Ya sabemos cómo desarrollaron las jirafas sus larguísimos cuellos: a cabezazos las unas contra las otras
Si durante el verano de 1827, hubieras recorrido los 885 kilómetros que separan Marsella de París, habrías visto algo que, a buen seguro, no volverías a olvidar: un rebaño de vacas lecheras, dos sirvientes africanos y una jirafa. No, perdón: la jirafa. Porque, de entre todos los regalos que el pachá de Egipto podía haberle hecho al rey Carlos X de Francia, aquella bestia enorme, bellísima y tremendamente bizarra era sin duda uno de los más espectaculares.
Al fin y al cabo, da igual que seas un campesino del Lyon del XIX o un zoólogo actual, el misterio del cuello de la jirafa es algo tan fascinante como desconocido. Ahora hemos descubierto que igual estábamos equivocados en casi todo lo que tenía que ver con él.
La búsqueda del por qué. A bote pronto, la explicación funcional del cuello de la jirafa es bastante obvia: estos bichos (que recordemos que son el animal terrestre más alto y el rumiante más grande de la Tierra) tienen el cuello largo para poder alimentarse fácilmente de las copas de los árboles.
Sin embargo, eso no explica mucho, la verdad. Si el famoso genetista ucraniano Theodosius Dobzhansky tenía razón en aquello de que “nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución“, la verdadera pregunta es cómo fue posible que esos cuellos llegaran siquiera a existir. Y, de hecho, este fue uno de los grandes ejemplos que siempre se han utilizado para “enunciar” mecanismos evolutivos.
Desde que Darwin esbozara por primera vez los conceptos de evolución adaptativa y selección natural (antes, incluso, porque la hipótesis de Lamarck ex también célebre), el problema del cuello de la jirafa ha sido un elemento central de la discusión biológica.
La supervivencia de los más altos. La explicación tradicional es que la competencia por la comida hizo que las protojirafas con el cuello más largo tuvieran más éxito reproductivo y, poco a poco, por esa ristra de sutiles mecanismos evolutivos que nos dieran forma, los cuellos se fueran alargando progresivamente en busca de las hojas de las copas más altas de la sabana africana. No sólo era la ‘explicación tradicional’, la verdad: es que era la explicación más lógica.
La historia ilógica de la jirafa. Ahora, un equipo de antropólogos ha desenterrado unas jirafas de hace 17 millones de años que pueden darle la vuelta al asunto. Encontraron que estas especies jirafoides tenían una estructura con forma de casco y articulaciones de cabeza y cuello especialmente complejas. Esto era sorprendente porque puede tratarse de la adaptación más optimizada jamás encontrada hasta ahora en la evolución de los vertebrados.
“¿Qué hacían esas estructuras ahí?”, se preguntaron. Sin embargo, analizando esas características morfológicas peculiares, los investigadores llegaron a la conclusión de que la mejor explicación es que, en fin, tenían un comportamiento ferozmente agresivo. O, lo que es lo mismo, se daban unos cabezazos realmente enormes. Es decir, fue la competición ‘sexual’ de los machos la que allanó el terreno anatómico para que el cuello pudiera crecer. Por eso, la adaptación del cuello es tan rara: porque a veces no basta con que haya hojas altas en plena sabana.
Imagen | Frenjamin Benklin
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Javier Jiménez
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