Somos los que ya vinimos a teletrabajar desde España para empresas extranjeras
Históricamente, España ha sustentado su economía en dos pilares: el ladrillo, y el turismo de arte-sol-y-playa. Lo primero se derrumbó como un castillo de arena tras el impacto de un Boeing en la crisis de 2008. Lo segundo plantea serias dudas en el contexto de una pandemia mundial y la incertidumbre sobre qué pasará en hipotéticos rebrotes: cierre del espacio aéreo que deje a turistas atrapados o como mínimo con dificultades para volver a casa, problemas logísticos, incapacidad para disfrutar de las vacaciones contratadas…
La situación actual plantea posibilidades para ir más allá. Muchas más horas de sol y mucho menor coste de la vida y de la vivienda en comparación con Alemania, Francia, los países escandinavos… Además de una reputada calidad de vida. Mientras tanto, las oficinas quedan en entredicho, al menos hasta que se ponga fin al virus mediante una vacuna o una cura eficaz. ¿Y si pensamos en atraer turistas que se queden a vivir de forma permanente ahora que el teletrabajo está asentándose más que nunca?
Las ciudades, que habitualmente compiten por el turismo o por la inversión empresarial, pueden pasar a competir por captar teletrabajadores que vengan a gastar aquí lo que ganan en su país. Algunos teletrabajadores ya abrieron la veda mucho antes de la pandemia, cuando decidieron que asentarse en España sería una buena idea.
“Me cuesta encontrar desventajas a vivir en un entorno hermoso sin tener que ir a trabajar a una gran ciudad”
Daniel Strong, de 32 años, es diseñador 3D. Tras pasar unos años trabajando en Студия, un estudio de cine en su Rusia natal, decidió buscar clientes con los que trabajar de forma autónoma y dar el salto a otro país en el que vivir. Su primera elección fue España, sin un punto concreto en mente, así que pasó por once ciudades en dos semanas. Le gustó mucho Zaragoza, pero para asentarse escogió finalmente Valencia. “Era tal y como había leído en Internet: muy verde, amistosa y moderna, con muchas posibilidades. Muy adecuada para vivir y moverse por ella. Tiene costa, pero es mucho más barata que Barcelona. Es una ciudad perfecta para mí”.
Se enamoró de la terreta y decidió conocerla un poco más viviendo en otros municipios valencianos, así que ahora vive en Torrevieja. Prepararse para el teletrabajo desde otro país le llevó casi un año desde que tomó la decisión hasta que compró un billete solo de ida. Pese a las dificultades iniciales (“fue volver a empezar, tuve que aprender a la vez un nuevo tipo de trabajo, gestionar a nuevos clientes, aprender un nuevo idioma, asumir nuevas reglas, entender una nueva cultura…”), está “completamente satisfecho” de su vida como teletrabajador desde España. “O incluso más. Estoy muy feliz”.
Cuando le preguntamos por las desventajas de su decisión, solo cae en una: “No todo el mundo sabe inglés, aunque la gente siempre intenta entenderme y ayudarme”, dice. Algo que también es una de las ventajas de la vida aquí: “Es un país muy accesible, leal a los extranjeros y amistoso en general. Se puede encontrar cualquier condición para vivir: desde la soledad en las montañas y las verdes praderas del norte hasta el hermoso mar, las playas y las fiestas del sur. Y hay lugares como Canarias con muchos nómadas digitales, es más probable que vivir en España sea una buena idea que una mala”, sentencia.
Chris Thornton, británico, trabaja como diseñador web. Hace unos años, cuando vivía en Chipre, decidió trasladarse a la Europa continental junto a su pareja. Su conciencia ecologista les empujó a buscar un destino rural. “Queríamos vivir en un auténtico pueblo rural catalán, con mucha identidad cultural”, nos cuenta. “Tampoco queríamos vivir en un pueblo que estuviese en un camino perdido, sino que fuese un destino. También queríamos que tuviese un río cerca, ya que siempre vivimos cerca del agua, y que tuviese buenas conexiones ferroviarias con Barcelona y con Madrid”, explica.
La decisión se tradujo en un pueblo de poco más de 1.000 habitantes en la provincia de Tarragona, Riba-roja d’Ebre, que desplegó fibra óptica por todos sus hogares en 2015 -algo clave para que un diseñador pueda enviar sus archivos a la otra punta del mundo- además de habilitar un coworking municipal gratuito para, precisamente, atraer teletrabajadores. Se instalaron en el pueblo y empezaron a usar el coworking para trabajar con sus clientes de varios países. El ayuntamiento les acabó pidiendo que se encargaran de abrirlo y cerrarlo mientras terminaban de construirlo en otro lugar más grande. Al principio sus usuarios se contaban con los dedos de una mano, hoy ya son veintidós.
