‘Fast & Furious’: Cómo la saga ha pasado de macarrada con coches tuneados a ciencia-ficción con viajes al espacio exterior
- Aviso: Este artículo incluye spoilers leves.
Llega un momento en toda serie de cierta longevidad en la que hay que viajar al espacio. Es un poco el equivalente a “saltar el tiburón” de las series televisivas (término que hace referencia en el momento en el que argumentalmente la serie toma una decisión excéntrica o disparatada que acaba con ella o la catapulta a la gloria). Se ha visto en el cine de terror (la fantástica ‘Jason X’ de ‘Viernes, 13’, las tronchantes cuartas entregas de ‘Leprechaun’, ‘Hellraiser’ y ‘Critters’), pero hasta el mito erótico ‘Emmanuelle’ lo hizo en la serie ‘Emmanuelle in Space’.
Aunque quizás con quien más fácil sea identificar este retruécano argumental de la saga, este viaje al cosmos (que no es spoiler: Michelle Rodríguez lo confirmaba en septiembre del año pasado) es con una película de la saga James Bond, obvio espejo inicial para la serie ‘Mission: Impossible’, a su vez icono pop al que viene imitando ‘F&F’ desde su quinta entrega. Se trata de ‘Moonraker’, de 1979, cuarta película en la que Roger Moore encarnó a 007, y que intentaba imitar el bombazo de ‘Star Wars’, con resultados discutibles.
‘Fast & Furious’ no tiene nada que ver con ‘Star Wars’ más allá de su notoria longevidad, su fenomenal taquilla (ha sobrepasado el record en pandemia, superando los 70 millones de dólares en su primer fin de semana en Estados Unidos, convirtiéndose en el mejor estreno en su país desde, significativamente, ‘Star Wars: El ascenso de Skywalker’). Pero es a través de la saga de Disney donde podemos encontrar la conexión de la serie de la familia Toretto con la ciencia-ficción: si ‘Moonraker’ quería convertir a 007 en un personaje de ‘Star Wars’, ‘Fast & Furious’ es, también, cada vez más James Bond, aunque en este caso a través del empleo de la cifi como bisagra argumental para justificar villanos excéntricos y planes de holocausto. Aunque eso tardaría en llegar.
Rápidos y furiosos: el tuning pre-reggaeton
Echar la vista atrás, hasta 2001, el año de estreno de la primera ‘Fast & Furious’ (fugazmente conocida en España como ‘A todo gas’), no solo nos manda a una franquicia muy distinta, sino a un momento también muy diferente de la historia del cine. Se estrenaban secuelas de ‘Rush Hour’, ‘La momia’ o ‘Jurassic Park’. Aterrizaban las primeras partes de ‘Shrek’, ‘El señor de los anillos’, ‘Harry Potter’ y ‘El planeta de los simios’… de Tim Burton. Limp Bizkit era lo máximo, y lo demostró apareciendo en la BSO de ‘F&F’. Otros tiempos.
El cine de acción era también muy distinto al actual, aún no transformado por Marvel, ‘Mission: Impossible’ (que llevaba solo dos entregas) y ‘John Wick’, por decir tres franquicias que han calado profundamente en el género en la actualidad. Como prueba, el referente claro de la primera ‘F&F’ era ‘Le llaman Bodhi’, un clasicazo del cine de acción de los noventa, rebosante de deportes de riesgo y acción relativamente realista, en la que un policía (Keanu Reeves) se infiltraba en una banda de atracadores de bancos comandada por Patrick Swayze.
Algo así sucede aquí, con Paul Walker como policía infiltrado en el mundo de las carreras ilegales en busca de una banda de ladrones de coches, donde puede estar implicado (o no) Vin Diesel. Nada raro por aquí: acción con carreras y persecuciones, parcialmente inspirada en el éxito de los videojuegos de ‘Need for Speed’ y el tuning, entre otras fiebres de la época. El éxito fue tal (38 millones de dólares de presupuesto, más de 200 de recaudación) que generó de inmediato las correspondientes secuelas.
