Un thomasson en mitad de Extremadura: la ciudad que construyó un puente y se le movió el río

Un thomasson en mitad de Extremadura: la ciudad que construyó un puente y se le movió el río

Parece que fue en 1518. Los historiadores aún discuten sobre si, en sus  cimientos, había o no un puente romano o medieval; pero parece que fue  en 1518 cuando, a los pies de la Catedral de la Asunción, el puente de  piedra de Coria empezaba a desafiar a las aguas del río Alagón.

Pero  el desafío no duró mucho. Según la tradición popular, el 1 de  noviembre de 1755 (justo mientras Lisboa sufría el gran terremoto que  hoy conocemos por su nombre) el agua dejó de correr bajo el puente.

Y así sigue hasta ahora: un puente solo en mitad de un montón de campos.

Cada  río ha sido muchos ríos. Es un complejo sistema que integra todo el  entorno que le rodea; su cauce, su llanura aluvial. Eso quiere decir  que, con el tiempo, a medida que ese entorno cambia, el río cambia.

En  zonas llanas, los ríos tienden a buscar el camino más sencillo: las  partes más fáciles de erosionar. Por ello es muy común que, al llegar a  una región como la que rodea a Coria, el río se empieza a dividir en  brazos, creando un sistema de “capilares” que convierte las vegas en  sitios muy fértiles y que facilita la aparición de meandros y brazos  secundarios.

Eso es lo que parece que ocurrió en Coria. Mucho  antes de aquel día de noviembre de 1755, las distintas inundaciones del  río habían dañado la estructura del puente y, casi con toda seguridad,  brazos secundarios. Esas son las conclusiones de Emilio M. Arévalo  Hernández, jefe de Servicio de Infraestructuras Hidráulicas de la Junta  de Extremadura que ha estudiado los registros históricos relacionados  con el puente.

Puede ser, no obstante, que fuera finalmente el terremoto lo que provocó que el agua dejara de pasar bajo el puente.

Ni un siglo después de su construcción, el Ayuntamiento ya se había visto obligado a comprar una barcaza para  facilitar la salida de la ciudad hacia el sur. Buena parte del ‘tráfico’  se había desviado por la barca, pero con el agotamiento del brazo del  río sobre el puente, Coria se había quedado sin puente y se quedaría sin  el hasta principios del siglo XX.

Unas décadas más tarde,  coincidiendo con una visita real, los mejores ingenieros de la provincia  trataron de devolver el río a su cauce original, pero fueron incapaces  de hacerlo. De ahí el dicho “Coria es una ciudad sin rio y un río sin  ciudad”.

Un thomasson en mitad de Extremadura. En los años  ochenta, el artista japonés Akasegawa Genpei acuñó el término thomasson  para las “unas reliquias o estructuras inútiles que se ha conservado como  parte de un edificio o del entorno construido” [transformándose en]  “una obra de arte en sí misma”.

Se refería a escaleras que no  van a ningún sitio, puertas que dan al vacío y balcones sin acceso. O  puentes sin río. Cosas que podrían pasar perfectamente por obras de arte  conceptual, pero que han sido creados por el azar, el destino o, como  me gusta verlo a mí, el sentido del humor del universo.

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Imagen | Turismo de Coria

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Por supuesto que Andalucía corre riesgo de tsunamis. Casi del 100% en los próximos 30 años. Pero no del modo en que imaginamos

Por supuesto que Andalucía corre riesgo de tsunamis. Casi del 100% en los próximos 30 años. Pero no del modo en que imaginamos

El día de Todos los Santos de 1755 será recordado siempre por el gran terremoto de Lisboa. Aquel día, la capital portuguesa recibió tres golpes: un salvaje terremoto de casi seis minutos, tres olas de entre 6 y 20 metros y cinco días de incendios. De los 275.000 lisboetas que había en aquel momento, 90.000 acabaron muertos.

Pero aquel terremoto no se quedó allí. Se estima que casi 10.000 personas murieron en las costas de Marruecos y que, en España, la situación no fue mucho mejor. Se estima que murieron unas 20.000 personas solo en Andalucía.  Y no parece demasiado teniendo en cuenta que Cádiz, por ejemplo, fue engullida por una pared de agua de 12 metros de altura.

Ese es solo el peor tsunami del que tenemos noticia. Las costas de Andalucía han sufrido muchos más. Sobre todo, en la costa oriental donde son más frecuentes, pero tienden a ser más pequeños.  Después del de 1755, hay documentados maremotos en 1790, 1804, 1954, 1969, 1975 y 1978. Todos ellos categorizados como leves.

