Hemos encontrado huellas humanas de 90.000 años perfectamente conservadas. Estaban en mitad de una playa marroquí

Hemos encontrado huellas humanas de 90.000 años perfectamente conservadas. Estaban en mitad de una playa marroquí

Lejos de los circuitos turísticos internacionales, Larache (una pintoresca ciudad costera a medio camino entre Tánger y Rabat) se llena cada año de decenas de miles de turistas marroquíes y expatriados que regresan al país por vacaciones. Eso son decenas de miles de personas bañándose en sus playas.

Pues bien, bajo ellos, acaban de encontrar las que seguramente sean una de las huellas humanas más antiguas y mejor conservadas del mundo.

No es una playa cualquiera. En 2022, mientras estudiaban la geología de una playa cerca de la ciudad, a Mouncef Sedrati, profesor asociado de dinámica costera y geomorfología de la Universidad Bretaña Sur de Francia se le ocurrió que, para aprovechar la inactividad que les estaba provocando la marea, podían dar un paseo un poco más al norte y ver si había algo interesante.

85 huellas de 90.000 años de edad. Bajo la arcilla, un miembro del equipo encontró algo parecido a una huella. Y digo "lago parecido" porque no estaba claro y, aunque la examinó todo el equipo, no lo estuvo hasta que encontraron la segunda. En poco tiempo, habían identificado dos senderos claramente marcados con un total de 85 huellas humanas.

Gracias a un sistema de datación de luminiscencia estimulada ópticamente, el equipo logró determinar el último momento en que los granos finos de cuarzo que rodeaban las huellas habían recibido la luz solar. Las huellas tenían 90.000 años: es decir, un grupo de niños, adolescentes y adultos habían caminado por aquella playa en el pleistoceno tardío.

huellas

Sedrati et alts (2024)

¿Qué hace una huella como tú en una playa como esta? Esa es una de las grandes preguntas porque, no hace falta ni decirlo, encontrar huellas de esa antigüedad no es nada habitual. Los investigadores creen que cosas como el trazado de la playa y el alcance de las mareas tiene mucho que ver con su conservación.

Pero si hay un factor clave (uno "excepcional") es la estructura de la playa: "una plataforma rocosa recubierta de sedimentos arcillosos" que creaban las condiciones idóneas para aislar las huellas rápidamente.

La historia no se ha acabado. La otra gran pregunta que abre esta investigación es qué hacía ese grupo de humanos en esa playa de Larache. Al encontrar esos dos senderos en un amplio espacio que investigar, las expectativas de los investigadores se dispararon inmediatamente. ¿Quién sabe qué más hay cerca?

Ahora empieza la parte más larga y minuciosa: estudiar el sitio antes de que el mar se coma la plataforma y desaparezcan las pistas, huellas o yacimientos que persistan por la zona. Pocos lugares del mundo permiten conocer cómo era la vida en la Edad de Piedra como nos lo podría permitir esa playa. Esperemos tener suerte.

Imagen | Sedrati et alts (2024)

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El Sol está preparándose para una inversión magnética total este mismo 2024. Es menos preocupante de lo que parece

El Sol está preparándose para una inversión magnética total este mismo 2024. Es menos preocupante de lo que parece

En algún momento de este año 2024, el Sol va a sufrir una inversión magnética total. Es decir, va a cambiar su polo norte por el sur (y viceversa). Así explicado, puede parecer un fenómeno aterrador, casi apocalíptico; pero nada de eso, no lo vamos ni a notar.

No es la inversión magnética lo que preocupa a los expertos, es lo que puede ocurrir justo antes.

Un fenómeno que ocurre cada 11 años. En términos generales, el Sol funciona por ciclos. Cada uno de esos ciclos solares es un periodo de aproximadamente 11 años en el que la actividad impulsada por el campo magnético del Sol va cambiando de intensidad.

El máximo solar (que coincide con la inversión de los polos) es la fase del ciclo en que la actividad alcanza su punto más alto. Eso se traduce en más manchas solares, más grandes y más intensas. En la medida en que esas manchas están relacionadas con las erupciones solares y las eyecciones de masa coronal, es algo que sí nos interesa. Y mucho.

¿Por qué nos interesa? En primer lugar, porque todo eso afecta (aunque sea poco) al clima de la Tierra. En un contexto como el actual, en el que el balance energético de la Tierra (la diferencia entre la energía que entra en la atmósfera y la que sale hacia el espacio) es inusualmente alto y no para de crecer, cualquier inyección de energía extra puede desequilibrar más el clima en el planeta.

Y, en segundo lugar, por seguridad electromagnética: el famoso "gran apagón". La Tierra tiene su propio campo magnético que actúa como un escudo protector para nosotros, nuestra atmósfera y nuestra tecnología. Desde al menos 1859, cuando el evento Carrington generó tal intensidad que "los cables del telégrafo estaban a punto de fundirse", sabemos que nuestra tecnología y el Sol no se llevan todo bien.

