Cuando elegir un camión es la parte más importante de un casting: ‘El Diablo sobre ruedas’
En 1971 dos genios unieron pluma y cámara para crear una obra maestra. Steven Spielberg y Richard Matheson rubricaron ‘Duel’. ‘El diablo sobre ruedas‘. Esta es la historia de ese diablo, un Goliat oxidado y rezumante de aceite. Y del rojo y diminuto David que lo venció en la carretera…
A un lado del ring, 149 PCE. Al otro, 4091 MCB, 5312 OCI, 58367 INT… El David de la historia es un Plymouth Valiant Signet, de un rojo sangre. El Goliat, un Peterbilt 281 oxidado y rezumante de aceite, casi una encarnación maléfica de esas colinas beige que dominan el paisaje en la autopista 5 de California.
Las manos sobre el volante, una metáfora no muy sutil pero sí efectiva. Mann es el David, es decir, el hombre; más aún, lo humano. Keller es el Goliat, el killer, el asesino. Un tipo que lleva años y años y años asesinando conductores con su camión, estado tras estado del enorme país que es Estados Unidos, y acumulando las matrículas en el frontal de su vehículo como silencioso trofeo de sus cacerías.
Una mirada hacia atrás para comprender los orígenes de ‘El diablo sobre ruedas’
Estamos en 1971 y, como aviso de la era de milagros que se avecinaba para el cine americano en un par de décadas, Steven Spielberg y Richard Matheson se cruzan en la rotonda de la vida. Afrontaban momentos bien distintos de su carrera.
Steven Spielberg era ese chavalín que se vivía como una anomalía en Universal, como un capricho de uno de los capos, George Eckstein, que lo había fichado con solo 18 años. Era y aún es el director más joven de la historia en firmar un contrato en Hollywood.
Richard Matheson era ese guionista infalible que había firmado muchos de los mejores episodios de ‘The Twilight Zone‘ y ese novelista extraordinario que ya sumaba clásicos imperecederos, como ‘Soy leyenda‘ o ‘El increíble hombre menguante‘.
El destino quiso que el relato de ‘Duel’, publicada en Playboy como novela corta, llegara a la mesa de Spielberg de mano de una asistente. Y el resto es historia, llena de fascinantes, locos e inauditos detalles. Para muestra, un botón: los 13 días, repetimos, 13 días, en los que rodó Spielberg la película. En carreteras reales. Con su actor principal al volante.
Pero de las muchas historias que pueden contarse en torno a ‘Duel’ vamos a contar la mayor, la del demonio, un Peterbilt 281 1955, el mismísimo diablo sobre ruedas. En una conversación con Steven Spielberg sobre ‘Duel’, uno de los extras de la película ya presente en la edición en DVD de la película, el cineasta pinta muchas escenas de la trastienda de su primer largometraje.
Por ejemplo, cuenta cómo secuenció ‘El diablo sobre ruedas’ forrando de papel las paredes de la habitación de su motel y pintando sobre dicho papel un mapa de las carreteras en las que iban a rodar con la posición de las cámaras y todas las anécdotas de la historia en orden secuencial. Cómo supo que el coche del prota, el David Mann al que encarna extraordinariamente Dennis Weaver, tenía que ser rojo para destacar sobre las colinas arenosas y el gris del asfalto del paisaje californiano. Y, también, como fichó a su camión.
Tenía que ser aquel Peterbilt
“Fue exactamente igual que el casting de un actor”, explica Spielberg en el documental. “Me subí a un minicoche eléctrico, me llevaron a un aparcamiento y pasé revista a los siete modelos de camión que estaban allí. Lo tuve clarísimo. Era el Peterbilt”.
Spielberg explica el porqué de este camión con esa mezcla de genialidad e ingenuidad que le caracteriza. De nuevo, como si se tratara de un actor humano, era una cuestión de rostro, de carisma: “El resto de los camiones tenían un frontal chato, con el parabrisas cayendo plano hasta el chasis. No había nada de motor a la vista, probablemente porque el motor iba atrás. Pero el Peterbilt tenía una cara. La nariz era el motor proyectándose hacia delante, la boca era la parrilla de metal sobre el parachoques y los ojos eran los faros. Allí había una cara”.
A la cara y al cuerpo que la vestía, eso sí, no se los podía dejar tal cual habían venido al mundo. Spielberg compara el proceso de maquillaje al que sometían diariamente al camión de ‘Duel’ con el que sufrían los actores de los monstruos clásicos de la Universal: El hombre lobo, Frankenstein o El Fantasma de la Ópera.
Lo tenían que retocar todas las mañanas con grandes rodillos para lograr ese aspecto entre polvoriento y aceitoso, de máquina resucitada por nigromancia de un desguace de chatarra. De, como dice el director, “casa encantada sobre ruedas”. El trabajo ímprobo de maquillaje sobre este diablo a neumáticos compensa en cada fotograma. Es una presencia icónica, amenazante, inolvidable.