El último, aunque pueda parecer sorprendente, tuvo lugar hace justo 20 años. En 2003 un maremoto cerca de Argelia creo una ola que, aunque llegó muy debilitada a las costas andaluzas, hundió más de un centenar de barcos en las Baleares.

¿Y, cuando venta el siguiente, qué hacemos? Y es que, pese a los antecedentes, ni la Junta de Andalucía ni el Gobierno de España no tenía ningún plan. Inexplicablemente. Hace un par de años, la UNESCO ya avisó que la probabilidad de que se produzca una ola superior a seis metros en el Mediterráneo en los próximos30 años era casi del 100%.

Por suerte, tras la polémica que levantaron los casos de la Unesco, la situación empezó a cambiar. Hace un par de años Interior anunció un plan de alerta y evacuación, y ahora San Telmo acaba de aprobar su propio plan de contingencias.

¿Y qué dicen esos planes? Nada que no sepamos. Para empezar, las áreas con más riesgo son del entorno de Huelva y Cádiz. Allí, hasta 20 municipios, tienen riesgo de enfrentarse a un tsunami de gran tamaño (más de 12 metros) y se estima que tardaría en torno a una hora en llegar a la costa.

En el caso de Andalucía oriental, aunque las olas serían más pequeñas, la probabilidad es más alta y, además, el tiempo de reacción es menor. Según los modelos, una ola de más de cinco metros podría llegar a las costas de Málaga en menos de seis minutos.

Entonces... ¿habrá un tsunami en Andalucía? Lo cierto es que la pregunta tiene poco sentido. Teniendo en cuenta la historia de la comunidad y la geología que la rodea, podemos dar casi por seguro que habrá una ola de altura. La cuestión es cuándo llegará y si estaremos preparados. Por suerte, por primera vez en siglos, hemos dado los primeros pasos para estarlo. Esperemos que no sean los últimos.

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Imagen | Jose Luis Rodriguez Martinez

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Ayer fue el día más caluroso a nivel mundial desde que hay registros. El anterior récord fue anteayer

Ayer fue el día más caluroso a nivel mundial desde que hay registros. El anterior récord fue anteayer

En 2016, me tocó escribir un artículo triste. Por primera vez en la historia de la humanidad, el dióxido de carbono en el aire superó las 400 partes por millón. Esa era una de las líneas rojas que tomábamos con referencia en la lucha contra el cambio climático. No era la primera que cruzábamos, pero como dice el profesor Matt England tenía un peso simbólico importante.

Hoy hemos cruzado otra: la temperatura media del mundo, por primera vez, ha superado los 17 grados. Eso fue el lunes 3 de julio. El 4 la temperatura subió 0,17 grados más.

¿Líneas rojas? Sí, los esfuerzos globales por contener al cambio climático usan ciertos límites como referencia e inspiración: es una forma de medir la progresión de ese fenómeno global, sí; pero también es una forma de ponernos objetivos 'concretos'. Aunque luego no seamos capaces de conseguirlos.

Por eso mismo, estas líneas rojas tienen una parte importante de convención; es decir, no dejan de ser cifras elegidas con una completa combinación de criterios científicos y políticos. Nadie sabe a ciencia cierta la diferencia real entre que la temperatura suba 2 grados o 2 grados y  medio. No ocurrió ninguna catástrofe justo después de que el mundo superara las 400 ppm.

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Leon Simons

El mundo sigue calentándose. Y lo está haciendo muy rápido. O, dicho de forma más precisa, el calentamiento se está acelerando. Leon Simons, una de las figuras más conocidas en el mundillo de la visualización de datos en torno al cambio climático, explicaba hace unos meses que entre 1961 y el año 2000 la atmósfera absorbió una media de 0.53 ZJ (5.3*10^20 julios) por década. Entre 2006 y 2020 la media se disparó a 2.29 ZJ. Es decir, está calentándose cuatro veces más rápido que antes.

Analizar lo que está ocurriendo en los últimos años es complicado, pero hay un motivo por el que la serie de Simons se acaba en 2020. Lo de después es una auténtica locura.

¿Qué ha pasado? ¿Qué ha cambiado? Contraintuitivamente, según Simons, el motivo podría ser que contaminamos menos. Simons está convencido de que el Atlántico norte y el Pacífico norte estaban "artificialmente" fríos por la contaminación (en especial, relacionada con el azufre) de la marina mercante que unía Europa, América y Asia. No lo sabíamos (o, al menos, no éramos plenamente conscientes), pero era así.

Y, entonces, llegó 2020. La pandemia hizo que durante meses se interrumpiera el flujo constante de cargueros entre los principales puertos del mundo y, justo después, una importante serie de normativas empezaron a limitar las emisiones de este tipo de componentes. La suma de todo esto pudo tener como consecuencia imprevista el calentamiento "imprevisto" de la superficie del mar.