El problema es que, a diferencia de 1859, ahora el mundo depende de una forma crítica de ella.

La gran tormenta, las pequeñas tormentas. El "gran apagón" es un asunto tan serio como especulativo. En 2008, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos confeccionó un informe estudiando qué pasaría si otro evento de un tamaño parecido al de Carrington nos alcanzara hoy en día. Y las conclusiones fueron que otro evento parecido produciría una interrupción sin precedentes en el metabolismo social, político y económico del mundo.

Nada ha cambiado significativamente desde entonces y, aunque no hay indicios para pensar que vayamos a sufrir un fenómeno de este tipo de forma inminente, tampoco sabemos predecirlo. El Carrington ocurrió justo al final del ciclo solar 11 y (con esta mosca detrás de la oreja) el aumento de la actividad solar que ocurre cada once años no puede dejar de poner nerviosos a los expertos.

Sobre todo, porque el problema va más allá de "la gran tormenta": las pequeñas tormentas solares también están llenas de inconvenientes para una sociedad como la nuestra en la que los satélites tienen un uso cada vez más intensivo.

Un problema más: que "estamos viviendo estamos viendo el sol más activo en los últimos 20 años", explicaba Paul Charbonneau, físico solar de la Universidad de Montreal, en Vox.com. De hecho, este ciclo solar ha sido bastante más activo de lo esperado y el máximo solar ha llegado casi un año antes de lo que decían los modelos.

Y, aunque he dicho que es un problema, también es una enfermedad. Al fin y al cabo, pese a llevar casi 200 años estudiando nuestra estrella de forma sorprendentemente minuciosa, no sabemos demasiado sobre ella. La muestra está, por ejemplo, en que hemos fallado en muchos meses nuestros pronósticos sobre la evolución del ciclo solar actual.

Observando el máximo solar y la inversión magnética total de los próximos meses, los científicos van a poder realizar análisis con sistemas completamente nuevos y poner a prueba teorías avanzadas. El objetivo es claro: que el próximo Carrington nos pille preparados.

Imagen | James Mann

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Tratando de explicar por qué enero dura 62 días en lugar de los 31 días que realmente marca el calendario

Tratando de explicar por qué enero dura 62 días en lugar de los 31 días que realmente marca el calendario

"Por fin se acabó enero". No tengo datos, peor tampoco dudas de que esa está siendo una de las frases más repetidas el día de hoy. No puede sorprender a nadie: Enero tiene la más que merecida fama de ser el mes más largo del año (o, al menos, el que más largo se nos hace).

Y es que la "cuesta" del primer mes del año no es solo financiera, también lo es psicológica. Pero ¿por qué? ¿Qué hace que (la más que normal) longitud del mes de enero se haya convertido en una broma recurrente que llena de memes medio Internet?

El mes... azul. Aunque criticar la idea misma de 'Blue Monday' se ha convertido en un deporte en sí mismo, lo cierto es que no deja de ser curioso que el famoso tercer lunes de enero tenga el sambenito de ser "el día más triste del año". Es curioso, sí; pero no casual.

Al fin y al cabo, la elección del "Blue Monday" puede ser una ocurrencia, pero a nadie se le ocurriría fijar el día más triste una luminosa tarde de agosto. El Blue Monday tuvo éxito por encaja bien en lo que mucha gente siente: que enero es desesperadamente largo. Lo interesante es que esto último tiene explicación.

La explicación científica se llama... aburrimiento. Sí, así como suena. Zhenguang G. Cai, que realiza su tesis precisamente sobre percepción del tiempo en el University College of London, explicaba este fenómeno en New Stateman razonando que “es posible que volver al trabajo después de Navidad conlleve una enorme cantidad de aburrimiento (comparado con la diversión durante el paréntesis navideño), lo que nos podría dar la impresión de que el tiempo pasa más lento en enero".

¿Cuestión de dopamina? Hay todo un conjunto de teorías sobre la percepción del tiempo que lo relacionan con la liberación de dopamina durante la percepción de nuevos estímulos. Aunque estas teorías suelen orientarse a explicar por qué pasa más rápido el tiempo cuando somos mayores que cuando somos niños, la misma lógica subyacente puede apoyar la intuición de Zhenguang Cai.

Estas teorías nos dicen que, cuanto más conocido es un entorno, menos esfuerzo cognitivo necesitamos y, como consecuencia, la liberación de dopamina es menor y nuestra percepción del tiempo se ralentiza. Eso es enero: una larguísima vuelta a la rutina. Una, además, que en muchos casos especialmente aburrida (porque las las novedades del año aún no se han acabado de concretar).

