‘Elige o muere’: Una pieza de simpático terror juvenil en Netflix con la retroinformática como excusa
‘Elige o Muere’ rinde pleitesía al cine de terror de los ochenta a la vez que se zambulle en la piscina del “Todo vale” -pero con menos desvergüenza- que caracterizó al cine de entonces. Como en una derivación de ‘Pesadilla en Elm Street‘ (o mejor aún, de aquella ‘Juego mortal’ que ya entrados los noventa planteaba los videojuegos también como vehículo del terror), nos adentramos en un mundo sin reglas y donde todo puede pasar.
Para disfrutar ‘Elige o muere’ hay que estar dispuestos a aceptar una narrativa poco rigurosa hasta extremos ridículos: saltos en el tiempo a conveniencia del guión, deducciones de los misterios de la trama que salen de la nada, soluciones a los misterios que se contradicen con enigmas que se acaban de plantear… pero si se pasa por alto la boba necesidad de coherencia argumental que en los ochenta era completamente secundaria, ‘Elige o muere’ es una potente montaña rusa de sustos y guiños, perfecta para salpimentar una tarde tonta frente a la pantalla.
El argumento de ‘Elige o muere’ nos presenta un videojuego de los ochenta, ‘Curs_r’, una aventura de texto a la que nuestra protagonista, una joven en una situación económica bastante precaria, comienza a jugar. Pronto está claro que el juego tiene un poder oculto difícil de controlar: todo lo que describe sucede en la realidad, y las macabras elecciones que presenta al jugador tienen consecuencias auténticas.
Esta especie de ‘Saw‘ de 8 bits parece tener unas reglas muy rígidas, pero la película no tarda en traicionarlas para aligerar el desarrollo de la trama, muy al estilo de las películas de horror juvenil actual, en las que tiene más importancia enhebrar set piezas de sadismo y terror potentes que transmitir una coherencia argumental. Probablemente ese es el mayor problema de la película, y el que hará que muchos espectadores se distancien de la propuesta final.
Dudas fatídicas
Esta falta de rigor se plasma, en su forma más sangrante, por ejemplo, en que si el motivo del terror es un videojuego -y más uno de tiempos pre-internet- habría que haber sido más rigurosos con el soporte. ¿Dónde se reproduce este? ¿Cómo? ¿Hay que cargar a todas partes con un BBC Micro? Pero la película pronto se olvida de este problema, haciendo que las pantallas de interacción con la maldición cibernética aparezcan incluso flotando en el aire.
Estos eran los temas que el mejor cine de género de los ochenta nunca dejaba en el aire. La mencionada ‘Pesadilla en Elm Street’, en la que ‘Elige o muere’ quiere mirarse hasta el punto de plantar posters de la película en algún escenario y recurrir a Robert Englund para que haga una intervención especial, es el mejor ejemplo: en ellas podía pasar cualquier cosa, pero sus reglas tenían un rigor interno que no se traicionaba.
Por suerte, estas irregularidades no impiden disfrutar de una película que es, ante todo, terror verbenero para usuarios nostálgicos. Hay detalles de ambientación muy interesantes tanto en los escenarios (el edificio en el que la protagonista trabaja como limpiadora, el refugio de su amigo) como en el cuidado que se ha puesto en recrear retroinformática de los ochenta. Habría sido más interesante que se usaran artilugios reales y no carcasas y sistemas operativos inventados, pero la atmósfera se percibe y se consigue, y el terror a base de cintas de datos, pantallas de carga, bugs en la vida real y píxeles grotescos abunda en hallazgos.
Además, en toda la película flotan unas referencias a los ochenta (algunas tan oscuras como el ignoto artista tecnopop Fad Gadget) que funcionan a la vez como gancho nostálgico y como crítica a ese mismo recurso acrítico al pasado, tan de moda. La elección del villano, la idea de los videojuegos como vehículos de un mal viral y la apropiadamente siniestra banda sonora de Liam Howlett (The Prodigy) terminan de redondear una propuesta divertida, franquiciable, y que funciona mejor en sus detalles que en su conjunto.
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John Tones
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