Los océanos tienen una inercia térmica enorme y, una vez que han empezado a calentarse, es difícil frenarlos. El empujón de 2020 ha podido ser justo lo que necesitaba el océano para cambiar dinámicas muy bien asentadas: la desaparición del anticiclón de las Azores es un buen ejemplo.

Y esto último es la clave. Decía antes que no pasó nada extremadamente reseñable en 2016, pero lo cierto es que sí que están pasando cosas ahora mismo. Lo comentaba el propio Simons: estas cosas (el calor) están empezando a llegar a "aquellos que no cuentan los julios y los flujos radiativos"; a la gente normal.

Y lo cierto es que, como explican en Carbon Brief, los números cuadran: vamos de cabeza a constatar que el problema climático es mucho más complejo de lo que parece. Que no solo estábamos haciendo 'geoingeniería' con las emisiones de CO2 o metano, que había otras muchas cosas que interferían con el mundo y no pensar estratégicamente puede meternos en problemas descomunales.

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Imagen | Climate Reanalyzer 

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La Organización Meteorológica Mundial acaba de declarar oficialmente El Niño: esto no tiene marcha atrás

La Organización Meteorológica Mundial acaba de declarar oficialmente El Niño: esto no tiene marcha atrás

"Por primera vez en siete años, en el Pacífico tropical imperan condiciones características de El Niño". Era lo único que faltaba. Tras la confirmación de la NOAA norteamericana, el mundo lleva días mirando a la ONU esperando que moviera ficha. Y lo acaba de hacer.

La OMM, el portavoz autorizado de las Naciones Unidas sobre el tiempo, el clima y el agua, dice que El Niño ya está aquí y que hay "una probabilidad del 90 % de que [...] sigua durante el segundo semestre de 2023". "Nos queda El Niño para rato", decía hace unos minutos el portavoz de AEMET.

Nos espera un El Niño largo e intenso. De hecho, la OMM ya da por supuesto que, como poco, hablaremos de una intensidad moderada. Las esperanzas de que se trate de un episodio de poco impacto ya no están ni encima de la mesa. Y parece que es precisamente eso lo que ha motivado su "declaración oficial"

¿Por qué hace el anuncio ahora? Fundamentalmente, porque este anuncio “es la manera de indicar a los gobiernos de todo el mundo que se preparen para limitar los efectos que este pueda tener para nuestra  salud, nuestros ecosistemas y nuestras economías”, explicaba el Secretario General de la OMM, Petteri Taalas.

Al fin y al cabo, como venimos anunciando desde hace semanas, El Niño "aumentará considerablemente la probabilidad de que se batan récords de  temperatura y se experimente un calor más extremo en muchas partes del  mundo y en los océanos”.

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Leon Simons

Récords de temperatura. Tampoco es la primera vez que la OMM dice esto. En mayo, la misma OMM estimó que había un 98% de probabilidades de que "al menos uno de los próximos cinco años y el quinquenio en su conjunto fueran los más cálidos jamás registrados". No es difícil, eso sí.

De hecho, el mundo ya está en récord de temperaturas. Ahora mismo, de hecho. Por primera vez desde que tenemos registros, la temperatura media del planeta ha superado los 17 grados. Es verdad que esto es un hecho puntual (y que las variaciones estacionales la harán bajar), pero con estos mimbres... la previsión de la OMM se vuelve casi un lugar común.

¿Qué significa realmente todo esto? Por un lado, El Niño conlleva "un incremento de la pluviosidad en algunas zonas meridionales de América del Sur, el sur de los Estados Unidos, el Cuerno de África y Asia Central". Por el otro, provoca "graves sequías en  Australia, Indonesia, algunas partes del sur de Asia, América Central y el norte de América del Sur".

Para aterrizar estos impactos abstractos, tenemos a mano las previsiones del gobierno de Ecuador: 3.649 millones de euros en daños directos y alrededor de 35.000 damnificados. A nivel global, investigadores del Dartmouth College estimaron que El Niño del 97-98 "produjo un daño al crecimiento económico mundial de alrededor de 5,7 billones de dólares".

Más vale que estemos preparados. Porque si bien no sabemos cuál será la fuerza final de El Niño, pero sí sabemos que no estamos en nuestro mejor momento. Aunque ahora somos mejores conteniendo los impactos de las catástrofes naturales, pero tras la pandemia y las crisis posteriores no estamos en nuestro mejor momento.