En cambio, la Navidad es un periodo lleno de estímulos que (incluso en el caso de que se repitan año tras año) contrastan mucho con la "calma chicha" del nuestras vidas el resto de los doce meses.  La aceleración relativa de la Navidad contrasta especialmente con la "aburrida" vuelta a la normalidad.

¿Pero por qué ocurre en enero? Es decir, si esta teoría es cierta, es algo que debería pasar después de cada periodo vacacional y, sin embargo, el fenómeno es parece especialmente reseñable en enero. La explicación tiene varias partes.

La primera es que, en realidad, sí que ocurre con cada periodo vacaciones e incluso con los fines de semana. "Qué cortos se me han hecho estos días..." es una frase muy habitual en las vueltas al trabajo y esa percepción se mantiene incluso cuando las personas no hacen nada especial. El puro contraste con la rutina diaria "acelera" el paso de las horas.

No obstante, hay elementos que sí juegan en favor de enero como el peor mes del año para estas cosas. Cosas como el frío y la falta de luz solar, los problemas financieros vinculados a los gastos de Navidad y, por supuesto, la presión extra que nos añaden los propósitos de años nuevo. Algo que, como sabemos, puede ser muy útil o convertirse en una refinada búsqueda de formas para autotorturarnos.

Mal de muchos... El tercer (y último) elemento a tener en cuenta es el efecto de grupo. Hubo épocas que "todo el mundo" se iba de vacaciones en agosto, pero eso ya no pasa. En la mayor parte de empresas, ahora lo habitual es que los periodos vacacionales se solapen y cuando unos se acaban de reincorporar, otros llevan ya meses en el trabajo.

Hay más factores (como la vuelta al cole que convierte septiembre en menos aburrido que enero para muchas familias), pero ese, la simultaneidad con la que todo el mundo se reincorpora a principios de año es clave porque permite que nos retroalimentamos entre nosotros.

¿Se puede hacer algo para suavizar el golpe? Aunque quizás sea tarde, la verdad es que sí. Los psicólogos recomiendan usar técnicas de activación conductual y "gamificación personal". Es decir, planificar actividades durante el mes o tener visión estratégica a la hora de empezar con nuestros objetivos. Pasar de grandes comilonas en Navidad al brócoli mal hervido y la pechuga a la plancha sin sazonar, puede ser una fuente de aburrimiento extra (que, de paso, complica nuestro tránsito hacia una dieta más equilibrada).

Imagen | Nachelle Nocom

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El ser humano no está hecho para correr, sino para descansar. Al menos según un profesor de Harvard

El ser humano no está hecho para correr, sino para descansar. Al menos según un profesor de Harvard

Entre las cosas más raras que nos ha traído el mundo moderno está, sin lugar a dudas, eso de ver parques enteros lleno de gente corriendo con zapas carísimas y ropa de colores chillones. Habitaciones llenas de señoras levantando pesas, decenas de tipos haciendo ejercicios de estiramiento con enormes balones suizos, decenas de personas moviéndose en línea recta en piscinas cubiertas.

Eso de hacer ejercicio de forma intensa y sostenía no solo es algo que sorprendería a la mayoría de las personas que vivieron en el mundo antes del siglo XIX, sino que (tras un leve shock) preguntarían: ¿para qué?

No solo ellos se harían esa pregunta. De hecho, hoy en día, hay gente que también se la hace. El más (re)conocido es Daniel E. Lieberman, un paleoantropólogo de la Universidad de Harvard. Y es que, para Lieberman, parece obvio que el ser humano no está hecho para hacer deporte. Es más, no hay evidencia científica que apoye lo contrario.

"Desde un punto de vista científico, [hacer ejercicio] es una actividad extraña", nos dice en su libro "Ejercicio", un interesante ensayo en el que repasa las pruebas evolutivas, biológicas y antropológicas que le llevan a concluir "que nunca evolucionamos para hacer ejercicio".

Perdone que no me levante. Para el antropólogo de Harvard, todo indica que las fuerzas evolutivas que conformaron a la especie humana no la hicieron evolucionar para correr.  Según su punto de vista, estaríamos hechos para otras cosas (más calmadas).

En el fondo, continúa Lieberman, los indicios de la paleoantropología parecen indicar que, históricamente, los hábitos de vida de las primeras comunidades humanas no necesitaban estar mucho tiempo de pie. Casi al contrario, salvo cortos periodos de tiempo, la humanidad ha pasado su historia sentada esperando que funcionaran sus trampas, realizando alguna tarea manual o, sencillamente, pasando el rato.

Cuestión de metabolismo. Lieberman va más allá y llega a decir que "en comparación con otros mamíferos, es posible que los seres humanos hayan  evolucionado para ser especialmente reacios a hacer ejercicio". ¿Por qué dice esto? Porque nuestra biología está llena de pistas.