En Chipre ya conocieron lo que es el teletrabajo, pero en la Cataluña rural descubrieron lo que es hacerlo en una comunidad que da mucho peso al trabajo en remoto, algo que se ha convertido en su red de apoyo en un país en el que tuvieron que construirla desde cero, sin familia ni amigos de la infancia. “El teletrabajo permite vivir en el mejor ambiente, rodeado de naturaleza y sin tener que viajar a las grandes ciudades para trabajar. Con la situación medioambiental actual es más importante que nunca pensar en global y actuar en local”.
La integración ha sido profunda en estos dos: crearon una asociación para impulsar un festival de música y arte ecológicas que ganó premios por su sostenibilidad. También han creado un proyecto de arte al aire libre para apoyar a los artesanos locales y promover el turismo en el pueblo. Dice Chris que no es capaz de ver inconvenientes a su forma de teletrabajar en España. “Es difícil ver desventajas cuando vives en un entorno tan hermoso, con tanto que hacer cuando acaba el trabajo. Tienes la libertad de trabajar para vivir, y no de vivir para trabajar. Con fibra óptica podemos conectar con nuestros clientes allá donde estén y hacer reuniones sin tener que viajar”.
Tú a La Rioja y yo a La Axarquía
Christine Job, de 33 años y natural de Atlanta (Estados Unidos), lleva tres en España. Había visitado el país varias veces, y en un momento dado decidió tomarse un año sabático de su profesión principal, Business Strategist, y mudarse a un pueblo de La Rioja para dar clases de inglés a niños de entre 3 y 12 años. “No tenía experiencia con niños, pero fue una experiencia increíble. Muchos niños nunca habían visto a una afroamericana como yo, algunos más pequeños ni siquiera sabían que existimos, así que simplemente esa experiencia les abrió los ojos”.
Luego trabajó en otra escuela en la que sí sabían de la existencia del color de su piel: muchos alumnos eran inmigrantes de segunda generación, de familia pakistaní, marroquí, maliense, etc. Lo que no esperaban era su rol. “Mi presencia para ellos era inusual, no sabían que los estadounidenses podían ser negros, y les sorprendió que yo fuera su maestra, que también era abogada y que hablara un inglés perfecto”.
Tras aquel año “sabático”, quiso volver a su profesión teletrabajando para alguna empresa de su país y asentarse en una ciudad algo mayor. Barcelona fue la elegida. Pasó a escribir para el blog de una empresa con sede en Washington D.C. y luego pasó a ocupar el puesto de Estratega, con funciones en marketing y ventas. “El teletrabajo desde aquí me ha dado la flexibilidad para cultivar un estilo de vida que armoniza el bienestar financiero, profesional, físico y emocional”.
La mayor ventaja del teletrabajo en España para alguien de Estados Unidos, como ella, es que no importa lo “loco” que sea el trabajo, ya que la cultura local enfatiza el sentimiento de comunidad. La principal desventaja es que, para alguien que teletrabajo para una empresa con un huso horario distinto, como su caso, tener que cumplir con un horario distinto hace que se pierda eventos sociales, como cenas, en las que aparte de disfrutar puede hacer contactos. La diferencia horaria, cuestión capital y a tener en cuenta por quien decida trabajar para su empresa desde otro país.
En algunas ocasiones, incluso es posible vivir teletrabajando… y gracias a otros teletrabajadores. Es el caso del arquitecto malagueño Pablo Farfán, que tras una larga etapa en Madrid decidió regresar a Málaga para que su estudio pasara de ser un lugar para reuniones, como lo era en la capital, a un espacio de trabajo integrado en el medio, algo conveniente para alguien que se dedica a la arquitectura ecológica. Se instaló en Salares, que con sus 172 habitantes es el segundo pueblo menos habitado de toda la provincia.
“Cuando venía a dar conferencias a Málaga me encontraba con extranjeros que habían venido a España a teletrabajar para empresas de Bélgica, Alemania, Países Bajos… Y ellos estaban más interesados que nadie en la arquitectura tradicional, ecológica. Venían a contarme que no podían hacer ciertas cosas con las casas moriscas, por ejemplo, para rehabilitarlas con materiales tradicionales. Que no había técnicos ni cuadrillas que supiesen. Vi ese hueco vacío y vine a ocuparlo”, nos cuenta desde su estudio.
Aunque según Farfán “cada vez más malagueños van dándose cuenta de la importancia de preservar la arquitectura tradicional y ecológica, con cal, ladrillo nazarí, balas de paja o corcho”, la demanda por parte de teletrabajadores extranjeros fue lo que le permitió regresar a su tierra. “Aunque el turismo de la Costa del Sol se centra en la costa, estos teletrabajadores suelen asentarse en pueblos pequeños del interior, hay algunos con comunidades grandes de extranjeros que vienen del norte de Europa. En Torrox —17.000 habitantes— hay tantos alemanes que llevan cinco años celebrando el Oktoberfest”.
