El mejor truco para hacer el café en la cafetera italiana es no hacer el café en la cafetera italiana

El mejor truco para hacer el café en la cafetera italiana es no hacer el café en la cafetera italiana

La pandemia primero y el confinamiento después despertaron numerosas ansiedades latentes en millones de personas. Todo lo que antaño parecía urgente se transformó, de repente, en accesorio. Todas aquellas aficiones aspiracionales con las que fantaseábamos a cada cambio de año se hicieron accesibles, prioritarias. Tuvimos todo el tiempo del mundo para dedicarnos a ellas. Tuvimos todos los incentivos sociales y emocionales para obsesionarnos.

El café fue uno de los tantos nuevos intereses adoptados por los españoles en su momento (el pan casero, la jardinería y el cuidado de plantas, hacer deporte compulsivamente, las manualidades). Uno que ha pervivido. No hace falta preguntarse por qué: con un consumo anual de 4,5 kilos por persona, el café juega un papel fundamental en nuestro día a día. Nos acompaña en el desayuno, nos acompaña a media mañana, nos acompaña después de comer. A algunos les acompaña incluso después de cenar.

Dada su omnipresencia, parecería comprensible asumir una preocupación exquisita por sus calidades y características. Nada más lejos de la realidad.

Si por algo se ha caracterizado siempre España es por la pésima, espantosa calidad de su café. Tanto el servido en los millones de bares que se reparten a lo largo y ancho del país como el preparado el casa. Ambos tienen un denominador común: el torrefacto. La técnica, una especie de caramelizado que recubre al grano ya tostado para conservarlo mejor, surgió de la mente de un comerciante de café hace más de un siglo. En la España depauperada de la post-guerra, la prioridad no era beberse el mejor café sino conservarlo del mejor modo posible.

España no fue el único país arrasado por el torrefacto, pero sí el único donde ha pervivido con tanta insistencia. El café nos resulta barato y duradero, sí, pero a cambio también sabe a rayos: el torrefacto amarga su sabor y obliga a preparaciones muy drásticas donde lo prioritario es bebérselo rápido y dolorosamente (o con bastante leche). La imagen de un trabajador degustando su café a primera hora de la mañana como quien se toma un chupito de amoniaco es intrínsecamente española. Porque nuestra relación con el café es traumática.

La pandemia modificó nuestro orden de intereses. También cierto cambio cultural. Europa llevaba años experimentando aquello que se ha venido a bautizar como "la tercera ola" del café, un movimiento social y comercial que ha puesto a la calidad del grano en el centro de nuestra relación con el café. En miles de cafeterías hip esparcidas por el continente se comenzó a vender "café de especialidad", es decir, café obtenido en plantaciones controladas y monovarietales, explotadas por pequeños campesinos, donde la calidad es la máxima prioridad. A cambio, sus precios son muy elevados.

Esta transición ha atravesado de raíz a la cafetera por antonomasia empleada en España: la italiana. De repente quisimos mejorar la calidad de nuestro café, pero no a cualquier precio (un paquete de café de especialidad de 250 gramos puede rondar los 15€ sin muchos problemas) ni tampoco cayendo en demasiadas complicaciones. Brotaron como la pólvora artículos y "trucos" sobre cómo mejorar el sabor de nuestro café haciendo pequeños ajustes a su preparación con la cafetera italiana. No se trataba del café, ni del instrumento, nos contamos. Simplemente no sabíamos utilizarla correctamente.

En mi opinión, hemos errado el foco por completo.

Huyendo de la cafetera italiana

Como explicó hace algunos días nuestro querido compañero Javier Jiménez, la cafetera italiana es un invento estupendo. Uno que responde a cuestiones muy específicas: a saber, cómo obtener el café de forma rápida y sencilla y sin tener demasiado en cuenta la técnica del proceso.

Hay algo de paradójico en la reciente obsesión por "los trucos" de la cafetera italiana, cuando su inventor, Alfonso Bialetti, la diseñó con la intención de facilitar y popularizar para siempre el consumo de café en los hogares. No hay nada de casual en los tiempos de su invención (1933, cuando la economía de consumo europea se precipitaba hacia su formulación definitiva) ni en los materiales (fundamentalmente aluminio). La cafetera italiana es una hija pluscuamperfecta de la Era de las Revoluciones (industriales) y de la transformación de una economía local y artesana en una nacional e industrial.

En ese sentido, obsesionarnos con los pequeños trucos que pudieran ayudarnos a perfeccionar el sabor de nuestro café tiene algo de contradictorio. Su funcionamiento es el más sencillo posible porque está pensado para ser lo más universal y masivo posible. Un pequeño recipiente calienta una cantidad fija de agua (de los 50 ml en adelante), sube por un embudo cargado de café, supera un filtro,y brota por una pequeña fuente hacia su depósito final. El agua, filtrada intensamente por la molienda, se transforma en café.

Y listo. Uno incluso puede despistarse unos minutos mientras el proceso se cumplimenta.

café italiana

(Ashkan Forouzani/Unsplash)

Los problemas asociados a este procedimiento son variados. El fundamental es físico-químico, por así decirlo. Para funcionar correctamente la cafetera italiana obliga a extraer el café a altísimas temperaturas, lo que resulta, por norma general, en sabores amargos. No podemos controlar ni los tiempos de extracción ni la temperatura del agua ni la relación café/agua ni el grado de molienda (extremadamente fino, de otro modo el café no se infusiona de forma eficiente) ni muchos otras variables que convierten a la preparación de café en un arte antes que en un tosco proceso industrial.

Porque el café es un arte. Una de las cosas que más me sorprendieron del primer tallé sobre café al que acudí (impartido por Hidden Coffee Roasters) fue la idea de su preparación como "cocina". No estamos "haciendo" café, estamos "cocinando" café del mismo modo que cocinaríamos un filete o un manojo de verduras. Y en la cocina el 50% del resultado final depende de la técnica y de las habilidades del cocinero. Del mismo modo que abrasar un filete no es el mejor camino para extraer sus mayores virtudes gastronómicas, la cafetera italiana, si bien simple, si bien fácil, si bien barata, no es el camino más rápido hacia un buen café. Es el camino más rápido hacia un café.

En mi experiencia como aficionado al café en sus distintas variantes y métodos de preparación, la italiana es sinónimo de monotonía. De aburrimiento en el peor de los casos. Un sistema efectivo pero rígido que deja pocas oportunidades a la imaginación o a la aventura; un sabor fuerte y reconocible, pero carente de matices en la mayor parte de los casos.

Behold! I bring you the Aeropress

Siempre que alguien me pregunta cómo puede mejorar la calidad de sus tazas de café mi respuestas es invariable: comprando buen café. Invirtiendo algo más de dinero en el producto sobre el que pivota todo lo demás (herramientas, técnicas de preparación, cultura). No hace falta recurrir a muy buenos (pero muy caros) tostaderos de especialidad como Puchero, Hola, San Agustín o Nomad. Es posible optar por marcas italianas masivas como Lavazza, Illy o Segafredo (cada vez más presentes en los supermercados) para dar un salto de calidad notable respecto al clásico café-marca-blanca-torrefactado.