Por ejemplo, el metabolismo el ser humano es más rápido que el de otros primates. Es decir, en condiciones de reposo, gasta más. Según los últimos estudios, gastamos unas 400 calorías más que los chimpancés y los bonobos, unas 635 más que los gorilas y 820 más que los orangutanes.

Esto nos permite desarrollar un cerebro más avanzado y probablemente esté relacionado con nuestra mayor longevidad, pero también es un argumento evolutivo enorme a favor de tomarnos las cosas con calma, estar tranquilos y no gastar energía en exceso.

No obstante, esto no quiere decir nada. hablar de evolución nos permite entender el presente, pero no nos dice nada del futuro. Y, sobre todo, no nos dice nada sobre cómo debemos vivir para que el "éxito evolutivo" siga de nuestro lado. Por eso, el trabajo de Lieberman no es una oda a la pereza... es más bien, una llamada a la moderación y a la calma.

Claro que hacer ejercicio es saludable. En un contexto como el actual en el que la obesidad ha crecido un 600% en los últimos 40 años y, por primera vez en la historia, las personas con obesidad han superado a las personas con bajo peso, tiene sentido poner en valor el ejercicio y tratar de ponerle coto al sedentarismo.

¿Y cómo hacerlo? Lieberman habla de no estar más de 45 minutos sentados, andar una cantidad considerable de pasos al día (aunque no sean 10.000) y mantener una dieta equilibrada. Pero también critica los mitos que desvirtúan (e impiden) la forma en la que los seres humanos nos acercamos a tener una vida más saludable.

"Por lo que podemos extraer de las investigaciones actuales, hay tres   consejos que se le pueden dar a cualquier persona: come sano, haz   ejercicio y acepta tu cuerpo. Hoy en día, todo se reduce a baja de   peso", nos decía Juan ramón Barrada.  Por eso, "hay que tener claro que estigmatizar a las personas con  sobrepeso u obesidad como 'vagos' o 'faltos de voluntad' es promocionar  sufrimiento" de forma injustificada.

Como decía Antonio Ortiz, va siendo hora de entender que "el metabolismo y el apetito son hechos biológicos, no decisiones morales". para ello, ejercicios de análisis como el de Lieberman son muy necesarios.

Imagen | Alexander Redl 

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La sal marina tiene su función: el mundo sería muy distinto sin ella

La sal marina tiene su función: el mundo sería muy distinto sin ella

Este fin de semana (con la ayuda de "la madre de todas las dorsales") hemos estado en la playa. Hemos paseado por la orilla, hemos tomado el sol y en un momento (inesperado, pero inevitable) la grande de cuatro años me ha preguntado por qué no se podía beber agua del mar.

"Qué rollo que tenga sal", ha sido su conclusión tras explicárselo. Y yo he pensado que, en fin, tenía mucha razón.

Pensadlo un momento. Si, de repente, el agua del mar se convirtiera en agua dulce, el problema de la escasez de agua desaparecería por completo. No solo es que podríamos beber, lavar y regar lo que quisiéramos... es que en el improbable caso de que nos quedáramos perdidos a la deriva en medio del océano, no tendríamos ninguna necesidad de morir de sed.

Todo ventajas, ¿No?

Bueno, todo ventajas salvo por un pequeñísimo problema: la catastrófica sucesión de desdichas y catástrofes que se sucederían casi de inmediato. No solo se diezmaría toda la vida marina (con miles de millones de peses muertos por exosmósis), también cambiaría el relieve costero de todo el planeta y, como consecuencia del desbarajuste en las corrientes termohalinas, el clima del planeta se volvería completamente loco. Sí, más de lo que está. "Loco" a lo grande.

Pero empecemos por el principio. Cada litro de agua del mar tiene, de media, 35 gramos de sal disueltos en él. Eso es mucha sal. Muchísima sal. Y (casi toda) es cloruro de sodio: sal común. Pero no siempre ha sido así.

Hace unos 3.800 millones de años, cuando la Tierra se enfrió lo suficiente como para que el vapor de agua se condensara, el líquido resultante era (como sería fácil imaginar) agua químicamente pura. Hemos de reconocer, no obstante, que duró poco.

Al fin y al cabo, en cuanto empezó la lluvia (y la disolución del CO2 atmosférico en ella), los ciclos de erosión empezaron a andar. Esa es la razón por la que el mar es salado: el delicado equilibrio entre las erosiones, erupciones volcánicas, evaporación, deshielos y la disolución de depósitos salinos.

Y buen aparte del mundo (tal y como lo conocemos) depende de él. Porque, como digo,la sal tiene que un impacto importante en cosas como la temperatura del planeta (el agua salada eleva los puntos de congelación y ebullición) o el clima global.

