La larga sombra de Trinity: qué pasó con la zona de Nuevo México donde se lanzó la bomba atómica de Robert Oppenheimer
Si hace unas décadas te dabas un paseo por los campos de Alamogordo, en el estado de Nuevo México, podías encontrarte en el suelo unos curiosos guijarros grumosos de color verde grisáceo, pequeños, de unos pocos gramos y apenas un centímetro de grosor. Lo más curioso no era sin embargo su forma, peso o aspecto vidrioso. Ni siquiera su tonalidad, que en algunos casos incluía motas rojizas. Si algo tenían de especial es que no eran minerales al uso, sino más bien residuos. Y tampoco de cualquier tipo. Aquellas gemas eran restos del suelo que se fusionó en 1945 durante la prueba Trinity, que ahora recuerda la película ‘Oppenheimer’.
Su nombre habla por sí solo: a esos fragmentos se los conoce como trinititas, atomsita o directamente “vidrio de Alamogordo”. Y sí, son radiactivos, aunque no peligrosos, según precisan los técnicos de ORAU. Aún así hacia la década de 1950 las autoridades excavaron y sepultaron toda la trinitita que encontraron en la zona para que nunca, nadie, bajo una estricto veto, pudiera desenterrarla.
Casi ocho décadas después de la explosión atómica de Gadget —así, con mayúsculas— en el desierto de la Jornada del Muerto, la historia de la trinitita es una simple curiosidad, probablemente tan minúscula que ni pase de una anotación a pie de página en la crónica del Proyecto Manhattan. Lo que sigue siendo aún hoy es tremendamente simbólica. Primero, porque ayuda a entender el impacto que las pruebas atómicas de mediados de los 40 tuvieron en parte del estado de Nuevo México. Segundo, por cómo estas acabaron colándose en las vidas de quienes entonces residían o aún hoy lo hacen en las zonas expuestas a la radiación.
La larga sombra de Trinity
“Mi tío me cuenta cómo mi abuela los llevaba de picnic a Trinity Site. Todos lo hacían. He oído de muchas fuentes que la gente iba allí y se llenaba los bolsillos de ‘aquel cristal verde’ y se lo llevaban a casa. Era algo único, con lo que jugabas“, relata Tina Cordova, hija de un residente de la región que acabó falleciendo tras sufrir tres cánceres y que ha acabado cofundado el Tularosa Basin Downwinders Consortium (TBDC), un grupo que aún hoy, en 2023, reivindica asistencia médica y compensaciones para los nuevomexicanos afectados por la prueba Trinity.
Para entender su reivindicación y la huella de las pruebas nucleares en la región hay que recordar sin embargo qué ocurrió la madrugada 16 de julio de 1945 en que se lanzó Gadget en el desierto de Jornada del Muerto. Eso y su contexto, claro.
La cuenca Tularosa de Nuevo México es un lugar discreto, relativamente próximo al Laboratorio Nacional de Los Álamos y con un ambiente árido sacudido por vientos más o menos predecibles, así que no resulta sorprendente que cuando a los líderes del Proyecto Manhattan les tocó buscar un lugar para las pruebas nucleares sus ojos acabasen posándose en aquella región del sur del país.
Allí, en el recóndito desierto de la Jornada del Muerto, detonó el 16 de julio de 1945 a las 5.29 a.m. la bomba Gadget, un episodio que vuelve a estar de actualidad casi 80 años después gracias a la película de Nolan. El dispositivo, bien cebado con 13 libras de plutonio, una cantidad que como se vería poco más tarde superaba con creces a la necesaria, se dejó caer desde una torre de 30,5 metros y en cuestión de segundos escribió uno de los capítulos más importantes del siglo XX, sino de toda la historia de la humanidad: la primera detonación de una bomba atómica.
O lo que es lo mismo el pistoletazo de salida a la tensa era nuclear.
La deflagración fue brutal.
Brutal.
Visible desde kilómetros de distancia.
Más, mucho más, de lo deseable para un proyecto secreto.
