o porque con la pandemia tenía menos sentido sacarlo al mercado y era mejor esperar a que todo volviese a la normalidad, o cualquier excusa de quien se aferra a no querer despedirse de algo que aprecia. La realidad es tozuda y Roh Tae-moon, persona al frente de la división de smartphones de Samsung, confirmó en el MWC 2022 que no habrá más Note, sino que llegarían más Ultra, en referencia a la gama Ultra de los S22, quien sí trae el S Pen.

Llegó entre burlas y se ganó el respeto

Ahora que el fenecimiento de la familia Note es algo que incluso reconoce la propia Samsung, podemos ver con perspectiva el ciclo vital de un producto que llegó entre burlas y muere con el respeto de toda la industria. Muchos nos reíamos de un teléfono de 5,3 pulgadas cuando se lanzó en 2011 por ser gigante.

Los Note dejan paso a los plegables como gama ultra-alta de Samsung y mantienen su espíritu en los S22 Ultra

Al margen de que las pulgadas dejaron de ser un indicador cuando las proporciones de pantalla en el frontal pasaron del 65% al 90%, lo cierto es que aquel primer Note medía 14,7 centímetros de alto. Solo un milímetro más que el nuevo S22, el más pequeño de su familia y considerado como bastante compacto en el mercado actual. Perspectivas.

Diez generaciones después, el Note muere en paz. Y lo más importante: con honra, la de una industria que se subió por completo al caballo de los teléfonos grandes (¿recuerdan cuando les llamábamos phablets?) y unos clientes que, de una marca o de otra, han aceptado en su gran mayoría que las grandes diagonales llegaron para hacernos la vida mejor.

Crecer es aprender a despedirse, y los Note dejan paso a unos plegables que son la gran apuesta de Samsung para esta década. Y además, mantienen su legado en la variante superior de la familia S, que incluye lápiz óptico para no dejar huérfanos a sus creyentes, que no serían muchos (en torno al 5% de las ventas de Samsung), pero sí muy fieles.

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No habrá rival para el buscador de Google porque Alphabet mató los incentivos para crearlo

No habrá rival para el buscador de Google porque Alphabet mató los incentivos para crearlo

Mozilla ha enfrentado varios problemas financieros y de personal en los últimos años, llegando incluso a tener que despedir en masa a sus empleados, pero una vez más llegó Alphabet, su mejor aliado, con un balón de oxígeno financiero: un contrato de tres años mediante el que le aseguraba 400 millones de dólares al año (más del 90% de sus ingresos) a cambio de que Google continuase siendo el buscador por defecto de Firefox. Mozilla es una empresa que cae genial entre los amantes de la privacidad, la web libre y el código abierto, pero lo cierto es que sin Google hubiese tenido un recorrido muy diferente.

Apple, por su parte, lleva años recibiendo cheques de Alphabet con el mismo fin: que Google siga siendo el buscador por defecto en iOS. Puede sonar trivial porque es un ajuste que se modifica en cinco segundos y el propio iOS ofrece alternativas, pero la cantidad no es cualquier cosa: 15.000 millones de dólares en 2021 que podrían seguir incrementándose hasta los 20.000 millones en 2022. Eso es un 15% de su beneficio anual.

Pies quietos

Ambos negocios, con Mozilla y con Apple, tienen una lectura alternativa: es la forma que tiene Alphabet de disuadir a los rivales de Chrome de lanzar su propio buscador. El único de los grandes que sí llegó a lanzarlo hace mucho fue Microsoft, quien integró Bing en [música de terror] Internet Explorer primero y Edge después. No tuvo demasiado éxito pese a los intentos de la empresa de Redmond, con más insistencia que puntería, pero seguramente Alphabet no quiso correr riesgos posteriores.

Que los rivales que mantiene a raya, talonario mediante, sean Mozilla y Apple, no es casual. Ambas empresas, con sus matices y asteriscos, tienen modelos de negocio ajenos al rastreo agresivo de los datos de los usuarios con fines comerciales. Apuestan, a sus maneras, por la monetización directa y enarbolan la bandera de la privacidad que Google y Facebook simplemente no pueden izar.