Y no es una exageración, como el sol no calienta el mar igual en todos los sitios y los flujos de  agua dulce llegan al océano por puntos muy concretos, se necesitan una serie de 'corrientes' que equilibran esas disparidades a nivel global. la desaparición de la sal marina cambiaría esos equilibrios por completo.

Además de una enorme extinción, claro. Porque las especies marinas dependen de la sal para garantizar su equilibrio osmótico, su alimentación y un sin fin de procesos metabólicos más. El océano se convertiría en una enorme olla llena de peces muertos.

Así que, pensándolo bien... igual es mejor quedarnos como estamos.

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Imagen | Timo Volz

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Si la pregunta es “a quién se le ocurrió comer marisco por primera vez”, ya sabemos la respuesta: a los neandertales

Si la pregunta es

Uno dice "neandertal" y lo primero que le viene a la mente es las palabras de Mariana Nabais: "Primitivos habitantes de las cavernas que apenas podían ganarse la vida hurgando en los cadáveres de animales de caza mayor". Pero, como la misma Nabais se apresura a añadir, es todo mentira. Y la mejor prueba es, quién lo iba a decir, el marisco.

¿Marisco? Y lo que no es marisco. Lapas, mejillones, almejas, cangrejos, delfines, focas grises y peces, muchos peces. Hace cuatro años, el equipo del paleontropólogo portugués João Zilhão descubrió que al sur de la actual Lisboa los neandertales no solo prosperaron, sino que comían cosas que hasta ese momento no creíamos que supieran consumir.

Y no lo creíamos hasta el punto de que tenemos numerosas teorías que señalaban que fue precisamente el consumo habitual de pescados y mariscos (ricos en ácidos grasos omega 3) uno de los factores que permitieron a los homo sapiens modernos mejorar sus capacidades cognitivas frente a otras especies humanas.

Un montón de hipótesis echadas por tierra. Y por eso mismo era relativamente polémico. Al fin y al cabo, la idea de que los neandertales no consumían este tipo de productos se basaba en que no habíamos encontrado demasiadas evidencias arqueológicas que nos permitieran sostener lo contrario. El festín de Figueira Brava (la cueva en cuestión) exigía una investigación más minuciosa.

Y eso es lo que publicó la revista Frontiers in Environmetal Archaeology: un trabajo liderado por Mariana Nabais, del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución  Social, en el que queda negro sobre blanco que aquello era toda una "marisquería prehistórica".

Bueyes de mar para todos. El dato más curioso es, sin lugar a dudas, la enorme cantidad de cangrejos pardos (buey de mar) que había. Bueyes, además,  de gran tamaño (de 16 centímetros media y unos 200 gramos de carne). Pero lo interesantes es que el análisis de los restos mostraba que las fracturas no eran accidentales, ni estaban producidas por otros depredadores (como aves o roedores): eran fracturas intencionales para llegar a la carne. Y no solo eso, es que por las quemaduras de los caparazones... los asaban.

¿Qué nos hace especiales? Aunque aún no han terminado de estudiar todos los restos de la cueva portuguesa, los datos actuales ya "refutan la idea de que los alimentos marinos desempeñaron un papel importante en la aparición de capacidades cognitivas supuestamente superiores entre las primeras poblaciones humanas modernas del África subsahariana".

Y eso amplía nuestro conocimiento sobre la paleoantropología humana, pero supone también una "mala noticia": el enigma sobre qué nos hizo especiales, sobre por qué estamos solos en este mundo y sobre cómo ocurrió el declive del resto de especies humanas sigue más abierto que nunca. La buena noticia, en cambio, es que con los neandertales fuera de juego... tocamos a más marisco.

Imagen | Neanderthal Apocalypse/Mael Balland

En Xataka | Los madrugadores ya tienen a quién culpar por su hábito: a los neandertales

En Xatka | Los neandertales dejaron una honda huella genética en nosotros. El último ejemplo: el sentido del dolor


*Una versión anterior de este artículo se publicó en febrero de 2023


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Si la pregunta es “a quién se le ocurrió comer marisco por primera vez”, ya sabemos la respuesta: a los neandertales

Si la pregunta es

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¿Marisco? Y lo que no es marisco. Lapas, mejillones, almejas, cangrejos, delfines, focas grises y peces, muchos peces. Hace cuatro años, el equipo del paleontropólogo portugués João Zilhão descubrió que al sur de la actual Lisboa los neandertales no solo prosperaron, sino que comían cosas que hasta ese momento no creíamos que supieran consumir.

Y no lo creíamos hasta el punto de que tenemos numerosas teorías que señalaban que fue precisamente el consumo habitual de pescados y mariscos (ricos en ácidos grasos omega 3) uno de los factores que permitieron a los homo sapiens modernos mejorar sus capacidades cognitivas frente a otras especies humanas.