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(Conor Brown/Unsplash)

Segundo paso: si de verdad te preocupa la frescura del café, compra un molinillo. Del mismo modo que uno no esperaría comerse una nuez igual de fresca y sabrosa cuarenta días después de ser cascada, el café conserva mejor sus propiedades inmediatamente después de ser molido. Al romperse, el grano libera sabores y aromas que se pierden con el proceso de envasado y con el paso de los días. Hay molinillos de todo tipo (los mejores son los cerámicos, manuales) pero podemos conformarnos con algunos de menos de 30€ disponibles en Amazon.

Llegados a este punto es posible que nadie quiera avanzar más en su relación con el café. Totalmente comprensible. Podemos obsesionarnos con un número finito de cosas en esta vida. Pero si queremos dar el salto al siguiente nivel, el tercer paso consistiría en aparcar la cafetera italiana.

¿Y sustituirla con qué? Si nos gusta el clásico espresso italiano, un café concentrado y cargado de intensidad, necesitaremos un elevado presupuesto. Marcas como La Marzocco o Rocket Espresso comercializan auténticas virguerías del diseño industrial con las que es posible replicar las tazas de los mejores baristas. Son por lo general muy caras. Las hay más pequeñas y de marcas de todo tipo, comercializadas en ocasiones por Lidl y otros minoritas caracterizados por su buen precio. Raro será encontrarlas por menos de 100€ (aunque alguna hay).

Hay una tercera vía, y pasa por el café de filtro. Tanto en España como en Estados Unidos las palabras "café de filtro" están asociadas a un café aguoso y de sabor plano, difícilmente compatible con el estándar de placer al que deseamos conducirnos. Es este el café de oficina, una enorme y aparatosa máquina que deposita el café por goteo en una jarrita transparente. Por lo general hablamos de preparaciones pensadas para consumirse a lo largo de todo un día (de ahí los volúmenes: muchísima agua, muchísimo café) y que, en ocasiones recalentado, conduce a espantos nuevos.

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(Alex Chernenko/Unsplash)

Por fortuna, esta imagen no se corresponde con la auténtica realidad del café de filtro, del mismo modo que el señor aterrorizado cada mañana por el café negrísimo de los bares españoles tampoco se corresponde con la realidad del espresso. El filtro es quizá la preparación que más libertad creativa nos permite y que más sabores, aromas y notas de cata desbloquea. Adaptarse a él lleva un tiempo; una vez dentro de su universo, es imposible escapar.

Su oferta de cafeteras es amplia: desde el renacimiento de las Melitta (las denostadas cafeteras de oficina) hasta la sofisticación de las V60, pasando por las prensas francesas. La inversión aquí suele ser menor que en las cafeteras de presión y vapor (se pueden encontrar Chemex por 45€), lo que las hace más accesibles. En todas ellas, sin excepción, la preparación es manual, lo que permite un alto grado de personalización. Nosotros decidimos cuántos gramos de café utilizamos; cómo de fino o grueso lo molemos; cuánta agua utilizamos para infusionar el café; a qué temperatura lo infusionamos; o durante cuánto tiempo lo cocinamos y extraemos.

Exceptuando la Melitta, poseo y doy uso regularmente a todas ellas. Pero a ninguna con tanta frecuencia como a la Aeropress.

Inventada en 2005 por un obsesivo ingeniero estadounidense, la Aeropress combina a un tiempo la practicidad de la cafetera italiana y la infinidad de posibilidades de las cafeteras de filtro. Su funcionamiento es sencillísimo: molemos el café a nuestro gusto, lo introducimos en un recipiente cilíndrico previamente sellado con una tapa de rejilla y un filtro, y vertemos el agua a la temperatura deseada para que se infusione. Acto seguido, introducimos un émbolo en el cilindro, empujamos hacia abajo y extraemos el café.

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(Ben Moreland/Unsplash)

La gracia del invento es el vacío que se genera cuando el émbolo se acopla al cilindro de plástico. En esencia, estamos ejerciendo una presión que permite extraer el café rápidamente y en excelentes condiciones. La mezcla de un mecanismo rápido y de las bondades naturales del filtro depara, sin excepción, tazas riquísimas donde explotamos todas y cada una de las virtudes del grano que hayamos elegido. También los defectos, y de ahí la importancia del producto.

Desde su llegada al mercado internacional, la Aeropress se ha convertido en una de las cafeteras más populares entre los aficionados la café. Su precio es bastante asequible (unos 35€), apenas ocupa espacio y se puede transportar con facilidad. Su listado de recetas es casi infinito (puedes consultar algunas aquí): desde preparaciones extremadamente concentradas (mucho café, poca agua) similares al espresso hasta otras más equilibradas, pasando por diferentes tiempos de extracción e infusionado. No hace falta medir y pesar cada gramo de café o agua. Es, en el fondo, una cafetera muy intuitiva.

Por supuesto, nada de esto tiene sentido sin un producto que lo acompañe. En lo personal, recurro de forma diaria a Boconó (unos 26€ el kilo; café de especialidad), pero hay muchas otras opciones de igual calidad (y similar precio o superior).

¿Significa eso que he dado por muerta a la cafetera italiana? En absoluto. Sigue cumpliendo su rol, aunque más disminuido. No tiendo a recomendar el cambio de cafetera cuando alguien sólo quiere mejorar marginalmente la calidad de sus cafés diarios: la italiana es, como ya he dicho más arriba, un invento estupendo. Uno que cubre las necesidades de la mayoría de sus consumidores. Y uno que, en sus "trucos", introduce cierta rutina conductual que permite preocuparse más por el café (mejorando su sabor en el proceso).

Sin embargo, mi recelo principal parte de aquí: la obsesión viral por sus "trucos" (la tapa levantada, hervir el agua antes de colocarla en el fuego, etcétera, etcétera) no son más que trampantojos. De nada sirve recurrir a ellos si la cafetera no está debidamente mantenida o limpia o si nuestro café es de marca blanca de supermercado. Al igual que el dedo y la luna, preocuparse por estas pequeñeces, que tienen un impacto objetivamente marginal en el resultado final, desvía el foco de atención hacia lo que sí importa en el café.

El propio café.

El salto hacia métodos de cocinar el café más complejos tiene el mismo resultado que las trampas conductuales a las que nos sometemos cuando dejamos la tapa de la italiana abierta: preocuparnos por el proceso. Dotar de importancia a la taza de café. La diferencia es la escala de los cambios y el infinito mundo de posibilidades al que habilitan. Por eso, mi recomendación honesta para explorar el café es, primero, alejarse de las limitaciones que impone la italiana. Siempre habrá tiempo de regresar a ella.

Imagen | Perry Merrity II

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Sito Miñanco, preso político: la canción de Os Papaqueixos que alumbró el narcocorrido gallego

Sito Miñanco, preso político: la canción de Os Papaqueixos que alumbró el narcocorrido gallego

A Sito Miñanco no le cabía la energía en el pecho, y sus múltiples detenciones a lo largo de las últimas tres décadas jamás impidieron que continuara su actividad empresarial, puro entrepreneurship, ya fuera dentro o fuera de la cárcel. La última data de fechas tan recientes como 2018, cuando la Guardia Civil volvió a apresarle por su papel al frente de una extensa red de narcotráfico que operaba desde Algericas. Cinco toneladas de cocaína rubricaron su caída.

