Comer mucha carne es un problema climático. Alguien cree que la solución es que las vacas pasten de forma inteligente
Nos gusta la carne. Mucho. Los estudios sobre su producción y consumo lo muestran con claridad meridiana. Los datos recogidos por Statista o Our World in Data, por citar solo dos fuentes, reflejan cómo a lo largo de las últimas décadas sus niveles de producción y consumo se han disparado a escala global. Y no solo por el aumento de la propia población mundial. Se ha incrementado también la cantidad de muslos, chuletas, costillas, bistecs o alitas que cada uno de nosotros devora al cabo del año. Semejante “boom” ha dejado una huella igual de innegable y sobre todo preocupante en el medioambiente, pero… ¿Y si pudiéramos paliarla?
Hay quien cree que es posible. La clave: una ganadería más inteligente.
¿Qué dicen las cifras? Que cada vez consumimos más carne. Los datos recabados por Our World in Data reflejan por ejemplo que su producción a nivel mundial se ha más que cuadruplicado desde comienzos de la década de 1960: de 70,6 millones de toneladas en 1961 hemos pasado a unos 352,1 en 2021. Semejante “boom” ha ido acompañado de un aumento del consumo global, que ha escalado hasta niveles que Statista cifra hoy en más del doble que hace escasas tres décadas. En 2021 la cifra total habría superado los 328 millones de toneladas métricas.
Semejante repunte podría justificarse por el crecimiento de la propia población mundial —el planeta acoge a mucha más gente en 2023 que en los 60 o 90—, pero las estadísticas muestran que esa no es la única causa: cada uno de nosotros come más carne ahora. Si el consumo per cápita era de 22,9 kg anuales en 1961, en 2020 el dato se había disparado hasta rozar los 42,3 kg. Destaca en concreto el consumo de piezas de aves de corral (16,2 kg por cabeza y año), la carne de cerdo, que roza los 14,5 kg, y la procedente de reses, con cerca de 9 kg por estómago y año.
¿Y cómo afecta eso al planeta? De nuevo, los datos hablan por sí solos. La FAO estima que la ganadería es responsable de 7,1 gigatoneladas de CO2 al año, lo que equivale al 14,5% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) achacable a la acción de los humanos. A la hora de trazar sus cálculos el organismo tiene en cuenta desde la producción y procesamiento de alimentos, incluidos los cambios en el uso del suelo, al transporte o almacenamiento de estiércol.
Otro de los puntos en los que centra el foco al valorar la huella de los GEI son los gases emitidos por los propios animales durante su digestión: aproximadamente el 44% de las emisiones de la ganadería son de hecho en forma de metano.
¿Hay más impactos en el medioambiente? Las emisiones de dióxido de carbono o metano no suponen la única huella de la ganadería en el planeta. Otra, y no menor, es la deforestación. La FAO calcula que durante la década de los 90 la superficie forestal del mundo se redujo en alrededor de 94.000 kilómetros anuales, superficie equivalente a la de Portugal. Y la mayor parte de los terrenos quemados o desbrozados se destinaron a dos grandes usos: el cultivo y ganado. “En América Latina en particular casi todas las tierras deforestadas se convirtieron en pastizales para criar ganado en sistemas extensivos de pastoreo”, advierte el organismo.
¿Y si nos replanteamos el pastoreo? Eso es lo que se han propuesto los defensores del pastoreo adaptativo multi-parcelas, más conocido como AMP, por sus siglas en inglés. Lo que persiguen es básicamente un aprovechamiento más inteligente del terreno, uno que permita maximizar su uso y evitar que el ganado empobrezca los suelos dedicados al pastoreo. Quizás suene a cuadratura del círculo, pero se basa en algo tan sencillo como el pastoreo rotacional.
En vez de permitir que las reses pasten a sus anchas durante semanas o meses en grandes campos, los granjeros que aplican el AMP dividen el terreno en múltiples parcelas bien delimitadas en las que el ganado se alimenta durante un período mucho más reducido. Cuando ese plazo se cumple, pasan a otra parcela.
¿Qué se persigue con eso? Evitar el sobrepastoreo, un uso agresivo de las tierras que acaba eliminando la vegetación, expone el suelo a la erosión e incluso puede favorecer la proliferación de las especies invasoras. Al aplicar el sistema AMP las reses se centra en parcelas delimitadas, por lo que no les queda otra que alimentarse con todas las plantas comestibles, no solo con sus preferidas. La clave está en que esa franja de terreno se usa durante un período lo suficientemente limitado como para garantizar que los animales no agotarán todo el forraje.
¿Resultado? Un aprovechamiento más eficiente de los pastos, una mejor dispersión del estiércol, lo que favorece su aplicación como fertilizante, y por supuesto un uso menos agresivo de la tierra. Regeneration International explica que, al rotar en períodos breves, se evita que los animales devoren más del 50% del forraje disponible en cada parcela. Quizás parezca un dato menor, pero ayuda a que la cobertura vegetal del suelo se recupere antes. La organización explica que aunque se elimine el 50% de la planta las raíces no dejan de crecer, algo que sí ocurre de forma más o menos pronunciada cuando desaparece el 70 o 90%.
¿Qué dicen sus datos? No todo es teoría. Entre 2018 y 2022 se realizó un estudio que precisamente pretendía saber en qué medida el AMP puede reducir el impacto de la ganadería. El experimento se realizó como parte de un documental y sus resultados todavía no se han publicado ni revisado por pares, pero el profesor Peter Byck, embarcado en el proyecto, avanzaba hace poco algunas de sus claves a la cadena CNN: los datos preliminares muestran que las granjas que aplicaron un sistema de pastoreo AMP absorbieron hasta cuatro veces más carbono que las convencionales y que sus vacas emitieron hasta un 10% menos de metano.
¿Y cómo afecta al suelo? El suelo menos alterado por máquinas de labranza mostraba además un 25% más de microbios, una biodiversidad de insectos un 33% mayor y el triple de aves. No son los únicos indicadores que invitan al optimismo. Los niveles de nitrógeno eran más elevados en aquellas tierras en las que las reses esparcían su estiércol y al disponer de un suelo menos apelmazado por el pastoreo continuado, el terreno absorbía también más del doble de lluvia cada hora. Otros estudios han mostrado ya cómo puede contribuir a combatir la sequía.
Una granja que aplica AMP puede criar además más vacas en la misma superficie que otra que mantenga el sistema convencional. “Así no tendremos que talar selvas tropicales. No tenemos que alimentar el ganado con soja”, reivindica Byck.
¿Hay más beneficios? Sí. Regeneration International desliza alguna idea a mayores, igual de interesante: como las parcelas que aplican el AMP conservan siempre cierto nivel de vegetación se evita que los animales entren en contacto con los huevos depositados por parásitos en el suelo, lo que contribuye a su salud. La organización cita un estudio que muestra además cómo el pastoreo regenerativo permite aumentar la disponibilidad de nutrientes en el suelo y su capacidad para retener agua, además de mostrar una notable capacidad para secuestrar CO2.
“Varios estudios muestran que la cantidad de CO2 secuestrado de la atmósfera es mayor que las emisiones de gases de efecto invernadero de los sistemas ganaderos. El pastoreo regenerativo puede convertir la producción ganadera de ser una de las principales ayudas al cambio climático a una de las mayores soluciones”, zanja.
Imagen de portada: Daniela Paola Alchapar (Unsplash)
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La noticia
Comer mucha carne es un problema climático. Alguien cree que la solución es que las vacas pasten de forma inteligente
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por
Carlos Prego
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