Un montón de hipótesis echadas por tierra. Y por eso mismo era relativamente polémico. Al fin y al cabo, la idea de que los neandertales no consumían este tipo de productos se basaba en que no habíamos encontrado demasiadas evidencias arqueológicas que nos permitieran sostener lo contrario. El festín de Figueira Brava (la cueva en cuestión) exigía una investigación más minuciosa.

Y eso es lo que publicó la revista Frontiers in Environmetal Archaeology: un trabajo liderado por Mariana Nabais, del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución  Social, en el que queda negro sobre blanco que aquello era toda una "marisquería prehistórica".

Bueyes de mar para todos. El dato más curioso es, sin lugar a dudas, la enorme cantidad de cangrejos pardos (buey de mar) que había. Bueyes, además,  de gran tamaño (de 16 centímetros media y unos 200 gramos de carne). Pero lo interesantes es que el análisis de los restos mostraba que las fracturas no eran accidentales, ni estaban producidas por otros depredadores (como aves o roedores): eran fracturas intencionales para llegar a la carne. Y no solo eso, es que por las quemaduras de los caparazones... los asaban.

¿Qué nos hace especiales? Aunque aún no han terminado de estudiar todos los restos de la cueva portuguesa, los datos actuales ya "refutan la idea de que los alimentos marinos desempeñaron un papel importante en la aparición de capacidades cognitivas supuestamente superiores entre las primeras poblaciones humanas modernas del África subsahariana".

Y eso amplía nuestro conocimiento sobre la paleoantropología humana, pero supone también una "mala noticia": el enigma sobre qué nos hizo especiales, sobre por qué estamos solos en este mundo y sobre cómo ocurrió el declive del resto de especies humanas sigue más abierto que nunca. La buena noticia, en cambio, es que con los neandertales fuera de juego... tocamos a más marisco.

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El día en que extrajeron el cerebro de Lenin y lo rebanaron en 30.953 lonchas por el bien de la revolución proletaria

El día en que extrajeron el cerebro de Lenin y lo rebanaron en 30.953 lonchas por el bien de la revolución proletaria

Se cumplen cien años de la muerte de Lenin y eso ha generado ríos de tinta, celuloide y píxeles sobre la que (sin lugar a dudas) terminó siendo una de las personalidades más importantes del siglo XX. Ayer como hoy, miles de investigadores, revolucionarios y académicos han tratado de responder una pregunta clave: ¿Qué tenía Vladimir Ilinch Ulianov en la cabeza?

Aunque sin lugar a dudas, el que se tomó más al pie de la letra fue Nikolai Semashko.

Una propuesta algo extraña. Semashko era el Comisario Popular de Salud Pública del último gobierno de Lenin y, tras su muerte, propuso llevar el cerebro de Lenin a Berlín donde podrían estudiarlo científicos de primer nivel.

A la muerte de Lenin, le contaba el historiador estadounidense Paul Roderick Gregory a Juan Francisco Alonso en la BBC, la URSS apenas empezaba a superar (con muchas dificultades) los principales problemas de la salvaje guerra civil que siguió a la llegada de los bolcheviques al poder. Aunque debían contar con especialistas en neuroanatomía forense, estaba claro que no disponían de la tecnología (ni de los laboratorios) necesarios como para estudiar el cerebro por ellos mismos.

Un alemán en Moscú. Al Politburó no le pareció mal y, como en aquel momento a Berlín le interesaba llevarse bien con Moscú, el gobierno alemán se mostró receptivo. Ese fue el motivo por el que Oskar Vogt (director del antecedente directo del Instituto Max Planck de Investigaciones Cerebrales) llegó a Rusia: extraerlo durante la autopsia, meterlo en formol y llevarlo a Alemania.

Sin embargo, rápidamente cundió el temor entre la cúpula soviética de que fuera un error estratégico. Finalmente, Vogt participó en el proceso, pero el análisis del cerebro se realizaría en Rusia. Para ello, el órgano se rebanó en más de 30.953 partes y se estudiaron minuciosamente. Una de ellas, se le dio a Vogt no sé si como recuerdo.

La idea nos puede parecer algo bizarra, PERO. Al fin y al cabo, ¿qué baza estratégica podía residir en el hecho de tener el cerebro de Lenin? Lo curioso es que la historia terminó dándoles la razón: durante los años 30 y 40, tanto la Alemania Nazi como el Estados Unidos se encargaron de difundir la idea de que Lenin tenía serios problemas mentales, explicaba en el mismo reportaje José Ramón Alonso, profesor de Neurobiología de la Universidad de Salamanca.

Las conclusiones de Vogt. Tras analizar el cerebro, el científico alemán llegó a la conclusión de que... bueno... es decir... vamos... que era un genio. Aunque el consenso entre los historiadores es que Vogt les dijo a los rusos lo que querían oír. Sabiendo lo que sabemos ahora, está claro que tenía una tarea imposible de cumplir: querer encontrar en su cerebro señales anatómicas de su genialidad era algo virtualmente imposible.