Luego estaban los “pequeños y magníficos detalles”, como los define Matheson en otro extra de la cinta, que aportaba la inagotable imaginación de Spielberg. Al camión se le pusieron matrículas de muchos estados para indicar que este tipo se dedicaba a matar gente por todo el país.
Se añadieron también insectos muertos en abundancia al parabrisas y a la parrilla sobre el parachoques. Y Spielberg, con ese tercer ojo con el que nació para hallar planos que solo él imagina, sacó partido al vientre de la bestia, al eje de tracción, a las enormes ruedas, al tanque cilíndrico e inflamable (probablemente dentro yacía el fuego del infierno), a la silueta recortada en negro en un túnel y el súbito encender de los faros.
Otros detalles fundamentales se le deben a Richard Matheson. A él y a otro automóvil tristemente célebre: el SS-100-XX, la limusina en la que viajaban JFK y Jackie cuando la vida del expresidente voló literalmente por los aires. Matheson jugaba al golf con un amigo cuando se enteraron de lo ocurrido. Deprimidos, abandonaron el juego.
Discutían con airada indignación por el magnicidio durante el camino de vuelta cuando al amigo, que estaba al volante, le patinaron las ruedas, deslizando el vehículo en un arcén de tierra. Como una exhalación, les pasó rozando un enorme camión, a centímetros de estamparse contra ellos. La mente de Matheson construyó la historia inmediatamente. Coche perseguido por camión. Con una idea nuclear: que jamás se viera el rostro del conductor del camión homicida. Ese hombre, al que su relato llamaba Keller en ese juego de palabras con killer, sería un absoluto misterio. Quién sabe si el mismísimo Mefistófeles.
Al límite del velocímetro… sin correr riesgos
‘Duel’ parece vivirse siempre al límite del velocímetro, llevando al Plymouth y a su pesado perseguidor a ese punto en el que los manguitos tiemblan y el radiador humea. Sin embargo, la mayoría de los planos están rodados a velocidades ridículas, 40 mph a lo sumo, unos 64 kilómetros por hora. El truco se explica en dos partes.
Primero, la obsesión de Spielberg, que peleó con uñas y dientes por rodar en localización real. Antes de ‘Bullit‘, esa obra maestra de Peter Yates, las persecuciones en coche eran un chiste. Incluso en una cinta tan magnífica como ‘Con la muerte en los talones‘ hay momentos terribles en los que Cary Grant va dentro de un coche falso y el fondo que vemos a través de las ventanillas y parabrisas es la proyección de una pantalla.
Así se rodaban las escenas al volante antiguamente para minimizar el riesgo a los actores. Pero Spielberg sabía que su película se moría con esos mimbres. Así que rodó todo el filme en localización. Nada de trampa y cartón. Hasta el punto en que se puede ver en algún plano al propio Spielberg sentado en la parte de atrás del Plymouth, rodando la escena.
Segundo, un detalle más técnico, y nueva muestra del talento del cineasta. “Sabía que si rodaba siempre un talud, un paisaje de colinas en movimiento a través de las ventanillas, la sensación de velocidad iba a ser muy superior a la real. Y esto aumentaba al cambiar de lentes, de 30 a 50 milímetros se potenciaba una barbaridad el efecto”, detalla Spielberg en el diagnóstico forense de su película.
Ayudan también las angulaciones aberrantes, esos planos tomados con la cámara a ras de chasis o desde la goma de los neumáticos de perseguidor y perseguido. Spielberg no duda en repartir mérito y recordar que se hizo con los servicios del operador de cámara de ‘Bullit’, que rodaba las secuencias con una cámara a lomos de un coche deportivo.
El diablo sobre ruedas: muerte de Goliat y de David
Queda, pues, hablar de la muerte de Goliat. Y de David, porque aunque el conductor se salva, su montura ha de ser sacrificada. Es, probablemente, una de las secuencias más impresionantes de la historia del cine, porque se lanzó un camión de gran tonelaje contra un pequeño coche y realmente ambos se despeñaron sobre un gran acantilado.
Al otro lado del abismo, Spielberg dispuso siete cámaras para captar el instante crucial. Solo necesitó una de ellas. “Hay que darle un enorme mérito al operador. Rodó toda la escena siguiendo al camión. Hay un momento en que todo queda cubierto por el penacho de polvo y crees que la escena ha acabado. Pero de pronto el tanque de combustible vuelve a surgir de la nube. Es maravilloso”.
Lo es. Tanto, que Spielberg se hizo un homenaje a sí mismo, al operador y al camión cuando filmó la muerte del tiburón en ‘Tiburón‘. La aleta que emerge de la nube de sangre, aparece en el mismo instante, con el mismo efecto de sonido de un leviatán rugiente y de la misma manera que el chasis del camión. La historia del cine que se lanza un guiño en su ojo más privilegiado. El cruce de miradas entre Spielberg y sus monstruos.
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La noticia
Cuando elegir un camión es la parte más importante de un casting: ‘El Diablo sobre ruedas’
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Motorpasión
por
Ángel Luis Sucasas
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