La guerra que acabó a dos horas diferentes: el cambio de horario lleva ya casi un siglo dando dolores de cabeza a los españoles
Esta noche, millones de personas cambiarán la hora y dormirán una hora menos: a las dos serán las tres. Hace unas semanas, de hecho, otros muchos millones la cambiaron también. Pese a todos los años que hemos desperdiciado discutiendo los pros y los contras del cambio horario, es lo que toca. Y es lo que ha tocado durante muchos, muchos años.
La luz del día es un bien escaso. Aunque la idea de cambiar la hora para aprovechar mejor el día lleva siglos encima de la mesa y el mismo Benjamin Franklin se dedicó a diseñar medidas (como poner un impuesto a las contraventanas, restringir las velas o tocar las campanas por las mañanas) para despertar a sus conciudadanos antes durante los meses de verano. Lo cierto es que el moderno cambio horario se lo debemos al constructor inglés William Willett.
En 1907, Willett imprimió un panfleto llamado ‘The waste of daylight‘ en el que proponía adelantar la hora 20 minutos cada domingo de abril (y hacer lo contrario durante cada domingo de septiembre). De esa forma, durante verano se ganaban 80 minutos de luz útil. Willet movió cielo y tierra para convencer a los políticos ingleses de que su proyecto tenía sentido, pero necesitó una guerra para que lo tomaran en serio: la Primera Guerra Mundial.
Fue entonces, en plena restricción de carbón por las necesidades militares, cuando los distintos países empezaron a introducir la idea. Alemania y Reino Unido lo empezaron a aplicar en 1916, Rusia en el 17 y EEUU en el 18. Justo ese año, el 15 de abril, se reguló el cambio a nivel internacional.
España se lo tomó con calma. Quizás porque España había permanecido relativamente desajena a la Primera Guerra Mundial, no se dio mucha prisa para introducir el cambio horario en el país. Recordemos que hasta hacía muy pocos años (hasta el 1 de enero de 1901) cada provincia tenía un meridiano local y, por lo tanto, una hora propia. En aquella época, las cosas de palacio iban despacio.
En el caso del cambio horario, a pesar de la convención internacional, la hora no se cambió los años comprendidos “entre 1920 y 1923, en 1925 y entre 1930 y 1936”. En 1936, estalló la Guerra Civil y, en mitad de un conflicto tan cruento, el cambio horario empezó a ser útil (como lo había sido en los países implicados en la IGM): el problema es que cada bando hizo lo que consideró oportuno.
La Guerra que se desarrolló a dos horas distintas. Por ejemplo, el Gobierno republicano sumó una hora el 2 de abril de 1938 y, 28 días después, sumó otra. Los sublevados, por su parte, solo sumaron una, el 26 de marzo. Como la república solo descontó una de esas horas al acabar el verano, el resultado es que hasta el fin de la guerra las distintas zonas de España estaban en horarios diferentes.
Esto ha hecho que durante años, los investigadores se volvieran locos porque los informes de ambos bandos no acababan de coincidir. De hecho, en puridad, Fernando Fernández de Córdoba, leyó el conocido como “último parte de guerra” el 1 de abril de 1939, aún no eran las 22:30 de la noche en toda la España peninsular.
Pero, sobre todo, provocó un incidente digno de una película de Berlanga: 1939 empezó en la España republicana una hora antes que en la nacional. Con el fin de la Guerra (y el cambio de uso horario para alinearnos con Europa continental y el eje Franco-Alemán) la hora de la España peninsular volvió a ser una. En fin, no se puede decir que los problemas relacionados con el cambio horario sean algo nuevo.
Imagen | Sinitta Leunen
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Xataka
por
Javier Jiménez
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