Hubo testigos que aseguraron haber visto una luz brillante desde lugares tan distantes como Albuquerque, a más de 200 kilómetros. Difícil hacer más “ruido”. El problema es que si importante había sido el éxito de Trinity, igual de crucial resultaba mantenerla en secreto. Las autoridades estadounidenses se limitaron a emitir una nota a los periódicos en la que atribuían lo ocurrido a una explosión accidental de munición y pirotecnia y descartaron una evacuación que podría desatar el pánico en la zona o, peor, atraer los focos sobre el proyecto.
La Atomic Heritage Foundation (AHF) recuerda cómo llegaron a distribuirse soldados por los pueblos de los alrededores por si fuera necesario evacuarlos y el general Leslie Groves incluso contactó con el gobernador de Nuevo México para advertirle de que podrían necesitar aplicar la ley marcial en Amarillo, una localidad de unos 70.000 habitantes situada a escasos 480 kilómetros.
Lo cierto es que por remoto que fuera el lugar que se había escogido para la detonación, no era un páramo. Había gente residiendo relativamente cerca. El propio National Park Service (NPS) de EEUU recuerda la presencia de ganaderos que vivían a solo 13 millas (21 km) del lugar de las pruebas y “decenas de miles” en un radio de 50 millas (80,5 km). No se enteraron de forma oficial de lo que había ocurrido hasta tiempo después, tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.
Cálculos similares aportan los afectados por la prueba, conocidos como downwinders, quienes aseguran que había personas viviendo a menos de 20 kilómetros y “decenas de miles” en un radio que no llegaba a los 90 km. En 2021 una de aquellos testigos involuntarios, Barbara Kent, por entonces una niña de 13 años, relataba cómo vivió la explosión a The Nuclear Threat Initatitive (NTI).
El 16 de julio de 1945 descansaba junto a otra decena de jóvenes en un campamento en Ruidoso cuando la detonación la arrojó de la litera. Al salir, poco después, se encontraron con una sorpresa tan surrealista como inexplicable: ¡caían copos del cielo! O eso parecía, al menos. “Todos pensamos ‘Oh, Dios mío’, es julio y está nevando… Pero hacía mucho calor. Nos lo pusimos en las manos y nos lo frotamos en la cara”. Con los años se enteró de que era lluvia radiactiva.
“Como la prueba se realizó relativamente cerca del suelo, disparó grandes cantidades de radiación a la atmósfera. La lluvia radiactiva descendió hacia el noreste en un área de unos 250 millas de largo y 200 de ancho. Los científicos siguieron parte del patrón de la lluvia radiactiva hasta el Atlántico. La mayor concentración se asentó en Chupadera Mesa a 50 kilómetros del lugar de las pruebas”, reseña el artículo de la NPS, una agencia federal de EEUU.
Su autor, Jade Ryerson, explica que en Nueva México la radiación contaminó el suministro de agua, que muchos residentes tomaban directamente de cisternas instaladas en las cubiertas de sus casas o tanques de almacenamiento, y afectó a vegetales y ganado. Los propios científicos compraron parte de las reses que habían sufrido quemaduras para estudiar el efecto de la radiación.
¿Cuál fue su alcance real? ¿Qué impacto tuvo?
“Es difícil, si no imposible, medirlo”, explica el AHF. Lo innegable es que hay personas que viven o vivían principalmente en los condados de Lincoln, Otero, Socorro y Sierra que con el tiempo han acabado denominándose downwinders y aseguran haber sufrido las consecuencias de la radiación de la década de 1940, una larga herencia envenenada que se traduce, aseguran, en mayores tasas de cáncer y otras enfermedades, además de una clara merma en su calidad de vida.
Para ellos la película de ‘Oppenheimer’ ha supuesto una oportunidad única para agitar sus reivindicaciones… casi 80 años después de la prueba Trinity.
“Poco se hizo en el momento para evaluar la salud de los habitantes del centro de Nuevo México, y han pasado más de 70 años desde Trinity. Sin embargo, es casi seguro que los habitantes de la zona estuvieron expuestos a niveles de radiación peligrosamente altos. La lluvia radiactiva cayó sobre vegetales y animales, alimentos que serían consumidos por la población local”, abunda AHF.