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En busca del lenguaje más antiguo del mundo (que se use actualmente): del lituano al euskera, pasando por el ge’ez y el hebreo clásico

En busca del lenguaje más antiguo del mundo (que se use actualmente): del lituano al euskera, pasando por el ge'ez y el hebreo clásico

Hace apenas unos días, un grupo de investigadores de la Universidad de Tel-Aviv presentaba una 'inteligencia artificial' capaz de traducir textos acadios escritos en cuneiforme hace unos 5.000 años de antigüedad. Y lo hace rápidamente, directo al inglés y con una precisión sorprendente. 

Se han traducido cartas administrativas, informes astrológicos, textos eruditos, sacerdotales o literarios... una enorme cantidad de material que va a ampliar (y mucho) nuestra comprensión del que, sin lugar a dudas, es "uno de los lenguajes más antiguos que conocemos".

Porque las palabras, como dice el refrán, se las lleva el viento, pero las tablillas de arcilla usadas por los escribas acadios llevan cinco milenios al pie del cañón. Y, precisamente eso, es lo que me ha llevado a preguntarme... ¿cuál es el lenguaje hablado hoy en día más antiguo que existe? 

No sabía en el jaleo que me metía. Porque la verdad es que el concepto en sí mismo es (tremendamente) bastante discutible. A diferencia de la escritura, que necesitó de entornos sociales con cierto desarrollo para desarrollarse (y que por eso, dentro de las limitaciones arqueológicas básica, podemos datar con bastante exactitud), el origen de los lenguajes 'hablados' fue un proceso progresivo y generalizado que nos acompaña, seguramente, desde antes de definirnos como especie. 

Además, si lo pensamos un momento, no consta que existiera un momento en que la humanidad se quedó callada. Desde que empezamos a hablar, hemos seguido hablando. Los idiomas han ido cambiando, mutando, evolucionando y eso, queramos que no, eso tiene consecuencias claras: no podemos decir, a ciencia cierta, que un idioma es anterior a otro.

¿Entonces qué hacemos? ¿Cierro este artículo y me voy a otra cosa? Es una posibilidad, claro. No obstante, ya que estamos aquí, podemos intentar encontrar alguna solución. Podríamos buscar, por ejemplo, el idioma que menos ha cambiado. Eso es polémico, claro.

Hace unas semanas, el New York Times publicaba un reportaje precioso sobre un dialecto perdido en el corazón de Nuevo México que no es sino castellano del siglo de oro que ha permanecido aislado durante 400 años. Usan palabras como 'ratón volador' para 'murciélago' o 'gallina de la sierra' para 'pavo'. 

Es más, frases como dirían “No sé dónde está la casa” se diría “No jé donde está la caja”. ¿Podríamos decir que ese dialecto es más antiguo que los de otras zonas del español en el mundo?

Cambios, cambios y más cambios. Demos un paso más allá porque, "el idioma que menos ha cambiado" nos obliga a pensar en qué consideraríamos un cambio significativo. Los neomexicanos cambian nuestra 's' por una 'j'... ¿Cómo de importante es ese cambio en el conjunto de la lengua? Es más... ¿Sigue siendo la misma lengua?

Tenderíamos a decir que sí, claro. Sobre todo porque hay cambios muchísimo más radicales que no se consideran "una rotura" en el continuo dialectal. Entre 1200 y 1600, el inglés sufrió lo que se conoce como "el gran desplazamiento vocálico": las vocales cambiaron de forma radical... ¿Diríamos que lo de antes no era inglés? Los expertos hablan de inglés antiguo, inglés medio e inglés moderno; pero la verdad es que difícilmente se podrían entender un londinense actual con uno del siglo XI.

Pero ¿Podríamos nosotros (sin desplazamiento vocálico por el medio) charlar con el Cid sin mayor problema? Y si es que sí, ¿hasta qué momento podríamos ir retrocediendo para dejar de entender una mísera palabra de lo que dice nuestro interlocutor?

El caso lituano. Hablando de cambios, me parece relevante sacar a la palestra al que, junto con el letón, es el único idioma báltico que se conserva hablado  en la actualidad. Sobre todo porque, tradicionalmente, muchos estudiosos lo han considerado el gran idioma conservador del indoeuropeo (de los que se siguen hablando hoy). 

Y es que a pesar de haberse desarrollado como un lenguaje autónomo partiendo del protoindoeuropeo común (la misma rama de la que nacen el griego, el español o el urdu), se trata de la lengua que más se parece fonética y gramaticalmente al 'original'. Es un argumento persuasivo, la verdad. Pero, en último término, sería como decir que el 'rumano' es más conservador porque mantiene las declinaciones latinas que el resto de romances hemos perdido. Sugestivo, pero debatible.