Sea como fuera, tras aquello, el cerebro siguió siendo estudiado, tintado y analizado hasta un punto insospechado. Y durante décadas el asunto del cerebro de Lenin (que recordemos murió tras el cuarto accidente cerebrovascular que le daba en poco tiempo) se convirtió en un elemento central de la propaganda soviética.

Y no es de extrañar. En primer lugar, porque en aquella época la ciencia era el principal discurso "legitimador". Durante décadas, soviéticos y estadounidenses usaron la ciencia y la tecnología para justificar sus respectivos proyectos y modelos de sociedad.

Se olvida a menudo que la posmodernidad surge en Europa como una reacción a la excesiva "politización" de la ciencia, como una manera de "huir" de los bloques: entre el diamat soviético y los enfoques pragmatistas-funcionalistas norteamericanos, muchos intelectuales buscar su propio "movimiento de países no alineados".  España, por su lado, pero en esta línea, buscó una "ciencia católica" durante las primeras décadas del regimen franquista.

En segundo lugar, no es extraño que el cerebro se convirtiera en un terreno de disputa porque como el historiador Edgar Straehle explica a menudo que "nuestra relación con el pasado depende muchas veces más de la memoria que de la propia historia. Justamente porque la primera sucedió después nos llega antes y condiciona nuestra manera de aproximarnos a lo pretérito". Los relatos sobre Lenin se convertían así en la principal herramienta para modular su legado.

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Imagen | Daniil Onischenko

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El agua es una bebida muy saludable. Pero unos investigadores de Harvard han encontrado otra igual de sana: el café

El agua es una bebida muy saludable. Pero unos investigadores de Harvard han encontrado otra igual de sana: el café

El universo está lleno de bebidas de todos tipos, sabores y colores. Sin embargo (y por mucho que nos pese), la bebida reina sigue siendo el agua. O, al menos, la más saludable: baja de calorías, fácilmente disponible en el grifo más cercano y capaz de restaurar todo ese líquido que perdemos mientras... vivimos.

Pero no solo de agua vive el ser humano, claro.

Así que la pregunta que se hace todo aquel que quiere darse un homenaje (o sustituir la botella de agua por otro líquido) es: ¿hay vida más allá del agua?

En Harvard creen que sí. El Nutrition Source es una web del Departamento de Nutrición de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Harvard dedicada a dar información de calidad sobre alimentación y nutrición. En ella podemos encontrar dos alternativas tan saludables como el agua y la verdad es que son bastante sorprendentes: el café y el té.

Espera... ¿café? Exacto: café. Como hemos comentado en otras ocasiones, la ciencia contemporánea ha dejado claro que la idea de que el consumo de café (con cafeína) aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares o cáncer es un mito. Es más, según explican los investigadores de Harvard, "el consumo de 3 a 5 tazas estándar de café diariamente se ha asociado consistentemente con un riesgo reducido de varias enfermedades crónicas".

Además, el café es una bomba de posibilidades. No solo despeja despeja la mente y quita el sueño bloqueando la acción de la adenosina. Este es un neuromodulador que tiene efectos sedantes e inhibitorios en el sistema vascular y el nervioso central; también "activa la dopamina y actúa sobre la  circunvolución del cíngulo anterior". Vamos, que mejora la memoria ejecutiva, la atención y  la concentración; nos ayuda en la planificación y el seguimiento de tareas y, por si fuera poco, acelera los tiempos de reacción.

Además, si lo tomamos solo, es agua con cosas.

Está claro que no es una opción para todos. "Algunos individuos pueden no tolerar bien la cafeína debido a síntomas de nerviosismo, ansiedad o insomnio", nos recuerdan desde Harvard. Tampoco es recomendable para "aquellos que tienen dificultades para controlar su presión arterial". Pero, en términos generales, es una opción sorprendentemente saludable y, por la imagen que tenemos de él, puede resultar sorprendente.

La otra es el té. El té también tiene mala imagen. Justificadamente, en algunos casos. En 2016, la OMS declaró que beber té podía causar cáncer. Lo que ocurre es que se refería a una práctica muy común en algunas culturas: la de beber té tremendamente caliente.

Y es que lo problemático es la temperatura. El té (sea negro, verde, oolong o blanco) es una maravilla y las infusiones de hiervas otra -- pero sin cafeína.

¿Qué tiene de bueno el té? Hay una gran cantidad de estudios observacionales que relacionan el consumo de 2-3 tazas de te con un riesgo reducido de "muerte prematura, enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares o diabetes tipo 2". Ya sabemos que correlación no implica causalidad, pero (mientras mejora nuestro conocimiento científico sobre ella) ayuda a hacernos una idea de qué impacto tiene.

