Tengo auriculares inalámbricos de todos los tipos. Ninguno me funciona tan bien como los de cable
Poseo un arsenal de auriculares inalámbricos, cada uno con sus promesas de libertad y vanguardia tecnológica. Desde los AirPods, carentes de cancelación de ruido y a un precio no-tan-prohibitivo, hasta los robustos AirPods Pro de primera generación, que prometen el silencio incluso cuando nos lo arrebata el compañero de metro con su TikTok atronando.
También figura en mi colección un modelo de diadema, imponente, ideal para viajes largos o sesiones donde prefiero no acordarme de que vivo en vertical y por algún motivo el de arriba arrastra muebles a cualquier hora.Pero a pesar de esta variedad, me encuentro siempre regresando a algo que ya parecía obsoleto: los auriculares de cable. Concretamente, los EarPods USB-C que lanzó Apple hace unos meses.
“Espera, que cambio de auriculares”
En esta era donde lo inalámbrico reina —y quien escribe estas líneas llevaba convencido de ello desde 2016—, estos auriculares de cable, humildes, sin pretensiones, que no cuestan ni 20 euros, se han convertido en algo bastante más conveniente de lo esperado.
En ellos descubrí algo inesperado, de hecho, algo que casi tenía interiorizado que no era posible: la capacidad de conectarlos indistintamente a mi ordenador, tablet y móvil. Esta versatilidad, perdida en la transición del jack de 3.5 mm a dispositivos con menos puertos y la potenciación del sonido inalámbrico, renace gracias al USB-C (te odio y te quiero).
El micrófono de estos EarPods, a menudo subestimado, ha sido otro inopinado placer. Su claridad y fidelidad en llamadas y videollamadas laborales superan con creces a sus competidores inalámbricos, que a menudo sacrifican la calidad del micrófono porque el Bluetooth en tiempo real desde dos pequeñas piezas no dan para más.
Y ahí reside la ironía del avance tecnológico: en su carrera por innovar, a veces descuida lo básico. Los inconvenientes de la tecnología inalámbrica, como la desincronización puntual, la dependencia de la batería y los pequeños caprichos de la conectividad, desaparecen con la simplicidad de un cable. Una conexión directa, sin intermediarios, donde la señal difícilmente conoce las interrupciones.
Con los inalámbricos solía ocurrirme de vez en cuando, a mitad videollamada (canónicas para quienes trabajamos en remoto), que la otra parte me pedía repetir algo, ya que hubo un microcorte. O lo tenía que hacer yo. O me daba cuenta de que la batería estaba a punto de vaciarse.
Estos EarPods, con su modesta presencia, me recuerdan que no siempre lo más nuevo o lo más caro es lo más efectivo en cualquier situación. En un mundo saturado de opciones y complicaciones, a veces, la solución más sencilla es también la más eficaz. Sobre todo cuando no estamos en un entorno en el que lo inalámbrico sea objetivamente mejor, sino simplemente nos pasamos un buen rato pegados a nuestro dispositivo.
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Javier Lacort
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