Fue un timing impagable: el penúltimo regreso a los titulares de Miñanco, cuyo nombre real es José Ramón Prado Bugallo, coincidió con dos acontecimientos que le consagraron como figura popular antes que como personaje histórico. El primero, Fariña, el libro escrito por Nacho Carretero que repasaba décadas de actividad narcotraficante en Galicia, puerta de entrada a la mayor parte de la cocaína consumida por Europa, y que fue retirado y regresado a las librerías tras la denuncia de uno de los alcaldes citados en sus páginas.

El segundo fue Fariña, la serie. Basada en el libro, sigue las aventuras del Sito Miñanco, un hombre que ha alcanzado en Galicia un grado de mitología comparable al de Pablo Escobar en Colombia o el Chapo Guzmán en México. Miñanco fue un criminal, lo sigue siendo, pero uno surgido de una humilde familia de pescadores que construyó un emporio a fuerza (bruta) de intuición y olfato. Un hombre hecho a sí mismo.

Todas las circunstancias de Miñanco, carismático hombre empeñado en trabajar codo con codo con su subalternos y en dirigir las operaciones en primera persona, causa de su particular desgracia policial, confluyeron para que Galicia le dedicara su particular rincón de mitología pop. Más allá de Fariña, Miñanco llevaba años siendo una suerte de icono gracias a la canción 'TeknoTrafikante (Sito Miñanco Preso Político)' de Os Papaqueixos, publicada en 1999.

De letra inconcebible (mezclando euskera, italiano y gallego), el mensaje era claro: "Sito Miñanco, preso político", un motto que encaja bien con la larga historia de irreverencia musical gallega inaugurada en su día por Siniestro Total y seguida con acierto por tantos y tantos grupos, desde Golpes Bajos hasta Cuchillo de Fuego, pasando por Triángulo de Amor Bizarro. Una canción que elevaba al altar de la sordidez, tan gallega, a Miñanco, y que descomponía por completo la idea de "preso político".

Populachero y narcocorrido gallego

Por aquel entonces las cárceles españolas estaban repletas de presos de ETA cuyos movimientos políticos afines definían como "presos políticos". No eran criminales, sino víctimas de su ideología, según sus defensores. Por ahí quizá se explique el "aurrera" de la canción. ¿Y el italiano? La conexión original de Miñanco era Colombia-Galicia-Sicilia (operaba hasta el final de sus días, se cree, también en Italia y Albania), lo que explicaría la elección idiomática. Sea como fuere, la canción se convirtió en un hit en Galicia al poco de ser lanzada, y a día de hoy aún suena regularmente en los bares de turno.

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Javier Rey interpretando a Sito Miñanco en "Fariña".

El guiño humorístico terminó por absorber a la propia figura de Miñanco, cuyas continuas actividades (ya sea desde la cárcel o en tercer grado desde Algeciras) le permitieron mantener el control de la cocaína. Hombre de la calle y populachero (se ocultaba poco y llegó a presidir su particular equipo de fútbol, el Deportivo Cambados que casi llega a 2ª División), Miñanco regó de dinero a sus afines y, como tantos otros narcos, a los pueblos y las comarcas desde la que operaba, lo que contribuyó a elevar su popularidad a pie de calle.

Para redondear el mito, cuenta la leyenda que Sito Miñanco solicitó declarar frente al juez en gallego, y que al serle denegada la petición tuvo que hacerlo en castellano. Tan trivial anécdota se convirtió en una leyenda urbana suficiente para aupar a Miñanco a los altares del galleguismo bizarro. La anécdota abre la canción 'Teqnopresidente 2.0', homenaje años después a la canción de Os Papaqueixos y a la foto de Feijoo, presidente del PP, con Marcial Dorado, otro célebre narco gallego.

Y en qué lugar sino en Galicia podría haber surgido una réplica bastarda y paródica de los múltiples narcocorridos de Sinaloa y el norte de México dedicados a glosar la vida y la cultura del narcotraficante. Fue en Galicia donde la actividad criminal hilada al tráfico de sustancias alcanzó su apogeo a mediados de los ochenta, merced del monopolio tabacalero del Estado que propició el contrabando de cajetillas americanas, y que se transformó posteriormente en un emporio de la fariña directamente ligado a los cárteles colombianos para la venta de cocaína en Europa.

El proceso continúa a día de hoy, como ilustra este reportaje de La Voz, y Galicia (y la ría de Arousa) continúa siendo un epicentro de la distribución de cocaína en el viejo continente, un consumidor tan goloso para los productores como Estados Unidos. Es allí donde llegan las miles de toneladas anuales escondidas en el doble fondo de los cargantes o en los barcos fletados por los propios narcos. Y es allí donde Miñanco, mal que bien, sigue siendo el mayor y, a su modo, más admirado narcotraficante de la historia de España.

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El sonido de ciencia ficción producido por el “hielo negro” cuando patinas sobre él

El sonido de ciencia ficción producido por el

Quizá si al coronel Aureliano Buendía le hubieran mostrado no un trozo de hielo común y corriente sino la fina, delgada capa de hielo negro que se forma sobre los lagos y lagunas a las pocas horas de desplomarse la temperatura el espíritu rebelde y revolucionario le hubiera llevado a Escandinavia y no a la guerra eterna. Pero sólo quizá.

Lo cierto es que hielos hay de muchas formas y colores, pero ninguno tan fascinante como el negro. No porque lo sea en rigor, sino porque su finura, su escasa penetración, lo mimetiza con el trasfondo sobre el que se eleva. Y para el caso de los lagos, el lugar donde podemos patinar de forma natural en invierno, el trasfondo es azul oscuro casi negro. Una ilusión visual sensacional y muy estética que, con unos patines sobre los pies, nos hace caminar sobre las aguas.

No sólo eso: patinar sobre el hielo negro es una experiencia auditiva. Al contrario que hacerlo sobre un hielo más duro y espeso (el blanco, adoptado por pura acumulación), patinar sobre finas capas de hielo naturales genera sonidos similares a los láseres y a los efectos especiales de la ciencia ficción. Una sinfonía solitaria y accidental que es tan increíble como absorbente, y que genera numerosos apasionados en la materia en los países nórdicos.

Uno de los más conocidos es el matemático Mårten Ajne, sueco y prominente defensor de la disciplina. En esta entrevista con National Geographic explica por qué le alucina la práctica y por qué genera ruidos tan extraños.

TL;DR, la clave reside en la capa de agua que sostiene la fina capa de hielo. Al contrario que el hielo más denso, que se contrae y expande en función de la noche y el día, el negro se mantiene estable gracias a la masa de agua que lo soporta. A su estabilidad hay que sumar su finura: según explica Ajne, las notas producidas por una masa de hielo son inversamente proporcionales a su grosor. A una extremadamente gruesa le corresponderán sonidos más graves, y viceversa.

Al patinar sobre el hielo y romper sus costuras, los sonidos son livianos y surreales.

En Suecia, Noruega y Finlandia, tan recóndita actividad cuenta con un reducido pero muy activo número de seguidores. El mérito reside en encontrar lagos a cual más recónditos y aptos para el patinaje sobre negro. Cuentan con una web/red social donde comparten imágenes y experiencias, además de destinos. Ajne y sus colegas miran cada mañana imágenes de satélite par descubrir y localizar lagunas aptas para la práctica.