No obstante, lo mejor de estas dos bebidas no son ellas mismas. Son lo que sustituyen. Beber mucha agua (o té o café) hace que estemos hidratados, que tengamos menos sed y que, por tanto, nos apetezca menos consumir otro tipo de bebidas menos saludables (ya sea por su contenido en azúcares o en alcohol).

Visto así, todo encaja mucho mejor.

En Xataka | No me gusta el café, pero tras repasar lo que dice la ciencia he empezado a consumirlo diariamente

Imagen | Natham Dumlao

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La noticia El agua es una bebida muy saludable. Pero unos investigadores de Harvard han encontrado otra igual de sana: el café fue publicada originalmente en Xataka por Javier Jiménez .

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El siguiente gran problema del aceite de oliva ya no está ni en el campo, ni en el supermercado: está en Turquía

El siguiente gran problema del aceite de oliva ya no está ni en el campo, ni en el supermercado: está en Turquía

Que el mundo del aceite de oliva va camino del desastre es algo que sabemos desde hace tiempo. Algo que, además, nos recuerdan los lineales de los supermercados constantemente. Y es que si comparamos el precio del aceite con el de enero de 2021, veremos que se ha disparado un 165,5%.

Y no va a bajar, no.

Las cartas sobre la mesa. Sobre todo, porque llegados a este punto ya sabemos que el aforo del aceite del Ministerio se ha dado un buen castañazo y los analistas dan prácticamente por finalizada una campaña que, debido al calor, se ha adelantado más de lo normal.

Así que mientras los productores intentan sobrevivir al envite de la meteorología y los mercados, lo único que podría impedir que los precios siguieran subiendo durante todo 2024 es el resto del mundo. Pero el resto del mundo, no está por la labor.

La telenovela turca con el aceite. En noviembre, en previsión de lo que venía, Turquía prohibió las exportaciones a granel indefinidamente. Con ello, asestaba un duro golpe al mercado internacional del aceite que (no hace falta ni decirlo) atraviesa uno de sus peores momentos.  Sobre todo, porque muchos habían puesto sus esperanzas en que la prohibición previa de Ankara finalizara el 1 de noviembre.

El Ministerio de Comercio, con la idea de asegurar el enlace (en un contexto internacional en el que España había visto reducida su producción a la mitad) llevaba prohibiendo las exportaciones a granel desde agosto de 2023. Si todo iba bien, las fronteras se abrirían en noviembre y eso ayudaría (si bien tímidamente) a que los precios internacionales se tranquilizaran.

Pero las cosas no fueron bien: la debacle del aceite está afectando a buena parte de la cuenca del Mediterráneo y la situación se complica a marchas forzadas. Y aquí es donde países como Turquía, Marruecos o Túnez han hecho valer su "independencia" comercial. En una situación de crisis generalizada, nadie quiere enfrentarse a unos precios desorbitados (y ellos tienen herramientas para utilizarlas).

Los países europeos parece que no. No los tienen o (en caso de que existan) no quieren usarlos. Y el destrozo de la combinación -- entre falta de existencias y el desequilibrio comercial que ya hemos visto en numerosos productos -- es completo. Por un lado, el aceite de oliva va perdiendo mercados en el exterior por culpa de unos precios elevadísimos. El AOVE ya era caro, pero todo el esfuerzo de "democratización" del aceite empezó a venirse abajo con el inicio de la Guerra de Ucrania y ya no hay manera de disimularlo.

Pero es que, por el otro, la subida de precios también erosiona la "cultura del aceite" de los países mediterráneos y promueve cambios en la dieta que (parece) no tienen vuelta atrás. El caso español es paradigmático: durante los últimos años, el país está dejando de consumir aceite de oliva y, por lo que sabemos, las amplias capas de la población que use han bajado del AOVE no han regresado a él.

Un mercado cada vez más pequeño. Europa (que llega a producir más del 70% del aceite) mira a Turquía porque, en los últimos años, ha escalado hasta convertirse en el tercer productor mundial de aceite.

Lo que ocurre con Ankara ocurre con todo el África mediterránea y Oriente Medio, pero el peso del aceite turco provoca que la prohibición de Ankara nos haga más daño: sacando cientos de miles de toneladas del mercado, está elevando el precio del aceite "artificialmente". Algo que es razonable para proteger a sus consumidores locales, pero que deja fuera de juego a los internacionales.

Es hora de aceptar que nadie va a cubrirle las espaldas al aceite español y eso significa sencillamente que los precios no van a dejar de subir.

En Xataka | Creíamos que lo peor de la crisis del aceite de oliva había pasado. Los primeros datos de 2024 dicen lo contrario

Imagen | Marco Zanferrari

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