La visión de ‘Resident Evil’ de Netflix se distancia de todas las anteriores y revaloriza la apuesta de las películas
Aunque a la ‘Resident Evil’ de Netflix se le pueden poner unas cuantas pegas, algo hay que reconocerle: consigue normalizar hasta extremos nunca vistos una franquicia que siempre ha tenido fama de indómita. O dicho de otro modo: hasta ahora, creíamos que era imposible acercarse a la historia y sus personajes sin meterse en una espiral de extravagancia. De las propias secuelas de Capcom (que ya andan experimentando con el folk horror pantanoso y las mitologías vampíricas centroeuropeas) a las inclasificables películas de Paul W.S. Anderson.
Pero Netflix lo ha conseguido. Le ha pasado el rodillo normalizador a la franquicia y ahora tenemos una serie que se centra en el mínimo común denominador de la saga: Umbrella como una malvada corporación que experimenta con personas y que condena a la Humanidad a una plaga zombi que literalmente deja al planeta al borde del apocalipsis.
De hecho, la serie aprovecha su abundancia de horas de metraje para saltar continuamente entre dos épocas: el momento en el que el T-Virus sale de las instalaciones de Umbrella en 2022 y un mundo ya destruido en 2036 por los zombis, y donde se enfrentan las fuerzas paramilitares de la compañía y un puñado de supervivientes que intentan reorganizar la sociedad. Algo que la franquicia no había probado hasta ahora, centrada habitualmente en protagonistas únicos o muy cercanos en el tiempo.
No es la mejor idea del mundo, porque ‘Resident Evil’ no es precisamente un prodigio de originalidad, y su grandeza viene más de los enfoques y los detalles que de unas líneas maestras que suelen beber sin complejos de los tropos del horror y la ciencia ficción de serie B. Y lleva a que esta visión de a manos de Netflix no destaque especialmente: es pulcra, es divertida, rebosa acción, suspense y cliffhangers, pero no tiene el memorable toque imprevisible de las películas.
Las películas de ‘Resident Evil’, la Piedra Rosetta de la demencia
Hace unas semanas nos entretuvimos ordenando de peor a mejor las películas de Resident Evil, y el criterio estaba muy claro: cuanto más se olvidaran de convencionalismos como el argumento, la coherencia y la verosimilitud, mejor. Por eso pusimos en lo más alto la quinta entrega, ‘Venganza’, el reciente y comercialmente fallido reboot de la saga y la también estupenda ‘Utratumba’. Y se fueron a la cola propuestas como ‘Extinción’, un simpático remedo de ‘Mad Max’ que intentaba normalizar la saga.
Porque si para algo sirve esta nueva visión de Netflix es para que nos demos cuenta de que ‘Resident Evil’ no necesita familias desestructuradas o la enésima historia acerca de cómo la transformación de alguien en monstruo encierra posibilidades para contar una tragedia intimista. Lo que pide ‘Resident Evil’ son visionarios como Paul W.S. Anderson, que no respetan nada (empezando por Capcom) y que aportan su propia receta de salsa picante para llevar a la franquicia hasta terrenos desconocidos.
Siendo justos, algo de eso hay en el tramo final de esta serie, un par de episodios argumentalmente inesperados y que se adentran en el terreno de la comedia macabra. En ellos, Lance Reddick, al que hemos visto muy contenido en los primeros episodios, se desmelena y nos brinda el mejor guiño a la franquicia original, en un momento meta muy curioso. Como en los mejores momentos de las adaptaciones de la saga, es imposible saber si Netflix ha llegado a ese tono de forma voluntaria o la locura se ha adueñado del tono cuando nadie estaba prestando atención.
Por desgracia, para llegar ahí tenemos que atravesar unos cuantos episodios rebosantes de convenciones narrativas e ideas de segunda mano. ‘Resident Evil’ no es una mala serie, desde luego no para los estándares de Netflix, pero habría necesitado algo más de mambo. Por suerte, para esos menesteres seguimos teniendo las excelentes películas y las siempre impredecibles derivas hacia la locura de una saga de videojuegos inagotable.
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John Tones
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