Andalucía busca el rastro de uno de los mayores predadores que habitaron la Tierra: el megalodón

Andalucía busca el rastro de uno de los mayores predadores que habitaron la Tierra: el megalodón

Con sus cerca de 20 metros de longitud (aunque las estimaciones de su tamaño varían), el megalodón es el mayor tiburón del que tengamos constancia. Su nombre hace referencia al (enorme) tamaño de sus dientes. Dientes que son en la práctica el único legado fósil que nos ha dejado. Habitó los mares de nuestro planeta y su rango se extendía hasta lugares que hoy sería difícil imaginar. Como el valle del Guadalquivir.

Del mar al museo. El Museo de Geología de la Universidad de Sevilla (MUGUS) cuenta con uno de los varios dientes de megalodón (Otodus megalodon) encontrados en Andalucía a lo largo de los últimos 200 años. Se trata de una de las 5.000 piezas que alberga este museo situado en el campus universitario.

Los megalodones son una especie extinta de tiburones que destacan por su tamaño. Debido a que tan sólo conservamos sus dientes como muestras ya que sus esqueletos cartilaginosos no fosilizaban bien, las estimaciones sobre su tamaño se basan en extrapolaciones a partir de estos fósiles dentales.

Los ejemplares adultos podían alcanzar una longitud de entre 18 y 20 metros (aunque estimaciones más conservadoras los ponen entre los 15 y los 18). La especie apareció hace unos 23 millones de años, en el periodo geológico del Mioceno; y se extinguieron hace unos 2,8 millones de años, ya en el Plioceno.

Cazador y presa. El diente no es la única prueba de la presencia del megalodón en el sur de la península con la que cuenta el MUGUS. La tierra entonces sumergida podría haber sido uno de los cotos de caza en los que el tiburón atrapaba ballenas.

El cráneo fosilizado de una de estas ballenas que muestra fracturas e incisiones consistentes con el ataque de un megalodón complementa la colección del museo. Este segundo fósil en cuestión perteneció a un ejemplar que vivió hace unos siete millones de años y fue cedido al museo por el ayuntamiento de Burguillos (Sevilla).

El valle bajo el mar. La deriva continental y otros cambios geológicos han propiciado que estos fósiles marinos hayan podido ser encontrados a kilómetros de los  límites costeros actuales. Pero más allá de ejercer como testigos de cambios ocurridos en periodos pasados, estos fósiles también nos ayudan a comprender la extensión del hábitat de animales desaparecidos hace millones de años como el megalodón, e incluso poder intuir cuáles podían ser sus caladeros para la caza.

“Hay que imaginarse a estos solitarios superdepredadores acechando desde las profundidades marinas de este mar de Sevilla a los grupos de ballenas, sorprendiéndolas mediante un veloz ascenso e impactando sus fauces en la presa, posiblemente elevándose pocos metros en el aire”, explicaba en un comunicado Fernando Muñiz, investigador de la Universidad de Sevilla.

Del siglo XIX al XXI. Tal u como explica la Universidad de Sevilla en el mismo comunicado, el diente del museo fue obtenido por Antonio Machado y Núñez, un naturalista y médico gaditano del siglo XIX, fundador del Gabinete de Historia Natural sevillano, institución predecesora del MUGUS. Machado y Núñez fue también abuelo de los poetas Antonio y Manuel Machado.

Machado y Núñez pudo ser uno de los primeros en documentar dientes de megalodón en el valle del Guadalquivir, pero no fue desde luego el último. En 1981 un diente apareció en el municipio de Porcuna, provincia de Jaén. El municipio que alberga la antigua ciudad romana de Obulco fue testigo del hallazgo de un reto mucho más antiguo, unos 10 millones de años más.

En 2012, por ejemplo, dos dientes de megalodón fueron descubiertos en el municipio de Lepe. El municipio onubense volvió a las noticias con un tercer diente hallado en 2014. También en la provincia de Huelva, entre ambos descubrimientos, otro diente fue descubierto, esta vez en el municipio de Beas.

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Imagen | Universidad de Sevilla / Karen Carr/Virginia Museum of Natural History

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La gente está olvidando lo que le pasó durante la pandemia (porque el trauma se olvida)

La gente está olvidando lo que le pasó durante la pandemia (porque el trauma se olvida)

Uno de los chascarrillos habituales durante la pandemia hablaba de cómo el confinamiento y la excepcionalidad habían trastocado nuestra noción del tiempo. Ahora todo aquello parece alejado en el tiempo pese a que han pasado unos tres años y medio de los primeros casos en Europa. Medio año después del fin de las mascarillas en el transporte público, la pandemia parece algo de otra era.

Las mascarillas son, quizás, un factor importante. Hasta febrero, su presencia en el transporte público servía como recordatorio diario de la pandemia, pero esto quedó restringido a ámbitos sanitarios como hospitales o farmacias, lo que implica que desde ya hace unos meses no contemos con recordatorios cotidianos de la pandemia.

Como explica el psicólogo y neurocientífico  de la Universidad de Duke, Kevin LaBar a la cadena de televisión estadounidense ABC, “ahora que no tenemos todos los mismos recordatorios visuales, (cosas como las mascarillas o el distanciamiento social o estar en Zoom todo el tiempo) hay una forma natural en la que el cerebro compartimentaliza las cosas.”

Pero para recordar no hacen falta recordatorios constantes de la pandemia, el olvido va más allá.  Nuestro cerebro elimina recuerdos y algunos expertos creen que lo hace con una eficacia y una intención comparable a la que aplica cuando los crea. Incluso es posible que utilice herramientas semejantes.

Olvidar puede ser una forma de optimizar el funcionamiento de nuestro cerebro, asumiendo que éste, como un ordenador, no puede almacenar recuerdos sin límite o sin perjuicio de otras funciones. Pero olvidar también puede ser una forma de protegernos del trauma.