No en vano, requiere de cierto conocimiento técnico. Encontrar masas de agua que se hallen en el punto exacto de congelación, pero no demasiado, implica hacer cálculos que relacionen temperaturas, condiciones atmosféricas, las propiedades concretas del lago y el tiempo que tardará en congelarse, etcétera. Es un arte y una ciencia que requiere de un ojo entrenado para averiguar qué lagos estarán en el punto exacto de hielo negro.

Una vez adquirido, basta con calcular un mínimo de cinco centímetros para que el hielo sobre el que se patina no se rompa. El amor al patinaje sobre hielo negro devuelve fabulosas estampas, una sensación de aventura y descubrimiento sin igual, un deporte relajado y social (casi siempre patinan con amigos, por si el hielo se rompe, cosa que de vez en cuando sucede), y la convivencia con sonidos tan raros como embriagadores. Una delicia a explorar si tienes oportunidad.

En Xataka | Sobrevivir a -62 ºC: bienvenido a Oymyakon, el lugar habitado más frío del planeta

*Una versión anterior de este artículo se publicó en febrero de 2018

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La longitud de los ríos más largos del planeta, comparada en esta fantástica ilustración de 1817

La longitud de los ríos más largos del planeta, comparada en esta fantástica ilustración de 1817

¿Cuál es el río más largo del mundo? Por simple que pueda parecer, la pregunta podría causar más de un quebradero de cabeza a tu geógrafo de confianza.

Lo cierto es que no existe una respuesta exacta, y todo depende de cómo se midan los sistemas-ríos a los que bautizamos, de forma resumida, como "Amazonas" o "Nilo". Entre ambos se reparte el galardón a río más largo (el más caudaloso está más o menos claro). La cuenca del primero ocupa la mayor parte del continente sudamericano y alumbra la masa boscosa más alucinante del planeta. El segundo vertebra el África oriental a lo largo de casi 7.000 kilómetros.

Tal cifra es estratosférica, tan grande que cuesta hacerse una mera idea en la cabeza. ¿Qué son 7.000 kilómetros? Es improbable que nadie los haya recorrido en un sólo trayecto, por lo que asumir su vasta extensión requiere de un considerable ejercicio de abstracción. Y para ello, qué mejor que una ilustración.

Esta, recopilada por David Rumsey es su fabulosa colección de mapas, fue publicada en 1817 en Londres. En ella, se despliegan los principales ríos del mundo en paralelo de tal modo que es posible entender la escala de todos ellos con un simple vistazo. Así, al fondo a la derecha tenemos al diminuto Támesis, y a la izquierda del todo al monstruo inabarcable del Amazonas (y sus múltiples, casi infinitos ríos que lo vertebran a lo largo de kilómetros).

La ilustración llegó a la colección de Rumsey hace algunos meses, junto a otras decenas de miles de imágenes dignas de ser exploradas durante larguísimas horas. En su caso, su carácter descriptivo se combina con un venerable aspecto estético, tan común a los mapas y cartografías diseñadas durante el siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX. Los ríos son descritos y representados con detalle, tanto en su cauce como en su anchura, así como en los accidentes geográficos y ciudades que atraviesan.

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A la altura de 1817, sin embargo, el mundo era aún un lugar por explorar. La publicación tiene numerosos errores que hoy, tecnología mediante, ya hemos subsanado. Por ejemplo, el Nilo, con sus 6.800 kilómetros de longitud, quedaba confinado a una quinta posición por detrás del Misisipi, del Yangtsé y del río Amarillo. Hoy sabemos que el Nilo es sustancialmente más largo que los tres antes mencionado, y que su fuente más lejana es el Kagera (en Tanzania).

Lo más llamativo son las ausencias. No aparecen ni el Yeniséi ni el Obi, los quinto y séptimo ríos más largos del mundo, ambos en Siberia. El motivo es simple: por aquel entonces la Rusia asiática aún no había sido explorada en profundidad, y sólo unas cuántas décadas más tarde el desarrollo político, económico y científico de Siberia permitiría descubrir con exactitud cuál era la longitud de aquellos enormes ríos que se perdían en los confines del círculo polar ártico.

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El mapa era rico en detalles e incluía los accidentes orográficos de cada río.

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Muchos de los principales ríos del planeta no aparecían.

Tampoco aparecían el Mekong y el Congo, dos de los ríos más largos tanto de África como de Asia, debido al amplio desconocimiento que los exploradores europeos tenían de los interiores continentales. No sería hasta la recta final del siglo XIX cuando el imperialismo se lanzara a colonizar la mayor parte del mundo, permitiendo que numerosos exploradores y científicos accedieran a los antaño remotos y exóticos parajes del África interior o de las montañas del sudeste asiático.

El resultado es un cuadro desigual, en el que larguísimos ríos como el Paraná se entremezclan con otros más irrelevantes como el Ebro. Pero útil a la hora de comparar visualmente la enorme longitud de los cauces y cursos más vastos de la Tierra. Ríos tan largos que no cabían en la propia imagen realizada por el cartógrafo, y que debían dividirse en dos para dar buena cuenta de su total extensión.

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La influencia inglesa era evidente.

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Los ríos largos eran tan largos que debían ser continuados al margen.

En Xataka | Estamos en 2023 y aún no sabemos a ciencia cierta cuál es el río más largo del mundo. Una expedición quiere resolverlo

*Una versión anterior de este artículo se publicó en enero de 2018

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El gran problema de los atascos no es que te estén quitando tiempo, es que te están quitando dinero

El gran problema de los atascos no es que te estén quitando tiempo, es que te están quitando dinero

Un conductor madrileño pasa alrededor de 42 horas al año enfangado en un atasco. Un bogotano 75 horas. Un angelino más de 100. De media, las grandes ciudades del mundo obligan a sus conductores a pasar entre dos y cuatro días al año, completos, embutidos en su coche, observando las agujas del reloj desplazarse con lentitud, impotentes ante una situación que no pueden resolver o evitar.

A priori, el tiempo es el principal problema de un atasco. Pero en la práctica es algo más mundano: el dinero. Las grandes congestiones suponen pérdidas irreparables para los centros urbanos. En el caso de ciudades en permanente estado de atasco, como Nueva York o Moscú, las pérdidas pueden amontonarse hasta los 20.000 millones de dólares anuales. Porque si el tiempo es oro, ¿cuánto cuesta exactamente malgastarlo?

Los resultados para 2016 de un estudio realizado por la consultora INRIX son claros: sólo en Estados Unidos, uno de los países occidentales más dependientes del automóvil, las congestiones de tráfico provocaron pérdidas de 305.000 millones de dólares (un aumento, por cierto, del 10% respectoa 2015).

¿Cómo se calcula? Hay que tener en cuenta varios factores. No es un conteo directo, sino una estimación a partir de imponderables como la pérdida de productividad en la que incurren muchos trabajadores mientras conducen hacia su oficina. Todo el tiempo que pasas aborrecido en el túnel de acceso al centro de la ciudad es tiempo en el que no trabajas. Tu empleador, en esencia, te paga para lidiar con el atasco. Es dinero perdido.

