El protagonista de ‘Dune 2’ es, quizás, el malo de la historia: cómo la secuela entiende perfectamente el tema de la novela
Antes de que venga la avalancha de comentarios, cual Shai-Hulud desbocado, a decir que vaya movida soltando spoilers cuando ‘Dune: Parte II’ aún ni siquiera se ha estrenado, podemos todos tranquilizarnos: este artículo no contiene spoilers. Y lo que revela el titular no es precisamente un giro sorpresa de la película, sino algo que se ve venir desde los trailers, los carteles y el propio concepto de la historia: el relato del héroe que cae en el lado oscuro es tan viejo como la humanidad. Que se lo pregunten al ángel caído Lucifer o, sin ponernos tan espirituales, a la trilogía de precuelas de ‘Star Wars’.
Dicho eso, ‘Dune II’ es el principio de una historia que posiblemente veamos concluir en una tercera entrega, ‘Hijos de Dune’, que se basa en el segundo volumen de la saga originariamente escrita por Frank Herbert (porque estas dos primeras películas adaptan únicamente el primer volumen). Podemos esperar algún cambio porque el final de la novela fundacional no coincide al cien por cien con el de esta nueva película en lo que respecta a algún personaje (aquí sí que vamos a ser discretos). Pero está claro que ‘Dune’ es la historia de Paul Atreides, y lo que estamos presenciando es la forja de un personaje oscuro.
‘Dune’ nos manda a un futuro muy lejano donde el cosmos no rebosa alta tecnología, sino que tiene aires medievales (debido a una purga de inteligencias artificiales que no se cuenta en la película). Bajo los designios del Emperador compiten múltiples casas entre las que destacan los señoriales Atreides y los perversos Harkonnen. Se disputan el dominio del planeta desértico Arrakis, de donde sale la codiciada Especia, y donde vive una tribu de guerreros de las arenas, los Fremen.
‘Dune’ arranca cuando, con el beneplácito del Emperador, los Harkonnen entran en los dominios de la Casa Atreides y matan a prácticamente toda la estirpe de sus rivales. Solo sobreviven el heredero de la Casa, el joven Paul Atreides y su madre, miembro de las Bene Gesserit, una orden religiosa que, desde la sombra, manipula el poder. Su propósito es conseguir que su hijo sea el Kwisatz Haderach, una especie de elegido, genéticamente perfecto, capaz de hacer de puente entre el espacio y el tiempo y ver el futuro. Cuando Paul y su madre llegan a Arrakis y son acogidos por los Fremen, que creen en la profecía, su destino comienza a tomar forma ante sus ojos.
El camino de Paul Atreides
Si la primera parte de ‘Dune’ planteaba los mimbres argumentales del universo creado por Frank Herbert, que no son precisamente sencillos, esta segunda ya se permite desarrollar temas que estaban apuntados en la primera entrega y que aquí eclosionan. Por ejemplo, el tremendo papel de las Bene Gesserit, quizás lo mejor, más sugestivo e inquietante de la segunda parte: son un poder religioso que mueve los hilos del poder político en la sombra, escudándose en creencias milenarias y profecias que ellas mismas han generado.
El papel de las Bene Gesserit queda claro en ‘Dune II’ cuando la película empieza a dar un giro para mostrarnos el lado oscuro de Paul. Antes de eso, Villeneuve ha sido muy perspicaz y nos ha presentado lo que el espectador medio posiblemente espera encontrarse en una space opera al uso: el romance entre Paul y Chani, con unos momentos ciertamente tiernos en el arranque de la película. Esta era también la intención de Herbert: hacemos creer que estamos presenciando un convencional viaje del héroe.
Pero no hay que olvidar que Paul está llamado a ser el Kwisatz Haderach. Y el tema primordial de ‘Dune’, al menos en sus primeros libros, es el doble filo de las profecías mesiánicas, estigma de tantos pueblos y excusa para la guerra, el dolor y el fanatismo de tantos otros. No tenemos ante nosotros a un villano al uso (como sucedía en las precuelas de ‘Star Wars’: villano con carisma y transfondo sentimental, pero villano al fin y al cabo), sino a un líder destinado a iniciar una guerra santa.
Por eso las películas de Villeneuve son tan valiosas: entran en un tema que había esquivado tanto la adaptación de Lynch como las estimables miniseries basadas en las novelas de Herbert, que convertían a Paul en un mero salvador blanco y occidental (por usar el paralelismo que el escritor tenía claramente en mente) de los Fremen. No, en las ‘Dune’ de Villeneuve no hay héroes ni villanos, pero se adentran en lugares ciertamente incómodos de los clichés de las películas de aventuras.
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El protagonista de ‘Dune 2’ es, quizás, el malo de la historia: cómo la secuela entiende perfectamente el tema de la novela
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John Tones
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