“Olvidar no solo es normal, sino que es necesario para nuestra salud mental”, señalaba hace unos meses el neurólogo Scott A. Small, director del Centro de Investigación de la Enfermedad de Alzheimer, en un artículo para The New York Times.

La pandemia supuso todo un reto para la salud mental de la mayoría, pero por motivos muy diversos, ya fuera la incertidumbre generada por la situación sanitaria, la percepción de encierro generada por las restricciones… Diversos estudios e informes trataron de evaluar el impacto de la pandemia en nuestro bienestar psicológico tanto en España como en el resto del mundo. Un ejemplo de ello fueron las encuestas realizadas por el Instituto de Salud Carlos III, en la que un tercio de los encuestados apuntaba a un empeoramiento de su salud mental.

Durante la pandemia experimentamos una combinación antitética entre lo excepcional de la situación y la monotonía del encierro, acompañado todo ello con saturación informativa. La monotonía no es amiga de la creación de recuerdos, por lo que más allá de memorias genéricas y con la salvedad de personas a quienes la pandemia sí pudo cambiar la vida, para el común de los mortales ésta fue una época quizá incluso más anodina de lo habitual.

Pero la relación entre memoria y pandemia no acaba ahí. Durante la emergencia sanitaria algunos repararon en que nuestra memoria en sí misma había perdido capacidades. Esto pudo deberse a factores como la pérdida de calidad de sueño o, más genéricamente, al estrés.

Las limitaciones de nuestra memoria a corto plazo también podrían estar vinculadas con nuestras dificultades para generar recuerdos a largo plazo. De ahí que sea posible que la pandemia se convirtiera en una época tan poco memorable en sí misma.

La vuelta a la rutina tuvo, además una circunstancia muy completa: el vuelco que la agenda informativa tuvo tras la entrada de tropas rusas en Ucrania en marzo de 2022.

La invasión acaparó los minutos de informativos y páginas de periódico, lo que supuso una reducción abrupta del peso de la pandemia en las vidas de la gente. Por si eso fuera poco, otros asuntos como la inflación, la emergencia climática y diversas elecciones terminaron por acaparar todo el protagonismo.

Cabe recordar también que, tres años y medio después no todo el mundo ha olvidado igual. Es cierto que, a nivel social, hemos olvidado la pandemia. Eso no quiere decir que todo el mundo lo haya hecho o que la mayoría haya hecho en la misma medida. Hay quienes aún arrastran la pérdida de un ser querido o síntomas de lo que vino a denominarse Covid largo o persistente.

Hay mucho que no sabemos sobre el cerebro, y cómo este genera memorias no es una excepción. Tendemos a pensar en nuestra mente como si de un ordenador se tratara (y viceversa), pero tampoco tenemos claros los límites de la analogía.

Según han ido observando los expertos a lo largo de años de estudio de nuestro cerebro, la información que procesamos es codificada en regiones específicas del cerebro, como la amígdala o el hipocampo. El sueño es un proceso clave que nos ayuda a fijar las memorias a largo plazo. Algunos expertos creen que el hipocampo es el que indexa nuestras memorias, ahora distribuidas a lo largo de las neuronas de nuestro cerebro. Sería por eso el hipocampo también el encargado de recuperar esa memoria cuando nuestro cerebro lo considera apropiado.

El cerebro es el órgano más complejo de nuestro cuerpo y el más indescifrable. Es por eso que muchas de sus operaciones son aún un misterio. Lo que sí sabemos es que en ocasiones olvidar es perfectamente sano y normal. Muchos preveían ya hace años que el olvido sería rápido. Podemos olvidar la pandemia pero no debemos olvidar las lecciones aprendidas durante ella.

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Imagen | Manuel

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La meteorología más extrema no está en nuestro planeta: algunas de las lluvias más extrañas conocidas por los astrónomos

La meteorología más extrema no está en nuestro planeta: algunas de las lluvias más extrañas conocidas por los astrónomos

Puede que nunca llueva a gusto de todos, pero lo que sí sabemos es que la vida como la conocemos en la Tierra y el hecho de que en nuestro planeta las precipitaciones sean de agua, vienen de la mano. Podría parecer una perogrullada, claro que las precipitaciones en la Tierra son de agua, ¿qué más podría llover?

Pues, por lo que sabemos de otros planetas, muchas cosas y en muy diversos estados de la materia. El agua es bastante común en el universo pero raras veces se presenta en estados líquido y gaseoso en la superficie de planetas, puesto que cuando no se congela como en las lunas heladas de nuestro sistema solar, acaba siendo arrastrada por los vientos solares como ocurrió en Marte.

Sin salir de nuestro sistema solar, en Venus podemos encontrar una forma de lluvia que podríamos considerar extrema: ácido sulfúrico. Debido a las variaciones en temperatura y presión, este compuesto tan solo hace parte del trayecto de descenso en estado líquido. Llegado a cierto límite se vuelve a convertir en gas antes de llegar a la superficie del planeta.

Las precipitaciones de ácido sulfúrico no son ajenas a la Tierra, y es que uno de los agentes causantes de la lluvia ácida era, precisamente, este compuesto, causado por la interacción entre moléculas de agua en la atmósfera y moléculas de dióxido de azufre. Estas últimas podían ser de origen natural (causadas por un volcán, por ejemplo) o procedentes de las industrias, si bien este tipo de emisiones se han reducido en las últimas décadas.

En Marte en cambio las precipitaciones son sólidas: nieva. En el planeta rojo tampoco es agua lo que forma las precipitaciones, sino que lo que nieva es dióxido de carbono. Uno de los compuestos que más afecta al clima terrestre (en forma de gas, aquí), esta lluvia podría ser una de las características más amables del hostil clima marciano.