Los cálculos

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El equivalente en movilidad a lanzar fardos de billetes al aire. (Sanjeev Kugan/Unsplash)

También hay que sumar el impacto en la salud pública: sabemos que la incidencia de la contaminación, largamente atribuible a la masificación del automóvil en las urbes, puede causar hasta 10.000 muertes prematuras anuales en ciudades como Londres. Hay un coste extraordinario para los sistemas sanitarios nacionales adosado a las nocivas consecuencias de las partículas y el dióxido de carbono en el aire que respiramos (por no hablar del estrés).

En el plano de la movilidad, los atascos representan un problema gigantesco para el transporte de bienes y servicios. El gasto se dispara porque los transportistas o mensajeros pasan más tiempo en la carretera entre trayecto y trayecto, ralentizando los pedidos y entregando menos objetos y productos. Además, tiramos a la basura un montón de carburante: los atascos nos hacen gastar más gasolina de la que necesitaríamos para acudir al mismo punto con la vía despejada.

En conjunto, organismos vivos como las grandes ciudades que dependen del movimiento para generar dinero (o para no perderlo) se ven abocadas al bloqueo momentáneo por culpa de los atascos. En un tiempo en el que lo que más echamos en falta es el tiempo (un tiempo que, maravillas del siglo XXI, sólo podemos comprar con dinero), tirarlo por la borda en una congestión de tráfico implica un coste de oportunidad terrorífico. A nivel agregado, la ciudad pierde.

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Cuánto le costó a cada ciudad estadounidense su congestión crónica.

Nueva York, por ejemplo, se deja unos 33.000 millones de dólares al año. Los Ángeles, pese a tener más atascos, algo menos, unos 19.000 millones. San Francisco baja el peaje de los atascos a los 10.000 millones, y Atlanta, la gran ciudad del sur del país, a los 7.000 millones. El trabajo sólo estima el impacto económico negativo para las ciudades estadounidenses, pero sí incluye una relación de nombres de ciudades internacionales y su equivalente en horas de atascos, para que nos hagamos una idea.

Pues bien, ¿soluciones? No hay recetas mágicas. Tras años de prueba y error, sabemos que construir más autovías, más carriles y más infraestructura para aliviar las congestiones no funciona. Es la Ley de Hierro de los Atascos, o la posición Lewis–Mogridge: más carreteras sólo alimentan artificialmente la demanda, y eventualmente también se colapsan.

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Las 25 ciudades más atascadas del mundo en 2016.

En general, la tendencia en las grandes ciudades es unánime: si no podemos repartir equitativamente a los coches, tendremos que desprendernos de ellos. Madrid lleva tiempo experimentando con ideas similares. Londres es una de las ciudades que con más éxito ha introducido tarifas de acceso al centro (una vez limitas el caudal, la probabilidad de que este se atasque por pura fuerza bruta numérica es mucho menor). Nueva York quiere imitar a su par inglesa.

Las ciudades tienen que sacarse un conejo de la chistera si no quieren tirar a la basura millones de euros anuales en forma de productividad desaprovechada, envíos ralentizados y miles de ciudadanos enfermos por culpa de la contaminación. En última instancia, es una cuestión de prioridad económica: no sólo no quieres perder el tiempo, tampoco quieres perder el dinero.

Imagen | Jeremy Yap/Unsplash

En Xataka | La ley de hierro de la congestión: hacer más carreteras y carriles sólo provoca más atascos

*Una versión anterior de este artículo se publicó en febrero de 2018

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La sorprendentemente larga lista de guerras y revoluciones causadas por pedos

La sorprendentemente larga lista de guerras y revoluciones causadas por pedos

El ser humano ha desarrollado una peculiar relación de amor y odio hacia las flatulencias. En función del contexto y de las personas involucradas, un pedo puede interpretarse en clave cómica o puede obtener un significado ofensivo. Si una persona optara por lanzar uno sobre tu cara, tu lógica reacción oscilaría entre la indignación y la agresividad. Nadie podría culparte.

Así las cosas, y pese al aspecto trivial de su existencia (son un producto natural de nuestro organismo, al fin y al cabo), es normal que determinados pedos hayan marcado el rumbo de la historia. No a gran escala, sino a través de pequeñas revueltas, enfrentamientos, confusiones y hasta guerras que, sí, en su origen se debían a una Histórica Flatulencia. Pedos capaces de levantar en armas a una nación.

Naturalmente, los registros más antiguos de tamañas leyendas se remontan a los tiempos de la Antigüedad griega y romana. Se sabe que el primer historiador que dató una revolución causada por un pedo fue Heródoto, quizá el más grande de su tiempo y cuyas obras, muy especialmente Historias, sirven aún hoy como fuente esencial para entender el mundo de nuestros antepasados. Es allí donde encontramos la historia del pedo de Amasis.

Mi reino egipcio por una flatulencia

Amasis era uno de los generales de confianza de Apries, también conocido como Haaibra-Uahibra, uno de los faraones de la última dinastía del Antiguo Egipto. Por aquel entonces, la proyección del antaño glorioso imperio no era boyante en demasía, por lo que Apries tuvo que lidiar con un sinfín de problemas bélicos relacionados con la expansión de otros molestos vecinos (como los griegos, los babilónicos y los judíos).

El origen de su desgracia quedaría ligado a una de las muchas invasiones que sufrieron sus dominios. Cuando los griegos micénicos se adueñaron de una gran parte de la actual Libia, Apries envió a un puñado de soldados "nativos" y de tropas mercenarias (combatientes extranjeros pagados a sueldo sin mayor lealtad que el dinero). La campaña fue un desastre legendario y causó un gran malestar entre las tropas leales a Apries.

En la provincia se desató el caos y se sucedieron los motines. Los soldados egipcios y los mercenarios, devastados, se enfrentaron los unos a los otros. El proceso minó la credibilidad y el liderazgo de tal modo que cuando envió a uno de sus mejores generales a solucionar el problema, Amasis, este recogió el malestar de la soldadesca e hizo lo que todo hombre en su lugar hubiera hecho: declararse "faraón". La revuelta contra Apries ya era irreversible.

El pobre faraón duraría poco, no sin antes ser ridiculizado hasta el exceso. Cuando Apries envió a un mensajero a Amasis para recordarle su posición y las consecuencias de su traición, Amasis le respondió con un rotundo y sonoro pedo. "Envía eso de vuelta", le debió espetar al respetable delegado de Apries. Y allá que fue.

Para Apries todo el flatulento incidente supondría su definitivo final: Amasis se auparía al trono, acabaría con su vida y se adueñaría de su reino

El pedo abrió un conflicto local por el poder y una guerra donde se dirimiría el futuro de la dinastía. Apries ya había perdido Jerusalén a manos de Babilonia, y sus revoltosos vecinos hicieron todo lo posible por derrocarle. Mostraron su apoyo a Amasis, lo que forzó a Apries al exilio. Tras organizar un pequeño ejército, volvió a Egipto con objeto de recuperar su trono. La expedición supuso otro fracaso estratosférico que acabó con su vida, su linaje, su herencia y su trono. Pedo mediante.

