El vino vive un crisis existencial en Francia. Así que en Burdeos quieren arrancar miles y miles de viñas
No corren buenos tiempos para los vinos de Burdeos, los populares caldos que salen de los viñedos de Gironda, al oeste de Francia. A pesar de que en 2022 la exportación de vinos y bebidas espirituosas alcanzó en el país un récord de 17.200 millones de euros, hay viticultores que quieren acabar con sus vides o diversificar el uso de las tierras y el propio Gobierno galo se ha comprometido a dedicar 200 millones de euros a destruir excedentes de vino. El problema no es exclusivo de las bodegas de Burdeos, pero su caso sí es paradigmático de los desafíos que afronta el hasta hace no tanto jugoso negocio de los viñedos galos, una “tormenta perfecta” que combina cambios en los hábitos de consumo, el mercado y el clima.
Ya hay quien advierte de que en el futuro veremos menos vides.
¿Qué dicen las cifras? Que el negocio del vino está cambiando en Francia. Sus cifras son desde luego elocuentes. Si bien los resultados del sector muestran que en 2022 el país alcanzó un récord en exportación de vinos y espirituosos, con un valor de 17.200 millones de euros y un alza interanual del 10,8%, hay quien cree que la cifra se explica por el aumento de precios. De hecho, el volumen de ventas cayó alrededor de un 3,8% lastrado por la helada y los problemas logísticos.
Su peso en el sector a nivel internacional sigue siendo clave, dominando el comercio junto con Italia y España, pero la Organización Internacional de la Viña y el Vino muestra que el año pasado su flujo de exportaciones se contrajo un 4,7%.
¿Hay más datos? Desde luego. Hay estadísticas que muestran que en 2022 las ventas de vinos tintos se contrajeron un 15% en los supermercados de Francia, un descenso bastante más pronunciado que el anotado por los blancos y rosados, que cayeron en torno a un 3 o 4%. En la misma línea apunta la plataforma Statista, que calcula que en Francia han pasado de registrar un consumo de 115,7 litros de vino “corriente” por persona y año en la década de los 60 a “solo” 17,2 en 2018.
Otros estudios calculan que a lo largo de la última década el consumo de tintos se desplomó un 32%, sobre todo entre los más jóvenes, consumidores de entre 18 y 35 años. La tendencia es algo diferente entre otras bebidas alcohólicas: si las cuentas del instituto OFDT muestran que la comercialización de vino cayó más de un tercio entre 2000 y 2020, la de cerveza experimentó un aumento de alrededor del 7%.
¿Y qué pasa con los productores? Pues hay un buen puñado decidido a abandonar el sector o tantear al menos nuevas opciones para sus tierras. Solo entre principios de julio y julio las autoridades francesas recibieron cientos de peticiones de indemnización de viticultores que quieren alejarse del sector.
“Lanzada el 5 de junio, la convocatoria de presolicitudes de ayuda para el arranque sanitario de viñedos en Gironda ya ha recibido 584, que representan casi 5.000 ha. De ellas, el 36% son de operadores que desean abandonar totalmente la agricultura y viticultura, y el 64% de operaciones que desean diversificarse”, aclaraba en julio la Prefectura de Gironda, cuna de los populares vinos de Burdeos.
¿A las puertas de un cambio? Así lo ven algunos expertos. “En los próximos cinco años, veremos menos vides en Burdeos”, explica Sylvie Courselle, ingeniera agrícola y enóloga de Château Thieuley, a la cadena CNBC, que recuerda cómo en otros nichos del sector la tendencia parece ser la opuesta: a lo largo de los últimos años el número de cerveceros parece haberse disparado en Francia, al pasar de 322 en 2009 a 2.500 en 2021, alza que ha ido a la par de una mayor venta de cerveza.
