Cuando alguien le puso una hélice de avión a un vagón, creó un tren aeropropulsado y todo terminó en tragedia
La aviación y el ferrocarril son dos medios de transporte muy diferentes. Cada uno tiene sus propias fortalezas y debilidades que lo hacen más o menos adecuado a cada realidad. Requisitos de operación, costes, distancia, seguridad, comodidades, cantidad de pasajeros, etc. ¿Y si pudiéramos unir lo mejor de los dos mundos en un nuevo tipo de transporte comercial?
Esta idea no es completamente nueva. Uno de los primeros en experimentar con este concepto fue el ingeniero alemán Otto Steinitz, que en 1919 construyó el Dringos-Wagen en Grunewald, un distrito urbano situado dentro de Berlín. El vehículo tenía un hélice en cada extremo y, si bien podía alcanzar altas velocidades, no superaba los 60 km/h por seguridad.
El vehículo que inspiró a Valerian Abakovsky
El Dringos-Wagen no tuvo demasiado éxito. Si bien al principio llamó la atención del gobierno, e incluso se realizó un viaje de prueba exitoso en un trayecto de 40 kilómetros, la situación derivada de la Primera Guerra Mundial acabó por enterrar el proyecto. No obstante, Steinitz logró obtener la patente de “vehículo ferroviario impulsado por hélices”.
Un año más tarde, un joven de 24 años llamado Valerian Abakovsky, que había nacido en una Letonia bajo el mandato el Imperio ruso, se inspiró en el Dringos-Wagen para presentar su propio concepto de “aerovagón” ante el taller ferroviario de la ciudad de Tambov, a unos 460 kilómetros de Moscú, para ser aceptado como parte del mismo.
El aerovagón tuvo una sorprendente aceptación y Abakovsky fue incorporado como responsable del proyecto. A diferencia del Dringos-Wagen, la versión soviética era mucho más pequeña y tenía una apariencia menos robusta, pero esto respondía a los objetivos que debía cumplir el creador: transportar miembros del gobierno a alta velocidad.
Como podemos ver en las imágenes, la parte delantera del vagón de tren contaba con un motor de avión. Las hélices eran de madera y cada pala tenía casi tres metros de diámetro. Estas combinación parecía ser la ideal: las pruebas comenzaron en el verano de 1921 y el tren aeropropulsado de Abakovsky alcanzó los 140 km/h.
En julio de 1921, si bien todavía era un prototipo, se convirtió en un elemento estrella de una actividad con un grupo de delegados del Primer Congreso de la Profintern encabezado por Fedor Sergeev, un amigo de Joseph Stalin. El recorrido planeado consistía en partir de Moscú por la mañana para llegar hasta unas minas de carbón en Tula.
Al principio, todo resultó de acuerdo a lo esperado. El vagón, que tenía capacidad para 25 pasajeros, llevó velozmente a la delegación en el viaje de ida. Sin embargo, las cosas cambiaron drásticamente a la vuelta. Cuando el vehículo viajaba a unos 85 km/h, y a unos 100 kilómetros de Moscú, descarriló. El accidente se cobró la vida de siete de los 22 pasajeros a bordo.
Entre las víctimas se encontraban el propio Valerian Abakovsky, Fedor Sergeev y otras tres personas, entre ellos, delegados de Alemania, Inglaterra y Bulgaria. La investigación oficial determinó que el aerovagón descarriló producto de un bache en las vías del ferrocarril, y no por un defecto de diseño o algún otro problema en el vagón aeropropulsado.
Aquel accidente marcó el fin para el proyecto tal y como se había concebido originalmente. En la década de 1970, no obstante, los soviéticos intentaron revivir el concepto con un diseño mucho más sofisticado, con AI-25 instalados en el techo. El vehículo alcanzó los 250 km/h en las pruebas, pero nunca se convirtió en un medio de transporte real.
Imágenes: Wikimedia Commons | maryam assar
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Cuando alguien le puso una hélice de avión a un vagón, creó un tren aeropropulsado y todo terminó en tragedia
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Javier Marquez
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