La lluvia va más allá de los pequeños planetas rocosos. Los gigantes de gas y hielo también pueden tener fenómenos semejantes a la lluvia. En planetas como Saturno el helio puede separarse del hidrógeno y formar pequeñas gotas, más pesadas, que descienden hacia el interior del planeta. Aún sabemos muy poco sobre este fenómeno, como es poco lo que sabemos sobre los dos gigantes gaseosos de nuestro sistema y sus atmósferas.

Sin embargo algunas de sus lunas sí han podido ser estudiadas a nivel superficial. Y en Titán podemos encontrar un ejemplo extraño, no por lo diferente que es a la Tierra sino por lo similar. Los expertos creen que este satélite de Saturno cuenta su propio ciclo del agua, solo que no es agua sino metano lo que circula entre su superficie y su atmósfera.

El dinero no cae del cielo, pero si te encuentras en Urano o en Neptuno, algo también muy valioso puede caerte encima: diamantes. Por supuesto poco duraría tu felicidad porque la vida humana no es compatible con las condiciones extremas que permiten que estos planetas tengan sus propias lluvias de diamantes.

¿Y fuera de nuestro sistema solar? Los astrónomos también han puesto sus ojos en planetas más allá de la órbita del Sol, exploanetas, y sus atmósferas. También ahí pueden encontrarse precipitaciones extremas.

Como hierro. WASP-76b tiene quizás la lluvia más brutales de los planetas conocidos, ya que su elevada temperatura, que supera los 1.700º C. Los expertos que han analizado el planeta consideran que en su atmósfera es posible que el hierro llegue a evaporarse para después condensarse en gotas líquidas y caer a la superficie del planeta.

Como en Urano y Neptuno, en HAT-P-7b las precipitaciones podrían caer a menudo en estado sólido y, como en estos dos gigantes helados, estar compuesta por eso que en la Tierra consideramos piedras preciosas. En el caso del exoplaneta, no se trataría de diamantes sino de zafiros y rubíes creados por la solidificación de la materia que albergan sus nubes de óxido de aluminio.

Lluvia, nieve, granizo… son todos términos acuñados en su mayoría en tiempos en los que el agua caía del cielo sin que se supiera exactamente por qué. Eso no impide que podamos extrapolarlos a la meteorología de otros planetas ahora que entendemos mejor nuestro ciclo del agua y lo que ocurre en otros planetas de nuestro entorno y en los más lejanos.

Comprender la meteorología extraterrestre es, además, clave si queremos visitar otros planetas. El rover Perseverance, por ejemplo, partió hacia Marte con la más avanzada estación meteorológica interplanetaria creada por el ser humano. Sabemos también, por ejemplo, que el hostil Venus cuenta con una región atmosférica con unas condiciones meteorológicas que podrían ser “agradables” para la percepción humana, lejos claro de la lluvia ácida de las capas interiores.

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Imagen | Exoplaneta LP 791-18 d, Chris Smith (KRBwyle)/NASA Goddard Space Flight Center

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Ni dodos ni mamuts, la nueva gran promesa de la desextinción son los antibióticos neandertales

Ni dodos ni mamuts, la nueva gran promesa de la desextinción son los antibióticos neandertales

Mientras algunos equipos de biólogos tratan de resucitar especies enteras, otros se conforman con algo algo más asequible pero quizás con mayor impacto sobre nuestro bienestar: recuperar moléculas extinguidas con nuestros antepasados. Es la desextinción molecular, y entre sus primeros objetivos están los antibióticos neandertales.

Homo neanderthalensis y H. denisova (neandertales y denisovanos) son las especies homíninas más cercanas al humano contemporáneo (Homo sapiens). También han sido los protagonistas de un nuevo trabajo que trataba de buscar en la genética de estas especies nuevos antibióticos con los que tratar las infecciones bacterianas que suponen una amenaza creciente por culpa de la aparición de bacterias cada vez más resistentes a los tratamientos.

Los esfuerzos por recuperar especies extinguidas y los de quienes buscan recuperar moléculas parten de comienzos semejantes. Lo primero es recuperar tantos segmentos del ADN de los restos hallados como sea posible.

Puesto que los restos que hallamos pertenecen a individuos que vivieron hace decenas e incluso cientos de miles de años, recuperar genes es muy complicado, pero cuanto más completos sean estas secciones mayor será la probabilidad de extraer información útil.

Aun tratándose de muestras incompletas del mapa genético de los homíninos extintos, la cantidad de información a procesar es vastísima. Los investigadores responsables de este estudio entrenaron un modelo de inteligencia artifical, panCleave, para buscar qué secciones de la cadena de ADN tendrían codificadas qué proteínas, y cuáles de estas moléculas asociadas podrían, potencialmente, servir como antibióticos hoy en día.

Una vez sitnetizadas estas moléculas con potencial antibiótico el siguiente paso fue el de probar la capacidad de las moléculas más prometedoras in vitro e in vivo, utilizando ratones como modelos animales, para confirmar su potencial bactericida y también anticipar posibles efectos indeseados.

Las pruebas empíricas no siempre coincidieron del todo con lo anticipado: algunas de las moléculas no eran capaces de matar las bacterias, mientras que otras requerían dosis muy altas para cumplir esta función. Ahora, los detalles de este proceso han sido publicados en un artículo en un artículo en la revista Cell Host & Microbe.

Detrás de este esfuerzo se encuentra el gallego César de la Fuente, quien encabeza el Molecular Biology Group de la Universidad de Pensilvania. De la Fuente y su equipo son los responsables también de haber dado nombre a este proceso de “desextinción molecular” (‘molecular de-extinction’).