Ambas empresas podrían tener muchos alicientes para lanzar su propio buscador. Apple tiene recursos de sobra para ponerse manos a la obra y ofrecerlo por defecto en sus sistemas operativos, lo cual equivale a sacar cuatro cincos seguidos al empezar una partida de parchís. Mozilla está en una situación menos holgada, pero es algo que entronca en su ADN, y siempre queda la opción de salir de compras para acelerar el proceso.

Ninguna posibilidad de lanzamiento de un nuevo buscador o compra de uno existente tienen un incentivo tan grande como el de seguir inmóviles dando alas a Google

En este punto es donde aparece un neón con un nombre propio: DuckDuckGo. El buscador del pato ha sabido explicar su monetización para evitar suspicacias y caer simpático a los de la Cofradía de la Santa Privacidad: comprarlo no sería demasiado costoso, especialmente para las finanzas de Apple (ni siquiera es un unicornio), y factura más de 100 millones de dólares al año. Además, su coste salarial es reducido, no llega a los 200 empleados; y aunque ni puede soñar con las cifras de Google, en Estados Unidos se ha estabilizado en torno al 2,5% de cuota de mercado.

Para Apple sería sencillo hacerse con DuckDuckGo (¡bang!), fijarlo por defecto en iOS y macOS, y luego sacar pecho en una keynote anunciándolo como una apuesta magnánima por nuestra privacidad. No te merecemos, Tim. Mozilla lo tendría más complicado —su magnitud no es tan superior a la de DuckDuckGo y sus finanzas dan para mortadela, nada de ibéricos—, pero podrían estudiarse opciones intermedias en pos de ofrecer un buscador por defecto más acorde a sus valores.

Sin embargo, nada funciona tan bien a corto y medio plazo (y nada hace pensar que vaya a ser distinto a largo) como cobrar cheques de Google año sí año también a cambio de hacer un pies quietos y no sacudir el mercado de los buscadores. Si no por convencimiento táctico, sí por la salud de las finanzas. Y mientras tanto, Chrome sigue liderando el mercado de los navegadores con holgura. Solo queda deshojar la margarita Ahrefs para ver si es capaz de llevarse el gato al agua o seguimos esperando a Godot (hoy no, pero mañana seguro que sí).

Google, que entre snippets, anuncios, cambios de reglas y una página de inicio que también va camino de hacerse rococó ha cambiado la experiencia de búsqueda en pocos años, no tiene mucha inquietud por la posible migración de usuarios descontentos: cuando abre la ventana se encuentra con un panorama competitivo limpio como una patena y un liderazgo incontestable como un maestro jedi. Nadie podrá negarle el mérito a su estrategia. Y a lo bien que funciona Google en comparación con sus pocos rivales, incluso entendiendo preguntas y contextos, por qué no decirlo.

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No habrá rival para el buscador de Google porque Alphabet mató los incentivos para crearlo

No habrá rival para el buscador de Google porque Alphabet mató los incentivos para crearlo

Mozilla ha enfrentado varios problemas financieros y de personal en los últimos años, llegando incluso a tener que despedir en masa a sus empleados, pero una vez más llegó Alphabet, su mejor aliado, con un balón de oxígeno financiero: un contrato de tres años mediante el que le aseguraba 400 millones de dólares al año (más del 90% de sus ingresos) a cambio de que Google continuase siendo el buscador por defecto de Firefox. Mozilla es una empresa que cae genial entre los amantes de la privacidad, la web libre y el código abierto, pero lo cierto es que sin Google hubiese tenido un recorrido muy diferente.