Curiosamente, las dos primeras secuelas no contaron con Vin Diesel, aunque sí seguían los códigos policiacos y relativamente realistas de la primera parte. La tercera entrega, ‘Tokyo Drift’, fue un experimento relativamente habitual en las franquicias largas, que consiste lanzar películas tipo spin-off, con protagonistas y ambientación distinta, para mantener una cadencia anual que la serie principal a veces no puede aguantaar. El resultado aquí fue muy notable (como lo fue otro caso célebre de lo ochenta: ‘Halloweeen III’), una especie de ‘Street Fighter’ con coches, pero el experimento no se repitió.
Vuelta a la línea de salida
La cuarta entrega, confusamente titulada en su versión original ‘Fast & Furious’ (aquí le añadimos el subtítulo ‘Aún más rápido’) supone el reencuentro de los protagonistas de la película original. Justin Lin, director de las entregas 3, 4, 5, 6 y 9, es decir, responsable de lo que hoy entendemos por “El Concepto Fast & Furious” aún permanece fiel en el argumento a las carreras ilegales y a los policías inflitrados, pero amplía la escala: tráfico de drogas, carreras multitudinarias y decenas de coches haciendo trompos en el aire.
Es aquí, en 2011, cuando la saga entiende que los códigos del policiaco urbano se le quedan pequeños, y convertida en franquicia millonaria, con el regreso de los protagonistas iniciales como clara clave comprobada para el éxito, se da un giro sin complejos hacia la superproducción disparatada, siguiendo muy de cerca los pasos de ‘Mission Impossible’, que este mismo año estrenaría su cuarta entrega, ‘Protocolo Fantasma’. En la quinta parte, para muchos la mejor de todas, entramos en terreno de la acción más grande que la vida, casi superheroica, con The Rock entrando momentáneamente en el reparto de la saga como claro símbolo de este giro.
Temáticamente no estamos todavía en términos de ciencia-ficción: ‘Fast & Furious 5’ muestra a los protagonistas (que empiezan a regresar a la saga a puñados desde todas las entregas anteriores) manoseando otro código clásico del thriller, los falsos culpables en eterna huída. Pero la forma que tiene de plasmarlo en pantalla Justin Lin, que empezó a ensayar modestamente en la tercera entrega, comienza a adquirir visos de ciencia-ficción, y se detecta en la primera gran set piece de la película, que involucra un rescate en un tren y unos cuantos desafçios a las leyes de la física.
En ella, los coches ya no son meros vehículos para ir de un lado a otro. Los coches se han convertido en proyectiles, en misiles. En naves que pueden ser redirigidas en el aire. Las leyes de la física se transforman en favor de la emoción pura, y las máquinas están al servicio de los héroes. Aunque ‘Fast & Furious’ no vaya de invasiones extraterrestres ni de la conquista del espacio profundo, sí hay un espíritu de género ahí: el dominio de la tecnología para convertirla en una prolongación del ser humano y sus proezas.
A partir de aquí, los coches pierden todo tipo de peso físico, lo que acaba confluyendo en una de las imágenes más merecidamente famosas de la serie: el coche saltando entre dos rascacielos de Dubai en ‘Fast & Furious 7’. Al principio de esa misma película, el hijo de Paul Walker le ha dicho, jugando, que “los coches no vuelan”. Coches voladores, un clásico icónico de la imaginería de esa ciencia-ficción con la que la franquicia tontea sin necesidad de imbuirse del todo en sus argumentos (porque seguimos hablando de películas de atracos, falsos culpables y dinámicas de película de espías).
A partir de la quinta entrega, además, después de una brutal persecución en Rio, los coches suman otra característica extra: pasan a ser máquinas de demolición descontrolada. Un apunte que culmina en la sexta entrega, cuando un puñado de coches literalmente derriban un avión para que el vehículo que éste retenía salga volando del esqueleto de fuego de la aeronave que estalla. Más bello que la Victoria de Samotracia.