Crear medicamentos es un proceso costoso, largo y sin garantías de éxito, y es en este contexto en el que la desextinción molecular puede jugar un papel determinante. Esta nueva herramienta promete condensar años de investigación y desarrollo en un proceso de dos pasos.

Superbacterias

Las bacterias resistentes a los antibióticos son una de las amenazas que trata de afrontar la medicina moderna para no acabar retornando a la era en la que las enfermedades infecciosas diezmaban las poblaciones de todas las sociedades humanas: la era post-antibióticos.

Se estima que en 2019 las bacterias resistentes a los antibióticos acabaron con la vida de entre 1,2 y 5 millones de personas. A esto hay que añadir numerosas infecciones que no llegan a causar la muerte y el hecho de que si nada cambia la situación irá empeorando progresivamente.

A la desexinción aún le queda camino por recorrer. Aun habiendo sido capaces de sintetizar moléculas partiendo de genes de homíninos extintos, éstos “nuevos” compuestos aún deben pasar por todos los filtros propios de cualquier tratamiento farmacológico. Por ahora los primeros candidatos no han logrado una gran tasa de éxito en laboratorio y aún quedan por comprobar aspectos fundamentales como la facilidad con la que los agentes infecciosos puedan desarrollar también resistencia a estos compuestos.

Otro aspecto que podría traer cola tiene que ver con cómo podría aplicarse la legislación sobre patentes y propiedad intelectual a estos casos. Este es un aspecto que atañe a otras formas de desextinción, como mamuts, dodos o tigres de Tasmania. El consenso presente impide patentar aquellas sustancias que se dan de manera natural en nuestro entorno (aunque existen mecanismos de compensación para que empresas que aprovechan este servicio ecosistémico compensen a los países que protegen los ecosistemas en los que se dan estas sustancias).

La desextinción, sin embargo, es terreno desconocido. Muchos de los esfuerzos en recuperar especies pueden vincularse a este interés en buscar en sus genes formas de sintetizar compuestos “perdidos” para la naturaleza. Si bien la desextinción de animales puede traer dilemas éticos y retos legislativos, centrarse en la recuperación de “simples” moléculas puede hacer más sencillo el proceso.

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Una buena parte de la costa de Perú se está volviendo más verde. No es nada bueno

Una buena parte de la costa de Perú se está volviendo más verde. No es nada bueno

La vegetación está ganando terreno en la costa peruana y, pese a lo que pudiera parecer, no es una buena noticia. Esa es la conclusión más importante de un reciente estudio realizado a través de datos satelitales y corroborada a pie de monte.

Más verde, no mejor. El trabajo, encabezado por investigadores de la Universidad de Cambridge, ha constatado un curioso fenómeno: la vegetación se está expandiendo y está haciendo la costa peruana más verde. El motivo por el que este fenómeno haya sido recibido con pesimismo es que los expertos lo ven como un síntoma más de una serie de cambios sobre la región. Cambios que podrían tener impactos negativos sobre la agricultura andina.

Con los pies en la Tierra. El análisis realizado por este equipo partió de observaciones satelitales. No en vano el estudio fue publicado recientemente en la revista Remote Sensing. Tras analizar las observaciones satelitales compiladas entre el año 2000 y 2020, el equipo refinó los modelos para evitar posibles errores y asegurarse de que los datos no los estaban engañando: el área se estaba reverdeciendo

Tan sorprendentes fueron estos primeros resultados que Lepage y su equipo decidieron contrastarlos in situ. El trabajo de campo les permitió afianzar lo observado vía satélite. Fue así que pudieron también comprobar los detalles de este cambio.

Diversidad. La franja a la que aluden está situada ente los Andes y el océano y abarca 2000 kilómetros que se expanden más allá del sur de Perú para adentrarse en el norte de Chile. Tal como explica Eustace Barnes, uno de los responsables de la investigación, la franja verde asciende la cordillera según nos desplazamos hacia el sur.

Si en el norte de Perú la zona reverdecida se encuentra a entre 170-780 metros sobre el nivel del mar, cuando llega al sur se encuentra ya a 2.600-4.300 msnm.  “Esto es contraintuitivo, ya que esperaríamos que las temperaturas de la superficie cayeran tanto al desplazarnos hacia el sur como al ascender en altitud.”

El área reverdecida parece no entender tampoco de zonas climáticas: mientras que en el norte abarca una zona correspondiente al desierto árido y caliente en la clasificación Köppen-Geiger; en el sur transita hacia la estepa árida y fría, pasando antes por la estepa cálida y árida, explica Barnes.

Las lomas. Encapsuladas entre las cumbres andinas y el océano Pacífico, las lomas son ecosistemas causados por un microclima peculiar, donde las precipitaciones son muy reducidas pero la vegetación puede subsistir gracias a la neblina arrastrada desde el mar. Esto genera una suerte de oasis en una región, el Atacama, que contiene zonas consideradas las más secas del mundo, y también es uno de los ecosistemas que ha florecido como parte de este reverdecimiento.

Las lomas se extienden a lo largo de 2.800 kilómetros de esta franja costera, pero su extensión varía dependiendo de aspectos como la Oscilación del Sur-El Niño (ENSO), que puede hacer que muchas de ellas desaparezcan durante años hasta que la oscilación vuelve a generar un evento de El Niño que rehumedezca el litoral y devuelve estos ecosistemas a su esplendor.

Este es uno de los factores que ha asombrado a los expertos. Durante los últimos años la región ha vivido una serie de eventos de La Niña consecutivos y no ha sido hasta este año que se ha constatado la llegada de El Niño. Esto no ha impedido que, durante las dos últimas décadas la vegetación en esta franja costera haya ido expandiéndose poco a poco.