Los idiomas rituales... "Vale", me diréis, "es difícil hablar de antigüedad en idiomas vivos, pero, Javi, no todos los idiomas están 'vivos' en sentido estricto". Tendréis en mente, seguramente, los idiomas rituales: el latín católico, el hebreo  y el árabe clásico, el ge'ez entre los cristianos etíopes, el sánscrito védico o pali theravada. Es decir, tendréis en mente lenguas que se mantienen vivas 'litúrgicamente' (y poco más). 

En ese caso, podemos decir que son, si no lenguajes más antiguos, versiones más antiguas de idiomas concretos. Eso se ve con especial claridad si comparamos el hebreo litúrgico y el hebreo moderno: dos sistemas comunicativos radicalmente distintos, pese a venir de la misma estirpe. El problema aquí es que, en realidad, estamos dando por buenas tradiciones que, en el fondo, están en constante cambio. 

Basta con ver las diferencias que existen entre el latín eclesiástico y el clásico, para ver que por muy celosas que sean las tradiciones, nada garantiza que realmente esos idiomas se hayan quedado encapsulados en el tiempo.

Bonus track: el vasco. La soledad del vasco es algo que siempre ha resonado en nuestra mente otorgándole una antigüedad a menudo insondable. Y hay que reconocer que si los expertos que tradujeron la mano de Irulegi llevan razón y alguien escribió en el 80 antes de Cristo 'sorioneku' en la plancha, la capacidad del vasco para mantener fórmulas durante miles de años es sorprendente.

No obstante, hasta los expertos más entusiasmados hablan de 'vascónico'; porque "llamar 'euskera' a una inscripción de hace 2000 años sería como llamar italiano a los textos de la ciudad de Pompeya". Es decir, que incluso en lenguas tan bien conservadas como el vasco, los cambios son tan sustanciales que (en último término) dejan claro que hablar de unas lenguas más antiguas que otras es más difícil de lo que parece.

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Imagen | Mark Rasmuson

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Nueva Zelanda quiere preservar sus especies autóctonas. Tiene un plan para conseguirlo: un exterminio

Nueva Zelanda quiere preservar sus especies autóctonas. Tiene un plan para conseguirlo: un exterminio

Nueva Zelanda se separó de tierra firme hace 85 millones de años. Es decir, mucho antes de que los mamíferos conquistaran el mundo. Por eso, durante millones de años, ha sido un refugio seguro para aves de todo tipo que, protegidas por la escasez de depredadores terrestres, crearon un lugar único en el mundo.

El problema es que los mamíferos lo encontramos.

Y no solo nosotros, claro. Porque, con los humanos, siempre viajan un rosario de mamíferos (gatos, perros y, sobre todo, ratas) que, al encontrarse con ese festín de animales incapaces de protegerse, crecen, crecen y crecen sin parar hasta devorar todo lo que está en su radio de acción.

Eso es lo que está pasando en Nueva Zelanda con las ratas. Y es que, desde que llegaran de la mano de los exploradores polinesios en torno al siglo XIII, su voracidad ha acabado a casi un tercio de las especies nativas de la isla.

Momento de ponerse firme. Por eso, desde hace medio siglo, el problema de las ratas, los ratones (y otros depredadores más grandes) ha sido central en los esfuerzos conservacionistas del gobierno neozelandés. El problema es que, como llevamos miles de años teniendo que reconocer, las ratas son unos animales duros de roer.

Cómo erradicar a las ratas. Hasta el momento, el territorio más grande que ha conseguido erradicar a las ratas ha sido la isla de San Pedro, en el archipiélago de Georgia del Sur. Un trozo de tierra de 3.903 kilómetros cuadrados a 1300 kilómetros al este de las Malvinas. Y pese a eso (y a su durísima climatología), no estuvo fácil.

En 2011, el gobierno local utilizó helicópteros para 'bombardear' la isla con cebos envenenados. Y desde el suelo, emplearon perros adiestrados para rastrear el olor de los roedores, descubrir las colonias más recónditas y eliminarlas. Hablamos de "plan de erradicación más ambicioso y extenso jamás planteado" y tardó casi una década en tener éxito.

¿Se puede hacer lo mismo en Nueva Zelanda? Esa es la gran pregunta y la respuesta no está nada clara. Primero porque un sin fin de islas y territorios exóticos llevan décadas tratando de conseguir lo que han conseguido en Georgia del Sur. Sin éxito.

Y, segundo, porque donde la isla de San Pedro tiene 3.903 kilómetros cuadrados y 23 habitantes, Nueva Zelanda tiene 268.838 y 5 millones de seres humanos. Hablamos de un cambio de escala tan brutal que obliga a tomarse las cosas con calma.

Pero lo van a intentar. Y es que el asunto de las ratas se ha convertido en un tema central del debate nacional. Desde los años 60, los esfuerzos del Gobierno se han centrado en animales grandes como ciervos o cabras, explicaba en biólogo de la Universidad de Auckland, James Russell, en la BBC.