Si el pedo relatado por Herodoto era más casual que causal, el narrado por otro historiador de la Antigüedad, Flavio Josefo, sirvió de detonante para una revuelta en toda regla.

El pedo que causó una revuelta en Judea

Corrían los alegres tiempos del Imperio Romano unificado y en paz, en su pico máximo de expansión, alrededor del año 52 después de Cristo. Por aquel entonces la burocracia romana se había expandido lo suficiente como para gestionar las tierras mediterráneas de Oriente Medio, incluida la amplia franja de terreno que servía de patria a los judíos. Eran tiempos convulsos, décadas después de la muerte de Cristo y en pleno correveidile de leyendas sobre su figura.

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Maqueta del Templo de Jerusalén, que sería destruido por las tropas romanas veinte años después de los flatulentos incidentes. (Juan R. Cuadra/Wikipedia)

En Judea, la convivencia entre ciudadanos romanos, judíos ortodoxos, judíos helenizados, griegos y pobladores de todo tipo se habían agudizado. Al carácter no bienvenido de la invasión romana había que sumar la conjugación siempre complicada de diversos ritos, sensibilidades y religiones en una región volátil y pequeña. La suma de todos los factores provocó la primera de las grandes revueltas judías del primer siglo. Eso y un pedo.

En plena tenura de Venditio Cumano como procurador de Judea, la celebración de una Pascua desató una revuelta gigantesca que terminó con la vida de miles de judíos locales. En plenos fastos religiosos, la comunidad local se acercó al Templo de Jerusalén como mandaba su tradición. Cumano, a igual que otros procuradores, optó por desplegar un pequeño contigente de soldados con objeto de vigilar los actos y preservar la tranquilidad y el orden en caso de que fuera necesario.

Hasta ahí, nada excepcional. El origen de nuestra flatulenta historia, tal y como relatan los textos de Flavio Josefo, llega de la mano de un soldado con especial tino para la mofa. Tras dirigir diversos exabruptos e insultos hacia los judíos congregados en el templo, uno de los subordinados romanos se agachó, se levantó las faldas y mientras sostenía sus posaderas en dirección hacia la muchedumbre lanzó un sonoro y grotesco pedo. Los judíos, escandalizados, reaccionaron apedreando a los soldados romanos.

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¿Qué han hecho los romanos por nosotros? Pues tirarse pedos.

El asunto no quedó ahí. La provocación del soldado espoleó una repentina protesta contra la figura de Cumano, de cuyo mandato la población local tenía una magra opinión. Cumano, en estado de pánico, se rodeó de un grueso sustancial de las tropas romanas en Jerusalén y se pertrechó en una fortaleza cercana. Al parecer, entre enfrentamientos y avalanchas provocadas por la aglomeración y el caos callejero murieron entre 20.000 y 30.000 personas. Las cifras de Flavio Josefo sólo pueden pasar por exageradas.

Sin embargo, sí es factible que miles de personas perecieran aquel día, habida cuenta de la escala de la violencia que alcanzarían las revueltas judías, más severas, del siglo posterior. Apenas veinte años más tarde y siendo Judea ya una provincia romana en toda regla, diversos levantamientos populares se transformaron en guerras de primera magnitud. En el año 70 las tropas imperiales sitiaron y destruyeron Jerusalén y reprimieron con extraordinaria dureza a la población judía, que se rebelaría en más ocasiones.

Los peces también tienen sus gases

Por si dos (!) ejemplos no fueran suficientes, nos vemos obligados a incluir otro chanante episodio en esta breve pero larga historia de los pedos bélicos. En esta ocasión, viajamos directamente al siglo XX y cambiamos el objeto de nuestro estudio. De los humanos a los peces.

Sabido es que las relaciones entre Suecia y Rusia jamás han sido del todo simpáticas. A sus particulares pleitos históricos por el control de Europa del Este y del Norte hubo que sumar un delicado espacio fronterizo en el Mar Báltico durante los años del Telón de Acero. Pese a que Suecia no ha sido un país miembro de la OTAN hasta el último año, siempre observó con recelo la asertividad rusa en las costas bálticas, su salida natural hacia el Atlántico desde el corazón continental.

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Cómo explicarte. (Sticker Mule/Unsplash)

El recelo se mantiene hoy, y es uno de los motivos por los que el país escandinavo recuperó el servicio militar obligatorio. Pero a principios de los ochenta la cuestión era más peliaguda. Por un motivo comprensible: en 1981, un submarino ruso emergió en aguas marítimas suecas, muy cerca de la principal base naval del país nórdico y cargado con armas nucleares. El incidente pasaría a la historia como "whisky on the rocks" (por la tipología del sumbarino soviético, un U-137) y agravó las sospechas suecas.

Desde entonces, los servicios militares suecos anduvieron al acecho, y detectaron regularmente extraños y misteriosos sonidos provenientes de las profundidades del Báltico. La intuición apuntaba hacia nuevos submarinos rusos merodeando, pero no tenían pruebas consistentes.

Suecia había identificado un extraño sonido en las aguas del Báltico, y creyó por lógico razonamiento que se trataba de un submarino ruso

La historia se alargó durante más de una década hasta que en 1994 un nuevo ruido no identificado explotó en el seno del gobierno sueco. El primer ministro Carl Bildt, desde entonces firmemente alienado en el ala dura europea contra Rusia, escribió una furibunda carta a Boris Yeltsin reclamando que tomara un control más competente de sus submarinos. Suecia creía, y lo hacía con cierta razón, que Rusia le buscaba las cosquillas. El incidente diplomático se oteaba en el horizonte.

¿Qué sucedió? Que un grupo de investigadores suecos descubrió a qué se debían realmente los ruidos. No eran submarinos, sino peces. Arenques tirándose pedos. Tan surrealista conclusión ha sido explicada desde entonces muy a menudo por Magnus Wahlberg, uno de los científicos encargados de desentrañar el misterio. Resulta que los peces sufren de flatulencias, y que cuando emiten sus gases el sonido es similar a la fritura del bacon, burbujitas que salen a flote.

No cuesta imaginar la cara de Bildt cuando leyó las conclusiones de la investigación, ni el asombro de los científicos cuando compraron un arenque, lo llevaron a una pecera y, tras observarlo, comprobaron que, en efecto, se tiraba pedos. Pedos que casi causan un incidente diplomático, pero al menos más inofensivos que aquel del soldado romano o de nuestro buen amigo Amasis.

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El mapamundi de Urbano Monte, una de las cartografías más alucinantes y grandiosas de la historia

El mapamundi de Urbano Monte, una de las cartografías más alucinantes y grandiosas de la historia

Los mapas solían ser grandes. Es algo que hemos olvidado gracias a las nuevas tecnologías y a la representación bidimensional de las cartografías modernas. Hoy en día podemos abrir Google Maps y hacer y deshacer a nuestro antojo, alcanzando planetas tan lejanos como Marte o logrando pasear en primera persona por ciudades tan remotas como Ulan Bator.

Ahora bien, en el siglo XVI recrear las proporciones y el tamaño del globo terráqueo implicaba embarcarse en gigantescos proyectos ensamblados a distintos niveles. Los primitivos cartógrafos de la Edad Moderna debían crear grandes lienzos sobre los que volcar detalles, orografías e información valiosísima para un consumidor que, de otro modo, perdería gran parte de la información. Y ningún mapa fue tan grande como el de Urbano Monte.