El canario en la mina. Los expertos creen que lo que podemos percibir como positivo a la hora de preservar este ecosistema tan singular, puede traer consecuencias nefastas en otros contextos. El equilibrio del agua es clave para el desarrollo de la agricultura en esta región, y

“Esto es una señal de aviso, como un canario en la mina. No hay nada que podamos hacer para parar cambios a una escala tan grande”, explicaba en una nota de prensa Hugo Lepage, otro de los autores del estudio. “Pero saber sobre ello puede ayudar a planear mejor para el futuro.”

No es el primer caso en el que ver a un ecosistema volverse verde desata ciertas alertas. Hace unas semanas, por ejemplo, otros expertos comprobaban que los océanos estaban adquiriendo un tono más verde como consecuencia del cambio climático. La eutrofización es otro caso habitual, en el que una expansión repentina de la vida vegetal acuática acaba perjudicando al ecosistema. Aquí, de nuevo, más verde no quiere decir mejor.

En Xataka |

Imagen | Hugo Lepage/Valerio Pillar

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Llevamos décadas tratando de averiguar por qué engordamos. La ciencia cada vez lo tiene más claro

Llevamos décadas tratando de averiguar por qué engordamos. La ciencia cada vez lo tiene más claro

Poco a poco nos vamos dando cuenta del tremendo impacto que nuestro bioma tiene en nuestra salud y bienestar. Ahora un nuevo estudio acaba de vincular las bacterias que viven en nuestro cuerpo con nuestra capacidad para adelgazar. O, más bien, con nuestra incapacidad.

En nuestro tracto intestinal pueden encontrarse millones de bacterias, generalmente inocuas o incluso beneficiosas para el funcionamiento de nuestro aparato digestivo. Sin embargo estas bacterias pueden a veces librar endotoxinas. Estas son fragmentos de la bacteria que son liberados cuando se rompe la membrana celular de estas bacterias. Como su propio nombre indica, se trata de toxinas, si bien no suelen causar problemas a no ser que alcancen la corriente sanguínea.

Pero uno de estos potenciales problemas está en nuestro metabolismo según un estudio reciente realizado por un equipo europeo de investigadores. Según el trabajo, estas endotoxinas complicarían un proceso clave a la hora de “quemar” nuestra grasa.

La clave estaría en las células adiposas blancas y marrones o pardas. Las células grasas o adipocitos son las células que almacenan la grasa, pero también cumplen una función clave a la hora de metabilizarla a través de sus mitocondrias.

Aquí es donde se distinguen las células blancas y las marrones: mientras que las primeras son especialmente eficientes a la hora de almacenar la grasa, las segundas cuentan con múltiples mitocondrias, lo que las hace más eficientes a la hora de procesar esta grasa y convertirla en energía.

Las endotoxinas actuarían en la fase de transición entre células blancas y marrones, dificultando o impidiendo este proceso, poniendo así trabas a la metabolización de la grasa corporal. “Las endotoxinas del aparato gástrico reducen la actividad metabólica de las células grasas y su capacidad para convertirse en células grasas como las marrones, lo que puede ser de utilidad a la hora de perder peso”, continuaba explicando Christian.

Los investigadores creen que es entre las personas con obesidad que este problema es más frecuente. El motivo es que sus tractos gástricos serían menos resilientes y por tanto más “permeables” a estas endotoxinas, facilitando su llegada al torrente sanguíneo y de ahí a las células grasas.

Christian y su equipo realizaron un estudio (publicado recientemente en la revista BMC Medicine) en el que participaron 156 personas, de las cuales 63 entraban en la categoría de personas obesas.  26 de ellas habían recibido cirugía bariátrica, operaciones como la reducción de estómago o el bypass gástrico.

Observaron que los niveles de endotoxinas eran menores entre los participantes que habían recibido estas cirugías, por lo que señalaban que estas operaciones podrían generar así un beneficio adicional permitiendo la vuelta a la función normal en las células grasas.

En nuestro interior hay más células pertenecientes a nuestra microbiota que células propias. Este dato hace palpable algo que los expertos en salud han ido constatando especialmente a lo largo de los últimos años: que nuestro microbioma es un factor de vital importancia para nuestra salud.

Enfermedades no transmisibles como la diabetes o algunos cánceres parecen estar relacionadas con los microbios que nos habitan. Las relaciones son extremadamente complejas, para empezar porque estamos hablando de millones de microbios pertenecientes a una miríada de especies y una enorme variación entre una persona y otra en la composición de nuestra microbiota. No es de extrañar por tanto que a los investigadores les resulte tan difícil establecer relaciones entre salud y los inquilinos de nuestro cuerpo.

Tan importante es en cualquier caso la relación que nuestra misma existencia no puede entenderse como tal sin nuestro microbioma. Es por eso que algunos científicos hablan ya del ser humano como de un holobionte, no un simple individuo sino un organismo compuesto por numerosas partes pertenecientes a distintas especies. Especies de distintos reinos de la vida, como el caso de los líquenes.

Las endotoxinas pueden ser una de las múltiples interacciones que se dan entre nuestras células y estos organismos microscópicos. Una no especialmente alentadora, pero comprenderla puede ayudarnos a desentrañar este inmenso puzzle de interacciones.

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Imagen | M. Oktar Guloglu, CC BY-SA 4.0

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Hay una señal de radio llegando a la Tierra desde 1988. El púlsar del que procede esconde un importante misterio

Hay una señal de radio llegando a la Tierra desde 1988. El púlsar del que procede esconde un importante misterio

Cada 21 minutos, durante los últimos 35 años, una extraña señal de radio ha estado llegando a la Tierra. Podría parecer la premisa de una novela o una película de ciencia de ciencia ficción, pero es tan solo una de las múltiples señales captadas por la tierra procedentes de púlsares. Y a la vez, esta es distinta a las demás.