A partir del 2000, con la llegada de las cámaras infrarrojas, los investigadores "pudieron mostrar qué hacían los pequeños mamíferos por la noche". Ver las imágenes de cómo las ratas atacaban y destrozaban todo tipo de nidos "resignificaba" la cifra de que las islas estaban perdiendo 26 millones de aves cada año.

2050: año libre de depredadores. En 2016, el parlamento neozelandés aprobó una ley que identificó los principales depredadores a erradicar: tres tipos de ratas, tres de mustélidos (armiños, comadrejas, hurones) y las zarigüeyas. La fecha elegida, 2050, se fijó más cómo un deseo que como una realidad. Pero con esos ingredientes, el proyecto estaba en marcha.

Y la población está respondiendo. En los últimos años, han ido surgiendo grupos ciudadanos que se dedican a instalar trampas, monitorizar comarcas y controlar poblaciones por todo el país. Predator Free 2050 Ltd es un organismo estatal creado para canalizar todo esto y canalizar dinero (público y privado) en estos proyectos.

Sin embargo, queda todo por hacer. Sobre todo, porque como decía James Lynch, el fundador de uno de los santuarios más interesantes del país, el problema (por muy buena voluntad que haya) "es que no tenemos herramientas para esto en este momento". Los esfuerzos de los equipos pueden mantener a los depredadores a raya en muchas zonas del país. Especialmente en los lugares más vírgenes. Pero la lucha, con la tecnología de la que disponemos, es muy desigual.

Nadie sabe qué pasará en los próximos 27 años, pero sí que (mientras puedan) miles de neozelandeses seguirán luchando por proteger uno de los patrimonios biológicos más raros de la tierra.

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Imagen | Xataka con MidJourney

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Las playas españolas se están llenando de “avistamientos de tiburones”. Los expertos no saben aún por qué

Las playas españolas se están llenando de

Mallorca, Menorca, Ibiza, Tarragona, Pontevedra y, en los últimos días, la provincia de Alicante también se ha sumado a la lista de zonas costeras donde se han avistado tiburones esta temporada. El runrun lleva semanas dando vueltas y hasta The Sun se ha ocupado de "avisar" a sus lectores que España se está llenando escualos... ¿Qué está pasando? ¿De verdad tenemos un problema?

El misterio de la tintorera perdida. Los vídeos y descripciones de los últimos avistamientos tienen una cosa en común: que están protagonizadas por tintoreras (también conocidas como tiburones azules). Hasta ahí no hay ninguna novedad: las tintoreras son un tipo de pez habitual en el Mediterráneo.

Por su tamaño (dos metros de media y 80 kilos) pueden darnos un buen susto, pero lo que no es tan habitual es que se acerquen a la costa. Son animales de aguas profundas y es precisamente eso lo que tiene preocupados a los investigadores. ¿Qué les ha hecho salir de sus lugares habituales?

Es decir... ¿por qué hay tiburones tan cerca de la costa? La respuesta, como digo, no está clara. "Puede ser que se acerquen porque buscan comida, por el aumento de las temperaturas o porque están heridospor la mordedura de otro pez y se acercan para morir", explicaba a 20minutos.es el biólogo marino Charlie Sarria.

El problema aquí es que, en realidad, no sabemos si esto es una casualidad o es algo que vamos a empezar a ver con mayor asiduidad. La tentación de relacionarlo con la histórica ola de calor que están viviendo Atlántico norte y Mediterráneo es fuerte.

Sobre todo, porque sabemos que ese tipo de fenómenos provocan migraciones masivas y fuerzan un reordenamiento de la fauna marina a gran escala. Sin embargo, aún es pronto para decirlo con seguridad.

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¿Esperamos ver más casos? Si las teorías sobre el calentamiento del mar tienen razón, sí. la buena noticia es que, hasta ahora, hemos visto tintoreras donde esperaríamos verlas: la costa de Galicia, la zona de Valencia y Alicante y las islas Baleares. No sería raro ver alguna cerca de la costa de Motril. Allí las aguas son más profundas y/o frías por lo que estos peces están "más cerca" de la costa (en caso de que enfermen o busquen comida).

¿Es peligroso? Los expertos insisten en que no. Las tintoreras son carnívoras, sí; pero su medio natural son aguas "entre los 8 y los 21 °C" y "a una profundidad de entre 60 y 300 metros". Se alimentan principalmente de "pequeños peces, moluscos, cefalópodos y, ocasionalmente, de pájaros". Los seres humanos no estamos en su dieta.