Radicado en Milán, Monte diseñó en 1587 uno de los mapas más extensos de su época. Cuadrado, desplegó toda la información que pudo recabar en torno a más de sesenta láminas que, adosadas, formaban un extenso lienzo de tres metros de largo y tres metros de ancho. Tan magno proyecto jamás fue completado, y las piezas sueltas de su trabajo quedaron repartidas en dos copias a mitad de camino entre Milán y la Universidad de Stanford.

Allí, el equipo de David Rumsey (su colección es posiblemente la más rica en cartografías históricas de todo el mundo, y está disponible públicamente para nuestro deleite) ha logrado digitalizar todas las láminas y ensamblarlas sin mayores problemas. Rumsey y compañía cuentan que el proceso de pegado ha sido muy sencillo, sin apenas retoques digitales, gracias a la tremenda exactitud del diseño original de Monte.

Sobre el mapa sobran las palabras. Amén de su grandeza, su nivel estético es raramente comparable. Al colocar al Polo Norte en el centro de la imagen, Monte logró eliminar las graves distorsiones planteadas por la proyección de Mercator (antecesor y maestro del cartógrafo italiano). El resultado fue una descripción del hemisferio norte (el más conocido por los exploradores europeos) bastante acertada y coincidente con la realidad.

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Monte introdujo multitud de poblaciones y detalles que permitían al ciudadano de su época hacerse una idea aproximada del lugar en el mundo que ocupaba. El mapa no sólo era una relación de nombres geográficos, sino también inscripciones culturales, expediciones relevantes del momento (como los barcos que comerciaban con las Indias Españolas y la metrópoli) y numerosas adiciones de culturas lejanas para el conocimiento europeo, como la japonesa.

La exactitud del dibujo de los continentes deja mucho que desear lejos de Europa y las Américas, como no podía ser de otro modo en aquella época, pero por lo demás la ambición y el grado de información del mapa lo colocan al margen de cualquier coetáneo. El de Monte es posiblemente uno de los ejercicios de cartografía más ambiciosos y alucinantes del siglo XVI, un tiempo en el que la ciencia geográfica aún andaba en pañales, y por ello resulta tan fascinante.

Aquí van algunos ejemplos.

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En Xataka | Google ha sobreimpreso el mapa de 1587 de Urbano Monte sobre Maps y el resultado es alucinante

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Un invierno a -62 ºC: cómo sobreviven los habitantes de Oymyakon, el lugar habitado más frío del planeta

	
Un invierno a -62 ºC: cómo sobreviven los habitantes de Oymyakon, el lugar habitado más frío del planeta

¿Cuánto frío es capaz de soportar el cuerpo humano? La respuesta varía en función de a quién preguntemos. Hace décadas, la NASA estipuló que los asentamientos habituales podían desarrollarse con normalidad en lugares donde la temperatura oscilara entre los 4 ºC y los 35 ºC.

Si paseamos por Siberia, sin embargo, tales cifras son relativas. En algunos puntos de la Rusia asiática las temperaturas caen muy por debajo de los 0 ºC, y se mantienen ahí durante la mayor parte del invierno. Hablamos de pueblos y ciudades remotas, perdidas en los confines de la estepa siberiana, a miles y miles kilómetros de la costa más cercana. Espacios como Oymyakon, donde el mercurio ha caído a los -62 ºC en ocasiones recientes.

Por increíble que parezca, la cifra no es la más baja registrada no ya en la historia de la ciencia contemporánea, sino de la propia ciudad. Oymyakon es posiblemente el lugar habitado más frío de la Tierra. En 1933, una estación metereológica soviética registró -67,7 ºC, cifra que hasta hoy se mantiene imbatida. Sólo el pueblo vecino de Verkhoyansk se acerca. Ambas, poblaciones rurales de poca población, se esparcen en la República de Sajá.

¿Cómo es posible que alguien viva en semejantes condiciones? Para los escasos quinientos vecinos de Oymyakon, la respuesta es mucho más trivial de lo que parece: muy abrigados. La zona es tradicional punto de paso para los numerosos ganaderos de renos de Yakutia, y a día de hoy gran parte de sus habitantes aún se dedican al sector. No es que haya muchas alternativas: la ciudad más cercana, Yakutsk, queda a dos días en coche en invierno.

Ante todo, aislamiento

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Frío nivel: se te congelan las pestañas. (Maarten Takens/Flickr)

Tal inaccesibilidad ha permitido a Oymyakon proliferar en los medios de comunicación como un rincón místico y salvaje, exótico y sin moldear por la mano humana. Tal y como se cuenta aquí, la dieta es simple: la stroganina (una suerte de sashimi tradicional siberiano), mucha carne (valor proteínico para superar el frío), pescado crudo, sangre de caballo congelada, hayak (una suerte de aceite graso) y productos lácteos diversos, destacando el kyorchekh (proveniente de la leche de vaca). Hay un mercado: la refrigeración la proporciona el exterior.

Las olas de frío que azotan al este de Rusia provocan que, de forma excepcional, el termómetro local se rompa a causa de las bajas temperaturas. Tales circunstancias, como cabe imaginar, provocan que gran parte de los vecinos se hayan dado al alcoholismo, aunque según se cuenta aquí todas las casas cuentan con calefacción central y agua caliente (atributos a sumar a la extraordinaria resistencia de sus habitantes).

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El amable paisaje de la región. (Maarten Takens/Flickr)

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Y así todo el invierno. (Maarten Takens/Flickr)

Oymyakon es, posiblemente, el polo de frío del hemisferio norte: el lugar donde se registran las temperaturas más bajas. Su peculiar ubicación geográfica provoca que los meses de invierno se pasen a medias de -40 ºC y con escasas 3 horas de luz solar (las noches pueden durar hasta 21 horas). Sólo la llegada de la primavera coloca al mercurio de forma habitual por encima de los 0 ºC. En verano, su aislamiento provoca que las temperaturas puedan superar los 30º C sin problemas.

Pese a lo alucinante de sus registros, el pueblo no es el lugar más frío de la Tierra. Para encontrarlo debemos viajar hasta la Antártida, donde se encuentra la temperatura más baja jamás registrada: -89 ºC. El hito en la antigua estación soviética de Vostok, en 1983. La estación se ubica en la meseta antártica, una gigantesca extensión llana a más de 3.000 metros de altitud y a 1.000 kilómetros de la costa más cercana.

Desde entonces, ha habido otras mediciones que han puesto en dura el récord: una estación metereológica automática ubicada en el Domo A, el punto más elevado de la meseta antártica, lo colocó por debajo de los -90 ºC, casi treinta grados por debajo del acongojante registro de Oymyakon.

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Imagen | Commons

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Japón tenía un problema con los atropellos ferroviarios de ciervos. Así que creó trenes que ladran

Japón tenía un problema con los atropellos ferroviarios de ciervos. Así que creó trenes que ladran

Pocas naciones tienen una relación tan especial con los ferrocarriles y con los animales como Japón. ¿Qué sucede cuando sumamos ambos elementos? Si queremos quedarnos con el lado positivo de las cosas, gatos como jefes de estación y trenes con forma de perro. Si optamos por el lado prosaico y necrológico de la existencia, más de 600 ciervos atropellados cada año en las vías del tren.

