El culebrón de la cloroquina: cómo uno de los medicamentos estrella frente al coronavirus se ha convertido en un caos científico
El día 2 de junio, los editores de la revista The Lancet publicaron una nota muy dura sobre un estudio que habían publicado apenas diez días antes. “Aunque […] una auditoría independiente sobre la procedencia y la validez de los datos está en marcha, y sus resultados se esperan en breve, queremos expresar nuestra preocupación a nuestros lectores sobre el hecho de se han planteado cuestiones científicas serias” sobre el trabajo de Mandeep Mehra y sus colaboradores. No es para menos, no se trataba de un estudio cualquiera.
Se trataba de un análisis que, con una muestra de más de 96.000 personas, concluía que tanto la cloroquina y la hidroxicloroquina en el tratamiento del COVID-19 estaban relacionadas con un mayor riesgo de muerte y con la aparición de arritmias ventriculares. Además, y por si fuera poco, admitía haber sido incapaces de encontrar ningún tipo de beneficio asociado al uso de estos medicamentos. La publicación del trabajo conllevó no solo la paralización de decenas de ensayos clínicos en todo el mundo, sino que miles de hospitales de todo el mundo dejaran de suministrar el medicamento a sus pacientes.
Apenas unos días antes, el mismo Donald Trump había declarado que tomaba el medicamento de forma preventiva por consejo de sus equipos médicos. Y, precisamente, ese debate en plena efervescencia convirtió el estudio de Mehra en un fenómeno que superaba, con mucho, los límites de la comunidad médica. Ahora, The Lancet avisa que hay dudas fundada y que debemos ser prudentes. Y no pasaría nada si no fuera porque este es el último caso de una larga serie de problemas que han mantenido a la cloroquina y a la hidroxicloroquina en el ojo del huracán de la pandemia durante meses y meses.