Cuidado, los jáquers
Solo faltaba un aliciente extra: la tecnología punta / absurda, con la que ya se venía tonteando desde el momento en el que las películas visten ropajes de caper movies hi-tech, como ‘Mission: Impossible’. En la octava entrega, la villana es una hacker (que se llama Cifra, además: Charlize Theron, de la que se dice que es “el terrorismo tecnológico en persona”). La amenaza es la del holocausto nuclear, otro código de la ciencia-ficción que nos faltaba (el post-apocalipsis, lo que conecta los supercoches de F&F con Mad Max, para redondearlo todo). Y se llevan a cabo disparates como hacer llover coches desde un edificio controlando sus ordenadores de a bordo, o moverlos por la ciudad como una marabunta metálica que parece una pesadilla salida de ‘Trackmania’.
De nuevo, no estamos estrictamente ante películas de ciencia-ficción, pero se está usando la excusa tecnológica para mostrar lo imposible. Por supuesto, el armamento que usan los protagonistas (bombas multidireccionales, por ejemplo) pertenecen a un futuro cercano indeterminado, y otro día hablamos de la increíblemente alucinante línea temporal que sigue la película, todo para justificar el terremoto argumental que generó ‘Tokyo Drift’. Y por supuesto, hay gadgets como trajes para vuelo libre con alas y propulsión a chorro que permiten abordar aviones.
Además, la saga se permitió un nuevo spin-off, ‘Fast & Furious: Hobbs & Shaw’, jugando con la dinámica de rivalidad / compañerismo de dos personajes secundarios altamente carismáticos de la saga principal a ambos lados de la ley, encarnados por Dwayne Johnson y Jason Statham. En esta ocasión, el villano sería Idris Elba, nada menos que un terrorista mejorado ciber-genéticamente. Aquí ya entramos en un terreno de ciencia-ficción más o menos bastardizada (aunque con un curioso coqueteo en su tramo final con un retorno a la naturaleza y a las esencias de la tradición) y en el cine de superhéroes más racional.
Aquí la propia presencia de Elba es pura ciencia-ficción, alguien con habilidades sobrehumanas gracias a la tecnología, pero también un arma biológica que, de nuevo, puede desatar el apocalipsis, y tras el que irán héroes y villanos. Aunque el tono es, digamos, menos techie que ‘Fast & Furious 7’, el argumento abraza sin problemas lo irracional por la vía de la explicación lógica (que no necesariamente verosímil).
Finalmente, llegamos a la entrega novena, que da un paso atrás en términos de argumento de más pura ciencia-ficción, ya que volvemos a los culebrones de traiciones entre antiguos familiares y Cypher permanece en segundo plano, pero tenemos el lanzarse en plancha a otro icono visual de la ciencia-ficción: el viaje al espacio exterior. Sin embargo, ‘Fast & Furious’ a estas alturas tiene muy bien cogido el tono a sus disparates, y opta por la única vía para que encaje con la lógica de una saga que, por lo demás, permanece con los pies en la Tierra: hace tragar con un disparate absoluto (dos personas sin preparación viajan al espacio en un coche modificado) por la vía del humor.
El resultado, por increíble y arbitrario que parezca, funciona, y si a estas alturas hay alguien que decide que hasta aquí hemos llegado y que desconecta en este punto, bueno… lleva veinte años en la franquicia equivocada. La ciencia-ficción ha sido para ‘Fast & Furious’ más una herramienta, una inmensa llave inglesa con la que justificar los torrentes de acción pura e irracional que hace llover sobre los espectadores. Un uso inteligente y único del género para una serie con una personalidad arrolladora.
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‘Fast & Furious’: Cómo la saga ha pasado de macarrada con coches tuneados a ciencia-ficción con viajes al espacio exterior
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Xataka
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John Tones
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