En Burdeos hay viticultores que insisten en la urgencia de arrancar parte de los viñedos para reducir la producción de uva y despejar terrenos para otros cultivos. Y manejan cifras rotundas. Calculan que haría falta deshacerse como mínimo de 15.000 hectáreas de viñedos, equivalentes a miles de campos de fútbol. Piden una compensación de 10.000 euros por ha. “Tememos que entre 100.000 y 150.000 puestos de trabajo estén amenazados en los próximos diez años”, advierte el presidente del Comité de Interprofesionales del Vino, Bernard Farges.
¿Qué dice el Gobierno? En el Elíseo no son ajenos al fenómeno y ya han movido ficha. Hace solo unos días el Gobierno francés anunció que reservará 200 millones de euros, buena parte de ellos procedentes de un fondo de Bruselas, para financiar la destrucción de los excedentes de la producción de vino. Con semejante inyección de fondos, precisa el ministro de Agricultura de Francia, Marc Fesneau, las autoridades aspiran a “evitar el colapso de los precios” y ayudar a que “los productores de vino puedan encontrar nuevamente fuentes de ingresos”.
El ministro reconocía en cualquier caso la necesidad de “mirar hacia el futuro, pensar en los cambios de los consumidores… y adaptarse”. El alcohol del vino destruido puede aprovecharse para otros sectores, más allá de la alimentación, como el de la limpieza o para la elaboración de perfumes y desinfectantes. Hace solo un par de meses el Gobierno había anunciado también 57 millones de euros para financiar el arranque de 9.500 hectáreas de viñedo en la región de Burdeos y hay otras estrategias con fondos públicos —precisa France 24— para animar a los viticultores a dedicarse a otras producciones agrícolas, como la aceituna.
¿Hay más causas? Sí. La situación que afrontan los viticultores no se explica únicamente por un descenso de la demanda. Hace no mucho el conglomerado de medios RTL realizó una encuesta para aclarar el “pinchazo” en el consumo de vino y entre las causas que identificó hay un buen puñado de carácter social y cultural, tendencias que llevan a que la gente descorche menos botellas al sentarse a la mesa o llegar del trabajo: una disminución en el consumo de carne rojas, el hecho de que menos familias se reúnan para cenar juntas y un incremento de hogares monoparentales, compuestos por adultos reacios a beber solos.
No son los únicos factores. Se apunta también a la buena marcha del mercado de las bebidas sin alcohol, cambios de hábitos que parecen penalizar especialmente a los tintos, el propio incremento de los costes de vida, las secuelas del COVID-19 o directamente —lamenta Farges— el efecto de la “estigmatización” del vino.
¿Influye el cambio climático? No es el único factor, pero hay quien está convencido de que entra también en la ecuación. “Puede acelerarlo”, reconoce Courselle a la cadena CNBC tras recordar que a lo largo de los últimos años las bodegas galas han tenido que vérselas con granizadas, heladas y sequías que han impactado de forma directa sobre sus cosechas de vino. En el sur de Francia han padecido por ejemplo los efectos de la escasez de agua, que a las puertas de este verano ya obligaba por ejemplo al departamento de Gard a aplicar restricciones.
“En el pasado hubo sequías importantes, pero ahora nos damos cuenta de que las temperaturas son cada vez más elevadas, de que esto ocurre cada vez con mayor frecuencia”, se lamentaba el alcalde de Montclus, una comuna de Occitania.
¿Y cómo influye? Hay estudios incluso que concluyen que las alteraciones del clima afectan a los sabores del vino, incluidos los caldos elaborados con la uva Cabernet que suele emplearse en Burdeos. No todos viven los cambios de la misma forma, claro. En latitudes situadas más al norte el panorama es distinto.
“Estamos contentos. Hasta ahora para los vinos alemanes las ventajas de las temperaturas más elevadas son mayores que los aspectos negativos del clima extremo”, reconoce Ernst Büscher, del Instituto Alemán del Vino. En su país la producción creció cerca de un 6% el ejercicio pasado y en Reino Unido tanto la comercialización como las hectáreas dedicadas a viñedos se han disparado.
Imagen de portada: Vindemia Winery (Unsplash)
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El vino vive un crisis existencial en Francia. Así que en Burdeos quieren arrancar miles y miles de viñas
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Xataka
por
Carlos Prego
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