Por eso, es muy raro que un encuentro entre uno de estos animales y un bañista acabe mal. Si nos vamos a los datos, desde 1847 solo están documentados seis ataques de tiburón en el país. Ninguno de ellos en España. En el Shark Attack File, un archivo que se dedica a recopilar estos incidentes, se pueden ver todos los detalles y los datos parecen confirmarlo.

¿Qué hacemos si nos encontramos con este tipo de animales? Las recomendaciones generales son muy básicas. De hecho, la fundamental es no perder la calma. Las tintoreras no están acostumbradas a interaccionar con seres humanos y, como tienen muy mala vista, pueden realizar "mordiscos exploratorios" o ponerse violentas si se asustan.

Los expertos coinciden en que lo mejor es salir de agua con calma, dejar claro que no somos una de sus víctimas y dar parte a las autoridades.

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Imagen | Santtu Perkio

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Dieta del genotipo: qué dice la ciencia sobre hacerse test genéticos para saber cómo debes alimentarte

Dieta del genotipo: qué dice la ciencia sobre hacerse test genéticos para saber cómo debes alimentarte

Hace unos años, cuando me preguntaron por la gran tendencia científica de la década, dije que estábamos viendo en vivo y en directo cómo se acaba el gran 'siglo de la física' y empezaba el siglo de la biología. Fue justo antes de que el Coronavirus nos arrollara a todos, pero ya entonces se apreciaba que la genética y la biotecnología nos iban a dar grandes sorpresas.

Lo que no ha sido una sorpresa han sido las dietas del genoma,  el genotipo o del ADN (que no, no son lo mismo). En cuanto una tecnología se populariza... aparecen los charlatanes y la pseudociencia.

¿Cómo que 'charlatanes' y 'pseudociencia'? La pregunta es justa. Sobre todo, porque la idea de que nuestro genotipo tiene mucho que ver con cómo 'procesamos' la comida tiene todo el sentido del mundo. Sabemos que hay millones de personas que no pueden descomponer la lactosa o que existe un gen, el AMY1, que influye en nuestra capacidad de digerir los carbohidratos. ¿Por qué no iba a ser así con el resto?

Es más, nosotros mismos aquí en Xataka hemos defendido que no hay apenas ningún rasgo humano que no esté mediado (al menos, en parte) por la genética. ¿Por qué no va a ser una opción respetable eso de utilizar los tests de ADN disponibles en la actualidad para ver qué dieta se adapta mejor a nuestra relojería molecular?

La respuesta es sencilla: porque no sabemos cómo hacerlo. Es decir, se trata una idea interesante (incluso de sentido común) que va a dar pie a campos de investigación muy fecundos, la nutrigenética y la nutrigenómica. Está dando.

El problema es que, aunque nuestra comprensión está mejorando mucho y muy rápido (salvo para mutaciones muy concretas y poco específicas), no sabemos cómo leer el ADN de tal forma que nos ayude a diseñar una dieta.

Y no porque no lo hayamos intentado. En 2017, un equipo de la Facultad de Medicina de Stanford hicieron un ensayo clínico para descubrir qué dietas eran más efectivas, las bajas en carbohidratos o las bajas en grasas. Hicieron eso y, de paso, hicieron algo más: recogieron un sin fin de datos y muestras para intentar averiguar si había algo que predispusiera a los participantes a una dieta u otra.

Y sí, eso incluía pruebas de ADN. No encontraron nada. "Los resultados fueron distintos en cada caso, fuera cual fuera su predisposición genética". Y eso que hablamos del 'estándar dorado' de este tipo de investigaciones: es decir, del enfoque más potente que tenían a su disposición. En los últimos años hemos hecho avances, pero no los suficientes.

Pero no hablamos de nutrigenética, hablamos de la 'dieta del genotipo'. Porque si dejamos de lado los esfuerzos serios por encontrar conexiones entre la genética y las dietas, nos encontramos con teorías como la del doctor Peter D'Adamo. D'Adamo lleva décadas vendiendo dietas basadas en los tipos sanguíneos y, en los últimos años, ha popularizado otras basadas en unos supuestos 'genotipos' (Cazador, Recolector, Explorador, Guerrero, Nómada o Maestro) que no tienen evidencia disponible que las respalde. Ninguna.

Hemos avanzado, pero no lo suficiente.  En este terreno hay que ser prudentes. Nuestra comprensión del papel de la genética en todo cambia día a día y, como digo, sabemos que hay genes concretos (y mutaciones bien identificadas) que podrían ayudarnos a comprender mejor cómo nos relacionamos con la comida.

El problema es que, ahora mismo, utilizar tests genéticos para definir nuestra dieta es una "expedición de exploración": nada nos garantiza que vayamos a encontrar algo que nos ayude. Y, en la inmensa mayoría de casos, es una pérdida de dinero y recursos.

