De Il Cavallino al Purosangre: la historia de Ferrari es un eterno conflicto entre tradición y modernidad

De Il Cavallino al Purosangre: la historia de Ferrari es un eterno conflicto entre tradición y modernidad

Si hay una marca mística en la automoción esa es Ferrari. Desde luego, no hay datos que puedan sostener esa afirmación pero si le preguntas a un niño cuál es su deportivo ideal, probablemente, te dirá: deportivo y rojo. Y es que, Il Cavallino es, en el imaginario colectivo, mucho más que una marca de coches.


Ferrari es, para muchos, lujo, dinero y ostentación. Pero también es competición. De hecho, sin el automovilismo no tendríamos a Ferrari… y el automovilismo también sería otra cosa. No sabemos si mejor o peor, pero seguro que sería distinto.

El origen de la Scuderia

De hecho, la competición es tan importante para Ferrari que se refleja en las propias siglas de su escudo. SF (Scuderia Ferrari) da una pista de su origen. Y es que éste se encuentra en 1929, año en el que Enzo Ferrari comenzó a competir en Italia, país en que las carreras de coches estaban en auge. De hecho, no fue hasta 1947 cuando comenzó con la fabricación de automóviles para la calle.

Hasta entonces, Enzo Ferrari contaba con su propio equipo en el que daba la oportunidad de competir a pilotos de Módena. Sus buenos resultaros lo empujaron a integrarse dentro de la estructura de Alfa Romeo, firma que le nutría de deportivo de competición y de la que llegó a formar parte como directivo en 1938. Poco después, al enterarse de que ésta tenía la intención de comprar su equipo, abandonó la estructura para participar por su cuenta.

Ferrari 275 Gtb Competizione 1966 1600 02

Expulsado de la competición (el contrato le impedía competir durante los años posteriores en carreras de todo tipo), Enzo Ferrari utilizó la excusa de la Segunda Guerra Mundial para vender sus propias máquinas. Durante la contienda contrató decenas de ingenieros para servir al ejército italiano. De hecho, la fábrica fue un objetivo recurrente, siendo bombardeada en dos ocasiones.

Sin embargo, todos los conocimientos adquiridos durante esos años le ayudaron a impulsar la marca. De hecho, no fue hasta 1947 cuando de las puertas de Maranello salió el Ferrari 125 S, considerado el primer deportivo de la marca. Un monoplaza con motor V12 de 1,5 litros y 75 CV que podía circular por la calle. Poco después, ya en 1948, veía la luz el Ferrari Tipo 166, el primer deportivo de la marca expresamente diseñado para la calle. Era un biplaza coupé que montaba el mismo motor V12 pero que, gracias a elevar su cilindrada hasta los 2,0 litros, podía desarrollar 125 CV de potencia.

Il Cavallino

La década de los 40 dio inicio al verdadero nacimiento de Ferrari como marca propia e independiente, como fabricante de vehículos de lujo para la calle. Y con ellos llegó el color rojo a la carrocería, santo y seña de la compañía. De hecho, la importancia de este color para Ferrari es tal que cuenta con su propio pantone: 485 C.

Pero si el rojo lo asociamos a Ferrari, el otro gran símbolo de la marca es Il Cavallino. Para conocer el origen del caballo que toma forma en el escudo de la firma de lujo hay que retrotraerse a la Primera Guerra Mundial. Y su origen es confuso.

Ferrari F40 1987 1600 03

Sí se tiene claro que el caballo fue visto por primera vez en la Gran Guerra, en el lateral de uno de los aviones de Francesco Baracca. El piloto identificó su máquina con este caballo, el cual formaba parte del escudo familiar. A partir de aquí, todo son conjeturas.

Las historias más recurrentes apuntan a que un hermano de Enzo Ferrari volaba en el batallón de Francesco cuando ambos fueron derribados. En homenaje, la Condesa de Baracca habría pedido a Enzo que luciera Il Cavallino en sus monoplazas a modo de homenaje. La segunda historia asegura que, tras ganar una carrera, a Enzo Ferrari le regalaron una pieza del avión que pilotaba Francesco y que fue derribado en 1923. En este caso, habría sido el propio Enzo Ferrari el que decidiera utilizar el emblema de la casa Baracca.

Lo que sí es cierto es que el caballo sufrió una pequeña modificación a la hora de incluirlo en el escudo. Su cola, en cascada, fue rediseñada y se dibujó erguida, para darle una mayor fuerza al emblema.

Difícil encrucijada

Con el paso de los años y de las décadas, el éxito de Ferrari ha sido tal que se ha posicionado como la firma de lujo por excelencia. Y, por el camino, no le ha quedado más remedio que hacer algunas renuncias que, los más acérrimos seguidores, han considerado como traiciones propias. El problema, como en la mayoría de ocasiones en este tipo de marcas ha sido equilibrar el éxito económico con su propia tradición.

La primera gran ruptura llegó con el Ferrari Dino. De la necesidad de financiar su futuro nació el primer Ferrari con motor central de la marca que tenía como misión ser todo un superventas y facilitar el acceso a la misma. La dificultad, en este caso, estaba en ofrecer todo un superventas que no diluyese la marca y no presentara a Ferrari como un fabricante accesible.

Desde entonces, se puede decir que hay dos tipos de deportivos dentro de la propia Ferrari. El grueso de la oferta la protagonizan deportivos lujosos para ser vendidos en masa, a los que acompañan piezas casi únicas, de tirada limitada que sirven para agrandar la leyenda. Entre estos últimos podemos contar los F40, F50 o LaFerrari.

A esta necesidad de crecimiento hay que sumar que las normativas antiemisiones siempre han sido piedras en el camino a superar. Las últimas exigencias de la Unión Europea apuntan a que veremos una electrificación cada vez mayor de la firma y, probablemente, ha acelerado un proyecto del que se lleva años rumoreando: un SUV de Ferrari.

La marca italiana necesita, más que nunca, vender vehículos en masa. Tal y como demostró Porsche con su Cayenne y ha certificado Lamborghini con el Urus, la llegada del próximo Ferrari Purosangre era una necesidad que había que cubrir y que hará a partir de este mismo año.


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De Il Cavallino al Purosangre: la historia de Ferrari es un eterno conflicto entre tradición y modernidad

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Xataka

por
Alberto de la Torre

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