Apple, por su parte, lleva años recibiendo cheques de Alphabet con el mismo fin: que Google siga siendo el buscador por defecto en iOS. Puede sonar trivial porque es un ajuste que se modifica en cinco segundos y el propio iOS ofrece alternativas, pero la cantidad no es cualquier cosa: 15.000 millones de dólares en 2021 que podrían seguir incrementándose hasta los 20.000 millones en 2022. Eso es un 15% de su beneficio anual.

Pies quietos

Ambos negocios, con Mozilla y con Apple, tienen una lectura alternativa: es la forma que tiene Alphabet de disuadir a los rivales de Chrome de lanzar su propio buscador. El único de los grandes que sí llegó a lanzarlo hace mucho fue Microsoft, quien integró Bing en [música de terror] Internet Explorer primero y Edge después. No tuvo demasiado éxito pese a los intentos de la empresa de Redmond, con más insistencia que puntería, pero seguramente Alphabet no quiso correr riesgos posteriores.

Que los rivales que mantiene a raya, talonario mediante, sean Mozilla y Apple, no es casual. Ambas empresas, con sus matices y asteriscos, tienen modelos de negocio ajenos al rastreo agresivo de los datos de los usuarios con fines comerciales. Apuestan, a sus maneras, por la monetización directa y enarbolan la bandera de la privacidad que Google y Facebook simplemente no pueden izar.

Ambas empresas podrían tener muchos alicientes para lanzar su propio buscador. Apple tiene recursos de sobra para ponerse manos a la obra y ofrecerlo por defecto en sus sistemas operativos, lo cual equivale a sacar cuatro cincos seguidos al empezar una partida de parchís. Mozilla está en una situación menos holgada, pero es algo que entronca en su ADN, y siempre queda la opción de salir de compras para acelerar el proceso.

Ninguna posibilidad de lanzamiento de un nuevo buscador o compra de uno existente tienen un incentivo tan grande como el de seguir inmóviles dando alas a Google

En este punto es donde aparece un neón con un nombre propio: DuckDuckGo. El buscador del pato ha sabido explicar su monetización para evitar suspicacias y caer simpático a los de la Cofradía de la Santa Privacidad: comprarlo no sería demasiado costoso, especialmente para las finanzas de Apple (ni siquiera es un unicornio), y factura más de 100 millones de dólares al año. Además, su coste salarial es reducido, no llega a los 200 empleados; y aunque ni puede soñar con las cifras de Google, en Estados Unidos se ha estabilizado en torno al 2,5% de cuota de mercado.

Para Apple sería sencillo hacerse con DuckDuckGo (¡bang!), fijarlo por defecto en iOS y macOS, y luego sacar pecho en una keynote anunciándolo como una apuesta magnánima por nuestra privacidad. No te merecemos, Tim. Mozilla lo tendría más complicado —su magnitud no es tan superior a la de DuckDuckGo y sus finanzas dan para mortadela, nada de ibéricos—, pero podrían estudiarse opciones intermedias en pos de ofrecer un buscador por defecto más acorde a sus valores.

Sin embargo, nada funciona tan bien a corto y medio plazo (y nada hace pensar que vaya a ser distinto a largo) como cobrar cheques de Google año sí año también a cambio de hacer un pies quietos y no sacudir el mercado de los buscadores. Si no por convencimiento táctico, sí por la salud de las finanzas. Y mientras tanto, Chrome sigue liderando el mercado de los navegadores con holgura. Solo queda deshojar la margarita Ahrefs para ver si es capaz de llevarse el gato al agua o seguimos esperando a Godot (hoy no, pero mañana seguro que sí).

Google, que entre snippets, anuncios, cambios de reglas y una página de inicio que también va camino de hacerse rococó ha cambiado la experiencia de búsqueda en pocos años, no tiene mucha inquietud por la posible migración de usuarios descontentos: cuando abre la ventana se encuentra con un panorama competitivo limpio como una patena y un liderazgo incontestable como un maestro jedi. Nadie podrá negarle el mérito a su estrategia. Y a lo bien que funciona Google en comparación con sus pocos rivales, incluso entendiendo preguntas y contextos, por qué no decirlo.

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