El colectivo TBDC sigue recalcando la gravedad del problema. Según sus investigaciones, las pruebas causaron cáncer a “muchas de las 30.000 personas que residían en la zona”. “La ceniza cayó durante días. Para entender el efecto que tuvo en la población hay que entender cómo vivía la gente en las áreas rurales de Nuevo México en 1945”, zanja Cordova antes de recordar que las familias carecían de agua corriente o neveras en las que conservar comida y se alimentaban con lo que cultivaban en sus huertas, criaban en sus corrales o cazaban por la zona.
“[El Gobierno] sabía que no era seguro que las personas siguieran viviendo a 13 millas de distancia, pero la gente siguió haciendo lo que habían hecho siempre, y en parte eso es porque no entendía lo que significaba la exposición a la radiación”, relata. Sobre por qué no se mudaron, se muestra igual de tajante: “Hay quien me pregunta: ‘¿Por qué no os marcháis?’. Es una ingenuidad interesante, porque la gente se arraiga mucho al lugar. La iglesia de Tularosa tiene 150 años”.
NTI, con sede en Washington, asegura que la tasa de mortalidad infantil en Nuevo México fue un 56% más alta en 1945 que durante los años anteriores y la incidencia del cáncer entre adultos empezó a aumentar los años posteriores a Trinity.
“La situación se complica por factores económicos y sociales. El acceso a una atención médica es difícil, lo que a menudo obliga a los downwinders a conducir horas hasta el hospital más cercano. Una encuesta de 2017 muestra que Lincoln, Socorro, Otero y Sierra se enfrentan a dificultades económicas, ya que los ingresos medios de los hogares se sitúan por debajo de la media estatal y nacional —añade el AHF—. Muchos se han visto obligados a echar mano de sus ya ajustadas cuentas de ahorro para pagar tratamientos. Algunos han perdido su trabajo, mientras que otras padecen dolencias preexistentes que limitan sus oportunidades laborales”.
Los de la cuenca del Tularosa, en Nuevo México, no son los únicos downwinders que aseguran haber padecido una situación similar. Las autoridades estadounidenses aprobaron en 1990 una Ley de Compensación por Exposición a la Radiación (RECA) que aporta entre 50.000 y 100.000 dólares a quienes se expusieron a radiación durante la extracción de uranio o las pruebas atómicas realizadas por el Gobierno durante la década de 1950 en Nevada. Los fondos de RECA están pensados para facilitarles el pago de sus tratamientos.
En Nuevo México reivindican tener acceso a las mismas ayudas.
Los downwinders siguen presionando para beneficiarse de la RECA. “Originalmente, solo queríamos que el Gobierno regresara, se disculpara con la gente y reconociera que fuimos alistados al servicio del país sin conocimiento ni consentimiento. Pero luego nos enteramos de que había un fondo creado en 1990 llamado RECA para ofrecer compensación a los downwinders del lugar de Nevada y quedamos devastados. Estábamos relegados a la nada, contados como cero en esa ecuación”, confesaba Cordova a la publicación The Architectural League of New York. Disponen hasta 2024 para lograr ese valioso reconocimiento.
Ahora su historia y reclamación vuelve a ganar actualidad con la película de Christopher Nolan. “Nunca reflexionarán sobre que los nuevomexicanos dieron sus vidas. Hicieron el más sucio de los trabajos. Invadieron nuestras vidas y se fueron”, reivindicaba hace poco la fundadora de TBDC a Los Angeles Times.
La larga sombra de aquella enorme bola de fuego levantada hace 78 años.
Imágenes: Terry Robinson (Flickr), Thad Zajdowicz (Flickr), Los Alamos National Laboratory, Berlyn Brixner / Los Alamos National Laboratory
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La noticia
La larga sombra de Trinity: qué pasó con la zona de Nuevo México donde se lanzó la bomba atómica de Robert Oppenheimer
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Carlos Prego
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