Irlanda probó una renta básica de 1.300 euros para 2.000 artistas. Ha salido tan bien que ahora no quieren que termine
El último de los experimentos que habíamos escuchado sobre esa idea de recibir dinero cada mes sin condiciones, también llamado renta básica, ocurrió en Alemania. La prueba consistía en 1.200 euros mensuales a 122 participantes y los resultados contradecían muchos de los tópicos que solemos escuchar en torno a la propuesta. Irlanda ha sido la siguiente parada, a punto de finalizar otra prueba sin precedentes: renta básica, pero para el arte.
Un sueldo para el artista. La historia comenzó en 2022, momento en que Irlanda puso en marcha uno de los programas piloto más significativos de renta básica dirigida al sector cultural, otorgando a 2.000 artistas y trabajadores del arte un ingreso semanal incondicional de 325 euros, 1.300 euros mensuales. Durante tres años, sin requisitos de rendimiento ni contraprestaciones, estos beneficiarios disfrutaron de una estabilidad económica inusitada en el mundo artístico, permitiéndoles enfocarse plenamente en su labor creativa.
La iniciativa, impulsada por la entonces ministra de Cultura, Catherine Martin, nació como respuesta a la precariedad agudizada tras la pandemia y supuso una inversión total de 28 millones de dólares en el sector. Ahora, al acercarse el fin del programa en agosto, los beneficiarios y sus defensores enfrentan la incertidumbre del retorno a la inseguridad financiera, mientras crecen las voces que reclaman su extensión y conversión en una política permanente de ingreso básico universal.
Libertad creativa. Pero hay mucho más. Un informe elaborado por la socióloga Jenny Dagg, de la Universidad de Maynooth, recoge el testimonio de más de 50 participantes y revela efectos profundos que van mucho más allá del alivio económico. El ingreso permitió a los artistas experimentar, asumir riesgos y fracasar sin el temor constante a la pobreza, lo que elevó la calidad y originalidad de su producción.
Al mismo tiempo, muchos reportaron mejoras sustanciales en su bienestar emocional, incluyendo mejor sueño, menos ansiedad y una renovada confianza en su trayectoria profesional. La capacidad de dedicar tiempo al pensamiento, la investigación o la innovación, antes un lujo, se convirtió en rutina creativa. Para muchos, el programa supuso la primera oportunidad real de imaginar una carrera artística viable a largo plazo, sin sacrificar dignidad o salud.
Un laboratorio sociocultural. El piloto irlandés se ha convertido también en una referencia mundial en medio del creciente debate sobre el futuro del empleo ante la automatización y la inteligencia artificial. Con líderes tecnológicos como Elon Musk y Sam Altman abogando por la necesidad de una renta básica universal como respuesta a la disrupción laboral masiva, la experiencia irlandesa aporta evidencia concreta de que un ingreso garantizado no desincentiva el trabajo, sino que lo enriquece.
Mientras que otras iniciativas similares en Estados Unidos o Alemania han sido más limitadas, Irlanda apostó por un sector que, aunque no siempre lucrativo, es esencial para el tejido simbólico y emocional de cualquier sociedad: el arte. En este contexto, las organizaciones impulsoras como UBI Lab Network o Basic Income Ireland sostienen que no se necesitan más pruebas: el impacto positivo ya está demostrado.
El dilema del regreso. Y como en casi todos estos experimentos, hay un final. Con la conclusión del programa a la vista, muchos participantes expresan temor ante la posibilidad de que su progreso y estabilidad se desvanezcan. Las inquietudes sobre cómo mantener el impulso creativo sin ese colchón económico se extienden por todas las disciplinas artísticas.
El ministro de Cultura, Patrick O’Donovan, ha reconocido el valor del piloto y se ha comprometido a evaluar a fondo sus resultados antes de proponer nuevas medidas, aunque aún no hay certeza sobre una posible ampliación. Mientras, los promotores insisten en que la renta básica no es solo una política económica, sino una herramienta esencial para hacer frente a las múltiples crisis del presente (económica, social y ecológica) devolviendo tiempo, agencia y salud a quienes crean, interpretan y enriquecen la vida cultural de la nación.
Lecciones. Así, y aunque el futuro de esta renta básica irlandesa aún es incierto, su impacto ya ha dejado una huella más que positiva en la vida de miles de artistas y en el debate global sobre el valor del trabajo no convencional. Lejos de convertirse en un mero experimento, el programa ha demostrado que dar a las personas un mínimo de seguridad puede liberar su máximo potencial.
Si se quiere también, en un mundo que se aproxima vertiginosamente a una nueva e impredecible revolución tecnológica, la pregunta que plantea Irlanda no es tanto si podemos permitirnos implementar una renta básica, sino, quizás, si realmente podemos permitirnos no hacerlo.
Imagen | PxHere
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Irlanda probó una renta básica de 1.300 euros para 2.000 artistas. Ha salido tan bien que ahora no quieren que termine
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Xataka
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Miguel Jorge
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