Sucede de forma habitual: resulta que, según varios estudios, los ciervos se sienten atraídos a la infraestructura ferroviaria por la necesidad de incluir hierro en su dieta. Chupan la catenaria y las vías sobre las que circulan los trenes entre el atardecer y el inicio de la noche. ¿Problema? Los trenes no se detienen cuando se topan a un puñado de ciervos en su camino: los atropellan, matando a la mayoría de ellos, incapaces de reaccionar a tiempo.

Para Japón la situación era un problema, no sólo por los pobres cérvidos, sino también por los desperfectos (y peligros) generados de los trágicos encuentros. ¿Solución? El japonismo de los japonismos: un tren que emite a su paso ladridos de perro y berreas de ciervo para ahuyentar a los animales. Ya ha sido probado. Y funciona.

El experimento surgió del Instituto Técnico de Investigación del Ferrocarril, una institución radicada en Tokio. El razonamiento es prístino: conforme el tren se acerca a los puntos y a las horas más frecuentadas por los ciervos, emite tres segundos de berrea y, sin pausa, veinte segundos de ladridos. Para los animales esparcidos por la vía la señal es clara: se acerca un potencial predador, por lo que es mejor huir. Camino despejado para el tren y fin de los atropellos.

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Toparse con un ciervo en las vías del tren es más común de lo que parece. (South Korea/Flickr)

El modelo experimenta fue probado con éxito en algunos trenes, pero el equipo aspira a replicar su funcionamiento en otras líneas. Según sus estudios preliminares, la incidencia de atropellos cayó drásticamente cuando se introdujo el "repelente" sonoro. En concreto, los avistamientos de animales se redujeron un 45% (apenas 7,5 veces por cada cien kilómetros, lo que da una idea de la preeminencia de los ciervos con anterioridad).

Problemas mayores

Como se explica aquí, los ladridos y berreas no se reproducirán cerca de zonas urbanas. El equipo de investigadores aspira a automatizarlo de tal modo que sí lo haga por sistema en espacios y pasos habituales de ciervos (a sus horas predilectas: la caída de la tarde).

Japón lleva lidiando con este problema desde hace un tiempo. A lo largo de todo el mundo, de hecho, los atropellos de fauna salvaje o doméstica son habituales en muchas líneas férreas. En Noruega, como ya vimos, los trenes nacionales de mercancías o pasajeros pueden acabar hasta con 2.000 renos al año (con accidentes tan salvajes como el que se llevó a cien de ellos en cuatro días). Hay 200.000 renos repartidos por todo el país, y sus espacios de pastura implican cruzar vías a menudo.

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Más de 600 ciervos son atropellados al año en Japón. (Mith Huang/Flickr)

Con anterioridad, las autoridades japonesas esparcieron heces de predadores salvajes cerca de los puntos más concurridos por los ciervos, pero la estrategia no funcionó. Más allá del tren ladrador, otras estrategias han rotado en torno a la utilización de ultrasonidos: un pequeño aparato atrae a los animales durante los lapsos entre tren y tren, permitiendo que crucen las vías cuando el riesgo es inexistente. Al parecer, tal técnica también disfrutó de buenos resultados.

En general, cómo conjugar infraestructuras y fauna salvaje es un quebradero de cabeza para muchos ingenieros y técnicos encargados de su diseño. En Países Bajos tienen soluciones de todo tipo: desde pasos de agua artificiales para especies marinas y fluviales hasta puentes sobre autovías dedicados única y exclusivamente a los animales silvestres del país. Estas técnicas son costosas (implican construir cosas), pero ofrecen a los bichos pasos tranquilos y seguros.

Japón terminó optando por algo intrínsecamente más japonés. Lo cual nos alegra muchísimo.

En Xataka | La historia de amor de los JJOO y el tren bala: cómo el deporte ha ayudado a impulsar los trenes más rápidos del mundo

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Archipiélago Gulag: la extensa red de campos de concentración soviéticos, en un mapa

Archipiélago Gulag: la extensa red de campos de concentración soviéticos, en un mapa

En 1953, Aleksandr Solzhenitsyn fue liberado tras cumplir condena durante siete largos años en la vasta red de campos de trabajo forzados de la Unión Soviética. Enviado a un exilio interno en Birlik, en el Kazajistán rural, Solzhenitsyn enfermó, superó un cáncer, escribió varios libros y, a partir de 1958, se embarcó en la que sería la empresa literaria de su vida: la escritura de Archipiélago Gulag, la novela que explicaría al mundo la realidad del Gulag.

Publicado en 1973 (no en Rusia, claro), fue un éxito inmediato, espoleado acaso por su reciente Premio Nobel en 1970. Sea como fuere, el término "archipiélago" vino a definir la realidad de los campos de concentración soviéticos: una red errática que conectaba nodos a menudo aislados en la inmensidad geográfica de Rusia. Un sistema de células individuales que formaban un todo sostenido por los cuerpos y la mano de obra esclava de miles, millones de prisioneros.

Hacerse una idea de la inmensidad del Gulag es complicado. Por lo pronto, Gulag es un acrónimo, traducible aproximadamente a "Dirección General de Campos de Trabajo Correccional y Colonias". Los campos respondían a una doble necesidad del estado soviético: asegurar la represión de las voces disidentes o sospechosas de serlo y explotar los gigantescos recursos naturales de Rusia a bajo precio.

Heredero de los exilios internos siberianos explotados por los zares, el sistema alcanzó su apogeo bajo Ioseph Stalin. Su grado de extensión e importancia se entiende mejor con este mapa. A cada punto, un campo:

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Las revelaciones de Solzhenitsyn y las investigaciones posteriores al deshielo y a la caída del muro de Berlín permitieron conocer mejor la cruda y terrible realidad de un circuito represivo en el que los prisioneros se utilizaban para diversas funciones. Durante dos décadas, excavaron pozos, perforaron suelos, extrajeron recursos, construyeron ferrocarriles polares inacabados, levantaron ciudades y finalizaron canales que conectaban la Rusia interior con el Báltico.

Dentro de Rusia, el Gulag pronto se convirtió en la principal amenaza para los disidentes, librepensadores, antirrevolucionarios y opositores de toda condición. Las cifras son muy dudosas, en tanto que no se guarda registro de todas las altas y bajas (dado el normal secretismo soviético), pero se calcula que hasta 1.000.000 de personas pudieron perder sus vidas en el circuito de campos. A su cierre, alrededor de 14.000.000 de prisioneros habían pasado por el sistema.

De forma lógica, las huellas de tan vasta red de campos de concentración son aún muy presentes en la geografía rusa. Especialmente en las muchas zonas que, como todos los mapas que circulan por Internet ilustran, deshabitadas en las que aterrizó el Gulag en busca de recursos. No es casual su omnipresencia más allá de los Urales ni su sorprendente densidad en las zonas gélidas del norte del país. El archipiélago tenía una función política, pero también instrumental.

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En Xataka | La carretera de los huesos de Siberia, la huella aún visible del Gulag soviético

*Una versión anterior de este artículo se publicó en noviembre de 2017

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