Un púlsar que no debería ser. GPMJ1839-10 no es un púlsar cualquiera. Los púlsares son estrellas de neutrones con campos magnéticos fuertes que giran alrededor de un eje. Esto los convierte en algo así como faros que emiten señales electromagnéticas que van rotando como lo hacen las luces las torres marítimas.

Lo que hace único al púlsar recién descubierto es que su frecuencia de pulso (de ahí el nombre) es extremadamente baja. Mucho más baja de lo que los científicos creían posible. No es el primer púlsar más allá de esta frontera teórica, pero es el que más se aleja de ella. La frecuencia es regular pero no así la intensidad y duración con la que sus rayos nos llegan,

El objeto se encuentra a unos 15.000 años luz de nuestro sistema solar y el equipo responsable de su descubrimiento ha comprobado a través de archivos astronómicos, que sus señales tililantes llevan llegándonos desde el año 1988.

La gran incógnita. El hecho de que este objeto desafíe lo que sabemos hoy por hoy lo que sabemos sobre púlsares y magnetares hace este descubrimiento especial. “Este objeto reseñable desafía nuestra comprensión sobre estrellas de neutrones y magnetares, que son algunos de los objetos más exóticos y extremos del universo,” explicaba Natasha Hurley-Walker principal autora del estudio.

Un hallazgo singular. Estudio publicado recientemente en la revista Nature. En su artículo, Hurley-Walker y su equipo detallan el proceso que los llevó a descubrir el singular púlsar. Los investigadores buscaban objetos semejantes a uno descubierto hace dos años, también más lento de lo que cabría esperar.

La búsqueda dio sus frutos cuando los investigadores encontraron GPMJ1839-10, “oculto a plena vista”. Lo hicieron a través del radiotelescopio Murchison Widefield Array, situado en Australia, aunque tras la localización inicial utilizaron diversos otros instrumentos en Tierra (como el MerKAT sudafricano); y en órbita (como el telescopio espacial XMM-Newton).

Finalmente, aprovecharon archivos históricos con observaciones de las últimas décadas para constatar otro dato fascinante, el largo tiempo que este curioso objeto llevaba “iluminándonos” con sus señales de radio.

Las señales más misteriosas. Los investigadores aún creen que el descubrimiento podría ayudarnos a arrojar luz sobre otro de los grandes misterios del cosmos, las ráfagas rápidas de radio (FRB), unas misteriosas señales que captan nuestros telescopios ocasionalmente y cuya naturaleza aún está por descubrir.

Protagonistas de uno de los mayores descubrimientos del año. Los púlsares han sido recientemente protagonistas principales de uno de los más importantes descubrimientos científicos del último año: el fondo de ondas gravitacionales de nuestro universo.

Para identificar estas ondas los investigadores aprovecharon la naturaleza regular de los púlsares de frecuencias muy corta. A través de pequeñísimas irregularidades pudieron comprobar cómo estas ondas surcaban el espacio-tiempo “arrugándolo” a su paso.

Quién sabe qué nueva información nos revelarán estos “faros cósmicos”.

En Xataka | Detectan por primera vez una señal de radio proveniente de Proxima Centauri, la estrella más cercana a nosotros

Imagen | ICRAR

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Siempre habíamos pensado que debíamos la vida al oxígeno. Ahora quizá también a su ausencia

Siempre habíamos pensado que debíamos la vida al oxígeno. Ahora quizá también a su ausencia

Varias decenas de millones de años antes de la llamada expansión cámbrica, la Tierra vivió un adelanto, la menos conocida explosión de Avalon. Hasta ahora los científicos creían que lo que permitió que la vida se abriera camino fue el oxígeno. Ahora tienen que replantearse esta idea.

Los primeros 2.000 millones de años de vida en la Tierra estuvieron dominados por los organismos unicelulares. Algo ocurrió después. La vida comenzó a hacerse más compleja y comenzaron a surgir organismos pluricelulares como las esponjas.

Durante las últimas siete décadas, el consenso científico se ha basado en la idea de que hace entre aproximadamente 685 y 800 millones de años comenzaron a aparecer los primeros organismos pluricelulares gracias a un cambio relevante en nuestro planeta: un aumento en los niveles de oxígeno.

Esta época de incremento en el nivel de oxígeno habría sido la que habría sentado las bases de la primera expansión de la vida en la Tierra, la explosión de Avalon, ocurrida hace unos 575 millones de años, unos 30 millones de años antes que la expansión cámbrica, la que sentó las bases de la vida tal y como la conocemos.

La expansión de Avalon habría tenido un gran impacto también sobre la vida animal. Los animales bilaterales (grupo que incluye la mayoría de los animales, desde anélidos hasta mamíferos, pasando por moluscos o insectos) habría evolucionado en este periodo. Pero esta revolución no habría sido posible sin la aparición de los primeros organismos pluricelulares en los periodos geológicos anteriores. Y esto, según lo que se creía saber hasta ahora, sólo fue posible gracias a un aumento en los niveles de oxígeno en las aguas de la Tierra.

Un equipo internacional de investigadores acaba de encontrar un problema con esta narrativa, y es que, tras realizar un análisis geológico con rocas de la época no encontraron ni rastro de este supuesto aumento en los niveles de oxígeno. Ahora la cuestión sobre qué indujo esta explosión de vida ha quedado reabierta.

“Nuestras medidas proveen una buena imagen de cuáles eran las concentraciones medias de oxígeno en los océanos del mundo en aquella época. Y es aparente para nosotros que no hubo un gran incremento en la cantidad de oxígeno cuando la fauna más evolucionada comenzó a evolucionar y dominar la Tierra. De hecho, hubo algo así como una leve reducción”, señala Christian J. Bjerrum, uno de los autores del nuevo estudio.

