Los científicos han tardado 300 años en “cazar” este tsunami y ahora recalculan sus predicciones: el valor de un buen registro histórico
“Quien olvida su historia está condenado a repetirla”, decía el poeta y filósofo Jorge Ruiz de Santayana. Aunque seguramente al pensarla tuviese en mente las grandes revoluciones y guerras que azotaron medio mundo entre los siglos XVIII y XX, la máxima, que subraya lo mucho que nos jugamos en tener bien presente el pasado, es aplicable a todos los campos. Ocurre en la política, ocurre en el día a día más cotidiano y ocurre, igualmente, en la ciencia.
Los sismólogos acaban de comprobarlo de hecho de una forma bastante curiosa en Chile: de la noche a la mañana han identificado un tsunami que sacudió la costa del país en 1737 y del que no tenían constancia previa, lo que les ha obligado a rehacer sus cálculos de predicción. Más allá de su impacto local, el hallazgo es un ejemplo bárbaro de lo mucho que se juegan los expertos en disponer de unos buenos y completos registros históricos y cotejarlos con fuentes externas.
Un secreto oculto entre los sedimentos
El caso lo publicó hace unos días la revista Nature. Los científicos sabían ya que en 1737 Chile había sufrido un terremoto, pero hasta ahora se creía que su impacto no había ido más allá, a diferencia, por ejemplo, de otro de magnitud 9,5 registrado en 1960 y que desencadenó un terrible tsunami que azotó las costas de Chile, Japón, Filipinas, Nueva Zelanda y Hawai.
Algo similar —sismos seguidos de olas gigantescas— habría ocurrido, según los registros escritos, en el entorno de Valdivia en 1575 y 1837. No así durante el terremoto registrado en el siglo XVIII (1737). ¿La razón? Los investigadores creían que en aquella ocasión los temblores los había generado una ruptura profunda entre placas tectónicas debajo de la tierra, no bajo el mar.
A la luz de los nuevos hallazgos, se equivocaban de lleno. Al analizar sedimentos y algas unicelulares localizadas en Chaihuín, una población costera enclavada en la desembocadura del río que lleva el mismo nombre, se encontraron algas unicelulares que revelan que la zona estuvo anegada por un tsunami en el XVIII. En total identificaron tres capas: la primera y más reciente coincide con el seísmo de 1960 y la más antigua se asocia con la del temblor de 1575; pero en medio se toparon con otra que los investigadores relacionan directamente con el terremoto de 1737.
Si bien hubo otros movimientos de tierras que azotaron la zona durante el período en el que se formó esa capa intermedia, el de 1737 fue el más cercano a la marisma en la que se tomaron las muestras. Durante el análisis quedaron descartados también otras opciones, como tormentas o inundaciones. Dado que no se han encontrado depósitos parecidos en otros puntos de la costa, los investigadores creen, eso sí, que su impacto fue menos devastador que el del tsunami de 1960.
Más allá del interés histórico del descubrimiento o de su utilidad para escribir un nuevo capítulo en los libros de historia chilena, ¿qué implica que los sismólogos hayan desenmascarado el tsunami del siglo XVIII? Los científicos son claros: el dato es clave para refinar las predicciones. “La evaluación del peligro de tsunami se basa en registros históricos de inundaciones a lo largo de líneas costeras particulares y la frecuencia de los tsunamis pasados se utiliza para predecir el riesgo futuro potencial”, señala Emma Hocking, de la Universidad de Northumbria, en Science Alert.
Un nuevo dato, nuevos cálculos
Con la nueva información sobre la mesa, los científicos se han visto obligados de hecho revisar sus estimaciones. Hasta ahora los cálculos tenían en cuenta sucesos como los de 1575, 1837 y 1960; no el de 1737. Conclusión: su frecuencia puede ser mayor de lo que creían y reducirse, de media, a 130 años. “La implicación de esto es que se produjeron tsunamis con más frecuencia de lo que se pensaba previamente”, incide Hocking en declaraciones recogidas por EFE.
“Con la adición del tsunami de 1737 junto con los eventos previamente conocidos de 1960, 1837 y 1575, el intervalo histórico de recurrencia de los tsunamis generados en cualquier parte del segmento de Valdivia de la zona de subducción chilena se reduce a 130 años. Esto es válido incluso si la inundación inferida del tsunami no está asociada con el terremoto de 1737, sino con otro terremoto de edad similar que no figura en el catálogo histórico”, detalla el estudio publicado en Nature, en el que se recuerda que el intervalo que se había propuesto inicialmente para rupturas como la de 1960 con la información disponible hasta ahora era de entorno a 270 y 280 años.
Hocking incide en la importancia de manejar de buenas crónicas —las conocidas hablaban de un terremoto en el sighlo XVIII, pero no mencionaban tsunami alguno—, pero también la necesidad de completarlas con otros datos, como los obtenidos con el trabajo de campo. “La evidencia geológica es esencial para verificar y suplementar los registros históricos a fin de obtener patrones robustos a largo plazo que informen de evaluaciones sísmicas y de tsunamis”, abunda la experta.
¿Qué falló en los archivos del XVIII? “La evaluación del riesgo de tsunamis suele basarse en los registros históricos de inundaciones a lo largo de determinadas costas y la frecuencia de los tsunamis del pasado se utiliza para predecir el riesgo potencial en el futuro. Sin embargo, estos registros son a veces incompletos porque los informes sobre tsunamis pueden verse muy afectados por los disturbios sociales u otras crisis. En este caso, se cree que la falta de crónicas de un tsunami podría atribuirse a las revueltas que habían expulsado a los colones de la mayoría de puestos coloniales”, zanja. Queda, eso sí, la lección para los futuros estudios sobre tsunamis.
Imágenes: Yisris (Flickr)
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La noticia
Los científicos han tardado 300 años en “cazar” este tsunami y ahora recalculan sus predicciones: el valor de un buen registro histórico
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Xataka
por
Carlos Prego
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