Las pastillas contra el sol son nuestra gran esperanza para librarnos de la crema. El problema: están muy verdes
Cada año, 25.000 toneladas de crema solar llegan a los océanos y, sinceramente, es un problema de un tamaño descomunal. Porque, por un lado, como insisten de forma recurrente médicos e investigadores, necesitamos usar más crema solar (la mayor parte de los españoles están peligrosamente infraprotegidos frente a la radiación solar); y, por el otro, la acumulación en los ecosistemas marinos y de agua dulce de algunas de las sustancias que contienen (como la oxibenzona o el octilmetoxicinamato) es un horror medioambiental. Y sanitario, claro: ya se encuentran filtros ultravioleta en la cadena alimenticia.
La promesa de las pastillas contra el sol. Por eso, la llegada de las pastillas de protección solar fue, para muchos, una excelente noticia: la forma en la que resolver la “cuadratura del círculo” de aumentar la protección solar sin destrozar el medio ambiente. La realidad, no obstante, es que aunque las pastillas pueden ser útiles en algunas circunstancias, resolver el problema (como “cuadrar un círculo”) va a resultar algo imposible.
¿Qué son las pastillas de protección solar?. La respuesta corta es que se trata de un producto que se consume por vía oral y que ayuda a limitar los efectos negativos del sol en nuestra piel. Sin embargo, para entender qué pasa con las pastillas contra el sol es necesario entender cómo actúan las cremas solares. En términos generales, podemos distinguir dos grandes tipos de cremas: las de barrera física y las de barrera química.
Los filtros físicos son una especie de “pantallas” que reflejan la luz de sol. Son esas cremas densas que no se absorben y dejan la piel blanca como la horchata: utilizan compuestos de partículas sólidas, insolubles (como el dióxido de titanio o los óxidos de zinc) y actúan creando un escudo que impide que los rayos solares penetren en la piel. Su principal beneficio es ese, que no se absorben (y, por eso, están especialmente indicadas para niños entre seis meses y tres años, y personas con problemas dermatológicos). No obstante, mucha gente ‘huye’ de ellas porque su estética y practicidad dejan mucho que desear.
Los filtros químicos, en cambio, utilizan una serie de productos que, en lugar de reflejar la luz solar, la absorben. Son cremas más fáciles de aplicar y con mejor resultados estéticos; pero tardan más en actuar, pueden causar alergias y tienden a tener un espectro de protección más bajo. Por eso, en los últimos años, lo habitual es encontrarse con filtros mixtos que combinen los dos tipos en una sola formulación: ganando en protección sin perder (demasiado) a nivel estético. No obstante, con esta tipología tenemos suficiente como para entender no sólo qué son las pastillas contra el sol, sino también sus limitaciones.
Una lógica con sentido…. En este sentido, podríamos englobar a las cápsulas de protección solar entre los filtros químicos. La lógica que subyace a estos productos es parecida a la que hay detrás de las diferencias entre una medicina de uso tópico y una de administración oral. De la misma manera que, ante una contusión, podemos utilizar una pomada antiinflamatoria o una pastilla: la protección solar química podría aplicarse por otras vías.
…pero una implementación muy problemática. El gran problema que nos encontramos es que las pastillas solares no usan el mismo principio activo que las cremas, pero por otra vía. La inmensa mayoría de ellas comercializadas en Europa ni siquiera lo intentan. En realidad, son ‘nutricosméticos‘; es decir, complementos alimenticios (elaborados a base de cosas como los betacarotenos, vitaminas y extractos naturales) que tratan de ayudar a absorber la luz del sol y reducir el daño oxidativo de las células. Es, en esencia, un complemento vitamínico.
Y como tal debemos entenderlas y utilizarlas: como un extra que no sustituye, en absoluto, a las cremas y que tampoco tienen una gran evidencia científica detrás. Pero la forma de comercializar las pastillas suele generar equívocos. Hasta tal punto que en 2018 la FDA norteamericana se vio obligada a emitir un comunicado en el que advertían que este tipo de píldoras son inútiles frente a los daños potenciales del sol y no pueden compararse con las cremas solares de uso regular.
¿Un callejón sin salida dermoprotector?. Lo cierto es que sí. La paradoja inicial (que necesitemos más protección solar y que, a la vez, los niveles de contaminación sean muy altos) no tiene fácil solución. A medida que la exposición al sol aumenta en muchos países desarrollados y que el bronceado gana prestigio social, los problemas dermatológicos aumentan (y los sanitarios, van detrás). Solo nos queda seguir trabajando para encontrar soluciones que nos permitan encontrar un camino intermedio y, mientras tanto, protegernos lo mejor que podamos.
Imagen | Collins Lesulie
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La noticia
Las pastillas contra el sol son nuestra gran esperanza para librarnos de la crema. El problema: están muy verdes
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Jiménez
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