Hay inversores que llevan años comprando los derechos de bandas clásicas. Están descubriendo que no es tan buen negocio
Hace un par de años, los aficionados a la música pop más clásica y legendaria asistieron a un fenómeno que muy pocas veces antes se había visto: nombres míticos, casi intocables del pop y el rock de todas las épocas (pero sobre todo, de épocas pasadas) vendían los derechos de su catálogo al completo. Se inició una auténtica escalada de pujas y de cifras mareantes que hizo que canciones que antes parecían intocables ahora empezaran a aparecer en, por ejemplo, anuncios que unos años antes, en tiempos donde se presumía de principios mucho más estrictos, habrían espantado a los músicos.
Algunos de los precios más llamativos: Bob Dylan recibió 400 millones por su catálogo completo. Paul Simon, 250 millones. Neil Young, que hace unos años posaba como abanderado de la pureza musical cuando se enfrentó a Spotify, 150 millones. Stevie Nicks de Fleetwood Mac, 100 millones. Los rockeros Twisted Sister no revelaron la cantidad, pero su vocalista Dee Snider reconoció que fue “una gran cantidad de dinero”. Algo similar dijo Shakira de su venta.
Los efectos no tardaron en notarse. Y por supuesto, los más icónicos fueron primero (y como si fuera premeditado, anunciando productos especialmente humillantes para la recién esfumada integridad de los artistas): el clásico de Twisted Sister ‘We’re not gonna make it’ adornó el anuncio de una tarjeta de crédito; la canción de Dylan ‘Shelter from the Storm’, uno de Airbnb; y ‘Old Man’ de Neil Young, uno de la NFL.
El caso de Young es especialmente notorio por sus contradicciones: horas después de que Beck interpretara la versión para la NFL en 2022, Young respondía en Instagram con una captura del videoclip de su “This Note’s for You’, de letra especialmente adecuada para la situación: “Ain’t singing for Pepsi/Ain’t singing for Coke/I don’t sing for nobody/Makes me look like a joke”. Pero él había vendido los derechos de ‘Old Man’ (también los de ‘This Note’s For You’) y de más de otras mil canciones en 2021 a Hipgnosis.
Pensar solo en anuncios es pensar en pequeño en estos casos. La forma de explotar los derechos de las canciones va más allá de lo que se recibe por licenciarlas para anuncios o por recolectar las migajas de Spotify. Primary Wave, que fue la que adquirió los derechos de Steve Nicks, por ejemplo, ha producido un biopic de Whitney Houston y un show de Bob Marley en Las Vegas. Desdde un punto de vista artístico, proyectos quizás dudosos, pero indudablemente muy rentables.
Y ahora, a la inversa
Este fue solo el primer capítulo de esta “fiebre del oro” por la compra de canciones. Pero como advirtieron analistas como Ted Gioa, la cosa no parecía que fuera a durar mucho. Hipgnosis, entre otras, se había entregado a una carrera demencial por la compra de derechos, que no siempre tenía que funcionar: al fin y al cabo, cuanto más clásica la canción, menos tiempo tardaría en caer a los abismos del dominio público.
Porque esta política de comprar de forma febril los derechos de canciones a prueba de bombas, procedentes de artistas que más que clásicos son ya auténticas leyendas (también en lo que respecta al grueso de su actividad profesional, cada vez más escasa), tiene sus problemas. La industria musical se ha visto transformada primero por Spotify, luego por Tik Tok. No solo ha cambiado cómo consumimos la música, sino también la misma esencia de las propias canciones: su estructura, sus melodías, sus intenciones.
El mercado pareció detectarlo, y pronto las acciones empezaron a caer. A finales de 2023, las acciones de Hipgnosis valían un 40% menos que solo dos años antes, cuando empezó la tendencia. La situación era tan desesperada que Hipgnosis… comenzó a vender derechos de las canciones a su vez, y por un valor menor del que lo habían comprado, cayendo en una especie de mecánica piramidal que demostró que, para empezar, el precio de los catálogos había tenido un precio inicial algo inflado. Al menos, por una vez, los beneficiados fueron los artistas…
No es la única compañía que tuvo que adoptar medidas desesperadas: Round Hill Music tuvo que vender su catálogo de 150000 canciones a Concord, otra firma que empezó como un pequeño sello de jazz que creció en poco tiempo gracias a una serie de afortunadas decisiones. Round Hill Music, con 51 catálogos en su posesión, hacía declaraciones similares a las de Hipgnosis: habían pagado por los catálogos un precio mucho más elevado de lo que realmente valían.
Todo apunta a que quizás la compra de derechos no está resultando tan lucrativa como se creía, o quizás es otra cosa: hay un tope de artistas cuya obra es tan notoria que justifica estas inversiones, y ahora a empresas como Hipgnosis solo les queda comerciar con los derechos que ya han comprado para amortiguar las deudas que han contraído con fondos de inversión en un negocio que, de salida, ya tenía mucho de usura artística. Al final, hablamos de negocios en una zona de la industria en la que se ha reducido a cero el componente creativo. Estas cosas pasan con el dinero.
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Hay inversores que llevan años comprando los derechos de bandas clásicas. Están descubriendo que no es tan buen negocio
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Xataka
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John Tones
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