Una historia distinta es la de la neerlandesa Sabrina Bos, de 32 años y proveniente de Ámsterdam, que decidió iniciar una vida nómada con su pareja gracias a la furgoneta camperizada en la que viven, además de desplazarse, hasta que decidieron asentarse en Pinoso, un pequeño pueblo de Alicante. Durante la etapa nómada, trabajaba como Project Management Officer para una empresa de su país, gestionando proyectos, aunque con otros clientes también se dedica al posicionamiento SEO. “Cobro una tarifa por horas propia de Holanda, pero viviendo en España y sin tener que pagar una vivienda, ya que vivimos en la furgoneta. Eso me permitió poder trabajar un número reducido de horas a la semana. Ocho, diez, dieciséis…”.
Contar con un salario típico noreuropeo en un país como España se suele traducir en un alto poder adquisitivo o en la opción de trabajar menos horas de lo normal
Tras pasar por varias ciudades de España, Francia, Marruecos o Portugal, se asentaron en la localidad alicantina y terminaron comprando un viejo bar para restaurarlo. En su primer año en España, todavía tributaba en Holanda, algo que le suponía unos 100 euros al mes, en contraposición a los casi 300 euros que paga un autónomo español, al margen del IRPF. Luego pasó a figurar como residente en España y se dio de alta como autónoma aquí.
“Ahora pago una cuota reducida por ser mujer menor de 35 años y estar en mi primer año de actividad. Luego ya tendré que pagar más, pero me sigue compensando”, nos explica. Vino a España por su clima, algo que considera fundamental. Su única queja, la baja velocidad de Internet en su zona, así como la ausencia de espacios de coworking. “Pero estoy muy feliz, aquí vivimos muy tranquilos, el ritmo de vida es otro, en Holanda todo se pide para ayer, aquí puedes disfrutar más de la vida”.
En algunas etapas, especialmente cuando necesita acumular dinero, acepta un proyecto de algunos meses que le requieren desplazarse a su país de vez en cuando. Se va en avión de noche y vuelve unos pocos días después, algo que repite semanas más tarde. No obstante, prefiere trabajar completamente en remoto y quedarse en Alicante, donde le han sorprendido diferencias culturales, como las costumbres gastronómicas. “En Holanda, cuando vamos a comer, es un bocadillo y en veinte minutos estamos de vuelta. Aquí sabemos que no volveremos hasta al menos dos horas después, habiendo bebido vino o cerveza. Yo soy incapaz de seguir trabajando después de eso”, dice riendo.
Durante los últimos años ha perfeccionado su vida trabajando en remoto e itinerante, hasta el punto de tener un blog, Backpacking Like a Boss, donde habla de la van life y que le genera entre 100 y 200 euros mensuales gracias a la publicidad, según explica. “El clima, poder pasear por el campo, tener una vida tranquila, tener que trabajar pocas horas para vivir… No cambiaría el teletrabajo desde España, me encanta. Aunque aquí nadie entiende mi trabajo cuando les explico a lo que me dedico, para Holanda, desde mi furgoneta”.
Diáspora de vuelta
El teletrabajo permite captar profesionales extranjeros o de otra provincia que se muden en búsqueda de una mayor calidad de vida, los servicios que requieren y no tienen o un precio menor de la vivienda, entre otros motivos. Pero también sirve para que quien tuvo que dejar su lugar de origen pueda regresar. Como Sócrates Velasco, que a sus 38 años trabaja desde Albacete -su ciudad natal- para la empresa que le contrató en Cork (Irlanda), del sector del gambling.
El teletrabajo también permite regresar al país de origen para alguien que consiguió un empleo en una empresa extranjera, como Sócrates, que volvió a Albacete tras pasar años en Cork
Aunque se marchó con su pareja, el momento en el que consiguió plaza de funcionaria y tuvo que volver a España fue el punto de inflexión: planteó a su empresa la opción de probar a teletrabajar, asistiendo de vez en cuando a las oficinas. La empresa lo concedió a modo de experimento y el resultado fue satisfactorio para todas las partes.
“A nivel personal, para mí es mucho mejor”, dice Sócrates. “Puedo gestionar mi vida personal y laboral de forma más apropiada, este modelo ha sido muy positivo para mí”. No obstante, tras dos años trabajando desde casa, recientemente pasó a formar parte de un coworking para poder separar mejor su área de trabajo y su área de vida familiar y personal. “Ya no pierdo tiempo en ir y venir de la oficina, es tiempo que puedo aprovechar mejor, me noto más productivo”.
Su empresa plantea un horario reducido estricto, en el que sus empleados han de estar conectados, y el resto del cupo de horas de libre elección para cada uno. “De 11.00 h a 15.00 h tenemos que estar sí o sí. A partir de ahí, cada uno elige su horario. Yo suelo estar de ocho a cinco, o de nueve a seis aproximadamente”. No obstante, su satisfacción no es algo generalizado en el resto de la empresa que se ha visto obligada a teletrabajar con la llegada de la pandemia. “En torno al 50% de mis compañeros están deseando volver a la oficina. Hay gente para la que el teletrabajo no es una opción interesante por la sensación de aislamiento o la soledad”. Porque no olvidemos que el teletrabajo también tiene su cara amarga. Al menos potencialmente.
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La noticia
Somos los que ya vinimos a teletrabajar desde España para empresas extranjeras
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Lacort
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