Para su estudio, Bjerrum y el resto del equipo estudiaron rocas sedimentarias procedentes de la cordillera montañosa situada en el norte de Omán. Estudiando los estratos de sedimentos correspondientes a la época, concretamente fijándose en  los isótopos de talio y uranio, comprobaron que el lecho marino de la época no contenía tanto oxígeno como cabría esperar.

El estudio también incorporó muestras correspondientes a la época extraídas en otros lugares, concretamente en las montañas Mackenzie de Canadá y en la garganta del Yangtze, en China.

Pero entonces, si no fue la abundancia de oxígeno lo que sentó las bases de la primera gran expansión de la vida, ¿qué es lo que pasó? No es posible saberlo por ahora, el equipo responsable del estudio tiene una hipótesis: si no fue la abundancia, quizá fue la falta.

“Es interesante que la explosión de organismos multicelulares ocurra en un tiempo con bajas concentraciones de oxígeno atmosférico y oceánico. Eso indica que los organismos se beneficiaban de niveles más bajos de oxígeno y fueron capaces de desarrollarse en paz, puesto que la química del agua protegía sus células madre de forma natural.”

Bjerrum se refiere a un fenómeno observado en el contexto de la investigación de algunos cánceres. Según explica, unos niveles bajos de oxígeno permiten mantener a las células madre bajo control hasta que llega el momento de su conversión a una célula especializada o madura. Según esta hipótesis, la falta de oxígeno ralentizaría el proceso de maduración, reduciendo el número de mutaciones de la célula y permitiendo así un desarrollo más lento pero seguro.

La vinculación entre oxígeno y vida tal y como la concebimos es innegable. Tanto que la idea de que la falta de oxígeno pudiera sentar las bases de la vida presente en la Tierra resulta contraintuitiva. Sin embargo es muy poco lo que sabemos sobre los inicios de la vida y las condiciones geoquímicas de nuestro planeta hace cientos de miles de millones de años. Lo que sí sabemos es que las pistas para descifrar el enigma están escritas en piedra.

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Si no has dormido bien, cuéntate que sí has dormido bien: cómo el efecto placebo también mejora el sueño

Si no has dormido bien, cuéntate que sí has dormido bien: cómo el efecto placebo también mejora el sueño

Hoy en día cualquier ensayo clínico tratará de medir este efecto para aislar el efecto neto del tratamiento examinado (en la medida en la que esto sea posible), pero hay también investigadores interesados en conocer mejor el efecto en sí mismo. Y los resultados de estos estudios pueden llegar a ser asombrosos, como es el caso del llamado sueño placebo.

Dormimos poco y a menudo también mal. Al menos eso es lo que se puede deducir de factores como el alto consumo de fármacos destinados a solucionar problemas de sueño.

En los últimos años algunos investigadores han intentado descubrir si el efecto placebo puede tener un efecto sobre nuestro reposo, si es capaz de compensar de alguna manera nuestra falta de sueño. La respuesta, por ahora, parece un sí.

Uno de los primeros estudios realizados en este ámbito fue el publicado en 2014 en la revista Journal of Experimental Psychology: Learning, Memory, and Cognition. Los responsables del estudio realizaron su experimento con 164 participantes, a los que en primer lugar se preguntó por su percepción sobre la calidad de su sueño.

Tras recibir una breve lección sobre la importancia de la fase REM y su duración sobre la calidad del sueño fueron sometidos a una prueba con truco. La prueba consistía en un electroencefalograma, pero los experimentadores les aseguraron que estaban midiendo el tiempo que habían permanecido en fase REM. A los participantes se les ofreció, de manera aleatoria, una lectura superior al tiempo de referencia sobre el que se les había hablado, o una lectura inferior.

Los participantes fueron finalmente sometidos a un test que medía sus funciones cognitivas, un examen en el que dormir mejor, permitiría obtener mejores resultados. El resultado fue que aquellos a los que se había dicho que habían dormido mejor obtenían un mejor resultado, en promedio, que aquellos a los que se había dicho que dormían peor.

La búsqueda continúa

Un experimento más reciente, éste publicado en 2020, secundó la idea del “sueño placebo”. El estudio fue publicado en la revista científica Journal of Psychosomatic Research, y se basó en un experimento realizado con 16 participantes.

Los participantes fueron asignados a grupos a los que se les permitía dormir 5 u 8 horas, pero el “engaño” fue al explicarles cuánto tiempo se les dio para dormir, es decir, fueron aleatoriamente informados de si habían tenido 5 u 8 horas para dormir. Tras ello se los examinó para comprobar su capacidad de vigilancia.

De nuevo, los investigadores observaron que la información que habían recibido los participantes sí modelaba su capacidad para desempeñar tareas correctamente, es decir, los que creían haber dormido ocho horas puntuaban mejor en el test. Eso sí, los investigadores llamaban la atención sobre la necesidad de estudiar con mayor detalle el asunto, y es que si bien estos no son los únicos estudios en señalar la existencia de un efecto placebo en el sueño, las pruebas son aún limitadas.

De lo que sí sabemos es de la importancia del sueño. No sólo en nuestra salud a largo plazo sino también en nuestra capacidad para mantenernos alerta y desarrollar tareas cotidianas. Dormir mal puede tener unos efectos tan nocivos como (o peores que) el alcohol sobre nuestra habilidad a la hora de realizar acciones tan importantes como conducir.

Por eso, más allá de engañar a nuestro cerebro para hacerle creer que hemos dormido bien, conviene tener en cuenta algunas estrategias que pueden ayudarnos a dormir mejor por las noches. Aquellas personas cuyos problemas de sueño están causados principalmente por la ansiedad y el nerviosismo, por ejemplo, suelen beneficiarse de técnicas de relajación como el control de la respiración.