Entonces... ¿No tiene sentido usar pruebas genéticas para mejorar nuestra alimentación? Todo esto no quiere decir que no haya genetistas trabajando en el tema, ni que algunos nutricionistas puedan sacar mucho partido a este tipo de pruebas genéticas. De hecho, si un profesional de confianza recomienda este tipo de pruebas, no hay razones a priori para descartarlas. 

Significa que conviene moderar las expectativas y, sobre todo,  no dejarse deslumbrar por el uso de jerga técnica. Al final del día, lo más importante es recordar que las dietas milagro no existen.

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La noticia Dieta del genotipo: qué dice la ciencia sobre hacerse test genéticos para saber cómo debes alimentarte fue publicada originalmente en Xataka por Javier Jiménez .

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Vuelve el calor, vuelve dormir mal: cómo mejorar nuestro sueño en verano según la ciencia

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Estamos a las puertas del verano y eso significa muchas cosas: termómetros disparados, golpes de calor, problemas para realizar actividades cotidianas… Pero sobre todo significa que vamos a pasar unos meses en los que dormir bien va a ser complicado. Por eso hemos preparado esta guía rápida para dormir más y mejor cuando hace mucho mucho calor, según la ciencia.


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“Domo de calor”: el fenómeno que ha derretido México tiene nombre y preocupa a medio mundo (España incluida)

No hace falta haber pasado un agosto en Sonora para saber que en amplias regiones de México puede hacer  calor. Mucho. Muchísimo. No obstante, no todo el país es así. En Ciudad de México, por ejemplo, el máximo histórico está 33,8°C y se alcanzó en 1998. 34 grados, para una ciudad que está a 2.200 metros sobre el nivel del mar, son muchos grados.

Pues, bien, la semana pasada los termómetros acariciaron esa cifra récord, mientras el norte del país se ponía muy por encima delos 40; y todo el Caribe y Centroamérica vivían también una ola de calor especialmente intensa. En resumen: no era una ola de calor normal.

Era un domo de calor y eso es lo problemático.

¿Domo? ¿Qué significa domo? Un domo, cúpula o bóveda es un fenómeno que se produce "cuando las altas presiones atmosféricas empujan el aire caliente hacia abajo, evitando que suba" y atrapándolo una región concreta. En términos coloquiales, podríamos decir que se trata de una "trampa de calor".

O, como decía estos días el meteorólogo mexicano Alberto Hernández Unzón, "una olla express". La imagen es perfecta: una situación atmosférica que mantiene estacionaria a una masa de aire muy caliente; es decir, una situación que favorece una estabilidad casi exasperante. Sobre la que el sol (calentando un aire ya de por sí muy cálido) actúa haciendo que las temperaturas se disparen.

¿Por qué se produce esto? En principio, todo parece indicar que, este tipo de fenómenos están relacionados con cambios bruscos en las temperaturas del océano. Es un proceso en cascada: el agua calienta el aire, el aire se interna en la tierra y, al llegar, que atrapado por el sistema de altas presiones encajado entre dos mares calentándose.

Es decir, a la presión de un lado, se le suma la presión del otro y, sobre todo ello, una potente columna de aire empujando para abajo: una olla a presión.

¿Es realmente un problema? Eso fue lo que pasó en México, Centroamérica y la cuenca del Caribe la semana pasada y, por supuesto, no es la primera vez que pasa. Estos domos, aunque raros, forman parte del funcionamiento (relativamente) normal de la atmósfera y sus circulaciones. Lo preocupante no es eso.

Lo preocupante es que, como señalan los científicos, este tipo de fenómenos atmosféricos han aumentado su frecuencia, duración e intensidad durante las últimas décadas. Tiene lógica: si es algo relacionado con la temperatura superficial del mar, el aumento de las temperaturas debe facilitar que se hagan más frecuentes.

Lógico y problemático, claro. Hablamos de millones de personas acercándose peligrosamente a temperaturas para las que no están preparadas.

¿Y qué tiene que ver todo esto con España? Es, en el fondo, un proceso parecido (aunque más masivo) que lo hemos venido llamando durante estos años el "horno ibérico": un conjunto de condiciones meteorológicas que estabilizan una masa de aire caliente sobre un sitio concreto justo en el momento en que hace más calor.

La pregunta es ahora qué impacto tendrá la tremenda ola de calor que viven las aguas que nos rodean en todo esto. Mientras el Atlántico vive temperaturas nunca vistas en tiempos modernos, el Mediterráneo engancha una sucesión de altas temperaturas realmente históricas. Con la circulación atmosférica completamente rota e impredecible, añadir más incertidumbres nunca es una buena noticia.

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