Los tres trucos científicos para estar calientes este invierno (tengamos o no tengamos calefacción)
De media, los españoles gastamos unos 750 euros al año en calefacción. Esa es la primera conclusión de la Organización de Consumidores y Usuarios en su informe sobre un tema que, a medida que el frío invade el país, se va convirtiendo en la gran preocupación de los hogares españoles. La OCU ha calculado cuánto cuesta, de media, cada tipo de calefacción con vistas a encontrar la más barata y eficiente. Pero lo cierto es que, si de verdad queremos estar calientes en invierno, hay mucha tela que cortar.
La mejor calefacción (a día de hoy). Para encontrar el mejor sistema de calefacción, en la OCU han estimado el coste anual de calentar una vivienda de 90 m2 en una región fría. Sus conclusiones son bastante claras (y, en muchos sentidos, nada sorprendentes): las dos grandes ganadoras son la calefacción con biomasa y la aerotermia.
Con mucha diferencia, además. Mientras la bomba de calor tenía un gasto de 455 y las estufas de pellets de 545€; la caldera de gas natural (683€), la caldera de gasóleo (816€), los acumuladores eléctricos (1046€) y los radiadores eléctricos (1255€) parece mucho más caros hoy por hoy.
Si nos vamos a otros sistemas (los propios de lugares que no tienen calefacción integrada) los resultados son peores: la estufa de butano (0,453 €/hora), la estufa de parafina (0,902 €/hora), la estufa halógena (0,276 €/hora) o el radiador de aceite (0,575€/hora) dan, según la OCU, resultados peores de forma sistemática.
Más allá de la calefacción. Lo que ocurre es que, como con el calor, esto no lo único que tenemos que tener en cuenta. Somos seres endotérmicos; es decir, tenemos que mantenernos a una temperatura concreta (en torno a los 37 °C) y si no lo hacemos el cuerpo empieza a desplegar una complejísima maquinaria fisiológica para asegurar que nuestros órganos y tejidos no se ven afectados. La pregunta es… ¿podemos usar esta maquinaria a nuestro favor?
¿Cómo funciona la termorregulación? En general, todos estos sistemas de regulación de temperatura están relacionados con el hipotálamo. Ese es la estructura que se encarga de comprobar que el cuerpo se está enfriando (o calentándose) y regular los procesos que intervienen para mantener la homeostasis. Su objetivo principal, con todo, es asegurar el buen estado de los órganos centrales.
Por ello, cuando el hipotálamo detecta una caída de temperatura basal, los vasos sanguíneos que irrigan la piel se hacen más pequeños y el flujo de sangre se redirige hacia el tronco. Esa caída de temperatura no está relacionada del todo con la percepción del frío: esta sensación está mediada por muchas cosas y no siempre está vinculada con la temperatura interior del cuerpo. El ejemplo más claro son las mujeres que suelen sentir más frío porque, aunque suelen tener más grasa subcutánea que los hombres, esa misma capa dificulta la irrigación de la piel. Es decir, sienten más frío, sí; pero eso no afecta a su temperatura interior que está bien resguardado.
Estrategias (clásicas) que no son recomendables. Comer platos especialmente calóricos ha sido una forma tradicional de entrar en calor y eso se refleja a los recetarios de todo el mundo. A largo plazo, sobre todo en niños, comer para mantener el calor no es una buena estrategia (que puede afectar al crecimiento y al desarrollo del cerebro) Además, las mujeres (que, hablando siempre estadísticamente, tienen menos masa muscular que los hombres) o las personas mayores (con las tasas metabólicas reducidas) también tienen más problemas para convertir las calorías en calor.
Tampoco tiene mucho sentido beber alcohol, pese a que popularmente suele considerarse algo que ayuda a “entrar en calor”. Antes explicaba que nuestra percepción del frío y el frío que realmente tenemos en el interior no siempre van de la mano. El alcohol es un vasodilatador y ese efecto va directamente contra el sistema fisiológico de mantenimiento de calor: al mandar sangre extra a la piel, la enfría y el riesgo de hipotermia aumenta.
Trucos para mantenernos calientes. Teniendo esto en cuenta, hay un puñado reglas y trucos que nos pueden ayudar a controlar mejor el frío.
- Capas, muchas capas: Vestirnos con muchas capas finas nos ayuda a generar una capa de aire caliente que hace de capa de transición y nos ‘aísla’ del frío. La piloerección (la ‘piel de gallina’) es un mecanismo natural que intenta hacer algo similar. Eso sí, hay que evitar el viento: vestirnos con muchas capas y rematarlas con una aislante que impida el “efecto tuareg” (y perdamos aún más calor).
- Taparnos la cabeza: Contra la idea popular, las estimaciones más precisas, el lugar por donde más calor perdemos no es la cabeza. Es decir, a nivel térmico, protegerse la cabeza no es tan importante como podría parecer. Sin embargo, la temperatura de la cabeza parece tener un papel importante en si tiritamos o no. Y tiritar es un mecanismo especialmente potente a la hora de entrar en calor (hasta tal punto que, como los bebés no pueden hacerlo, necesitan grasa marrón – el mismo tipo que usan los animales que hibernan – para mantener la temperatura)
- Hacer cosas: Ejercicio, actividad física. Todos los procesos relacionados con este tipo de actividad acaban generando calor. Es cierto, como explica Katherine Latham, que no conviene pasarnos porque podemos activar los mecanismos fisiológicos para evitar el calor excesivo y el saldo final puede llegar a ser positivo. No obstante, movernos un poco nunca es mala idea.
Imagen | Thom Holmes
En Xataka | Resolviendo la gran duda del invierno: si gasta más dejar la calefacción al mínimo o encenderla y apagarla
*Una versión anterior de este artículo fue publicada en noviembre de 2022
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La noticia
Los tres trucos científicos para estar calientes este invierno (tengamos o no tengamos calefacción)
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Xataka
por
Javier Jiménez
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