Además de estos casos concretos, mantener una higiene del sueño apropiada es muy importante. Por higiene del sueño los expertos se refieren a una serie de pautas que nos ayudan a conciliar el sueño, como mantener unos horarios regulares, limitar la duración de nuestras siestas o controlar la temperatura y las condiciones de nuestro entorno a la hora de acostarnos, aunque esto último pueda ser difícil en verano.

Lo que hagamos en las últimas horas del día importa. Por ejemplo, aunque el ejercicio regular puede ayudarnos a dormir, debemos evitar hacerlo poco antes de acostarnos. Las luces, especialmente las luces azules pueden también atrasar la aparición del sueño. Finalmente, es conveiente evitar algunas sustancias, no sólo las que nos activan como la cafeína, sino también sustancias como el alcohol que, aun siendo relajantes pueden perjudicar la calidad de nuestro sueño.

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Hemos descubierto una estrella tan fría que podríamos alcanzar su temperatura en nuestra casa

Hemos descubierto una estrella tan fría que podríamos alcanzar su temperatura en nuestra casa

Estamos acostumbrados a oír cómo experimentos científicos como los realizados en reactores de fusión alcanzan temperaturas tan altas como las de una estrella. Sin embargo ahora sabemos que la temperatura más alta que podemos alcanzar en nuestros hogares supera a la temperatura más baja a la que puede existir una estrella. Gracias al descubrimiento de la estrella más fría conocida hasta la fecha.

WISE J0623. La estrella recién descubierta, WISE J0623, es una enana marrón, un tipo de estrella que existe en la frontera de lo que podríamos considerar una estrella propiamente dicha. En estas estrellas la fusión de los átomos de hidrógeno está limitada por su escasa masa.

Su temperatura, según han calculado los astrónomos, es de “tan solo” 425º C (700 K), lo que la convierte en la estrella más fría detectada hasta la fecha. A pesar de su baja temperatura, el campo magnético de  WISE J0623 es muy poderoso, mayor incluso que el de nuestro Sol.

La más fría. Tal y como señalan Kovi Rose y Tara Murphy, dos de los autores del estudio, en un artículo en The Conversation, esta estrella es tan fría que es posible alcanzar temperaturas semejantes en hornos especializados como los empleados para cocinar pizzas.

Si bien un horno doméstico convencional no alcanza los 420º C detectados en esta estrella, existen diversas instancias en las que esta temperatura se alcanza en nuestros hogares. El motivo es que muchas llamas, desde las producidas en las chimeneas, estufas de combustión e incluso la llama de una vela, pueden alcanzar (y superar con creces) estas temperaturas.

Señales de radio. Los astrónomos se han valido para su estudio de una característica relativamente infrecuente en las estrellas: WISE J0623 emite señales de radio. Hasta la fecha los astrónomos tan sólo han sido capaces de detectar ondas de radio de un millar de estrellas de los miles de millones existentes en nuestra galaxia.

Como explican Rose y Murphy, los instrumentos con los que contábamos y el hecho de que luz y ondas de radio estelares se produzcan por procesos distintos están detrás de que hayamos sido capaces de detectar tan sólo una fracción minúscula de este tipo de ondas.

Sin embargo se trata de ondas que nos permiten conocer numerosos detalles, no sólo sobre una estrella, sino también sobre su entorno. Y es gracias a esto que el equipo de investigadores fue capaz de estimar la temperatura a la que se encuentra WISE J0623.

Tres instrumentos, una señal. Gracias a la progresiva mejora en la sensibilidad y cobertura de los nuevos radiotelescopios con los que cuentan los astrónomos, la detección de estrellas con emisiones más débiles comienza a ser posible. El descubrimiento de la señal de radio de  WISE J0623 fue posible gracias al Australian SKA Pathfinder, un telescopio cuya gran cobertura le ha permitido examinar el 90% de la bóveda celeste.

Las señales de radio, infrecuentes en estrellas, suelen proceder a menudo de los centros galácticos activos, es decir, de los agujeros negros supermasivos alrededor de los cuales se configuran las galaxias vecinas. Para comprobar la naturaleza de WISE J0623, los astrónomos aprovecharon la polarización circular característica de estrellas y púlsares. Con  filtros de polarización consiguieron eliminar señales procedentes de otros orígenes e identificar así el objeto como una estrella o enana marrón.

Tras estas primeras comprobaciones, los investigadores realizaron un seguimiento del objeto a través de otros dos radiotelescopios, el CSIRO’s Australian Telescope Compact Array, y el MeerKAT telescope operated by the South African Radio Astronomy Observatory. Gracias a cuyas observaciones pudieron, entre otras cosas, estimar la temperatura del objeto. Los detalles sobre esta investigación fueron publicados en un artículo en la revista The Astrophysical Journal Letters.

Una frontera difusa. Las enanas marrones se encuentran en la frontera entre los objetos estelares y los gigantes gaseosos como Júpiter. Las enanas marrones suelen tener una masa (aproximada) de entre 10 y 90 veces la de Júpiter, el mayor gigante gaseoso de nuestro sistema solar.

Estos objetos no siempre cuentan con la masa suficiente como para comenzar a desarrollar reacciones de fusión como las que hacen que las estrellas convencionales emitan energía. Cuando lo logran son consideradas estrellas, si bien tampoco alcanzan la capacidad de las estrellas convencionales para fusionar los isótopos más ligeros del hidrógeno, aunque sí deuterio.

Su posición fronteriza entre lo planetario y lo estelar hace estos objetos especialmente interesantes. Tan sólo hace unas semanas otro equipo de astrónomos anunciaba un hallazgo en el otro extremo: la enana marrón más caliente, capaz de superar los 7,700º C (8,000 K), una temperatura superior a la que se da en la superficie de nuestro Sol, posiblemente alcanzada gracias a que esta otra enana orbita muy de cerca a su propia estrella.

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Imagen | NOIRLab/NSF/AURA/P. Marenfeld/William Pendrill

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