Nueva Zelanda quiere preservar sus especies autóctonas. Tiene un plan para conseguirlo: un exterminio

Nueva Zelanda quiere preservar sus especies autóctonas. Tiene un plan para conseguirlo: un exterminio

Nueva Zelanda se separó de tierra firme hace 85 millones de años. Es decir, mucho antes de que los mamíferos conquistaran el mundo. Por eso, durante millones de años, ha sido un refugio seguro para aves de todo tipo que, protegidas por la escasez de depredadores terrestres, crearon un lugar único en el mundo.

El problema es que los mamíferos lo encontramos.

Y no solo nosotros, claro. Porque, con los humanos, siempre viajan un rosario de mamíferos (gatos, perros y, sobre todo, ratas) que, al encontrarse con ese festín de animales incapaces de protegerse, crecen, crecen y crecen sin parar hasta devorar todo lo que está en su radio de acción.

Eso es lo que está pasando en Nueva Zelanda con las ratas. Y es que, desde que llegaran de la mano de los exploradores polinesios en torno al siglo XIII, su voracidad ha acabado a casi un tercio de las especies nativas de la isla.

Momento de ponerse firme. Por eso, desde hace medio siglo, el problema de las ratas, los ratones (y otros depredadores más grandes) ha sido central en los esfuerzos conservacionistas del gobierno neozelandés. El problema es que, como llevamos miles de años teniendo que reconocer, las ratas son unos animales duros de roer.

Cómo erradicar a las ratas. Hasta el momento, el territorio más grande que ha conseguido erradicar a las ratas ha sido la isla de San Pedro, en el archipiélago de Georgia del Sur. Un trozo de tierra de 3.903 kilómetros cuadrados a 1300 kilómetros al este de las Malvinas. Y pese a eso (y a su durísima climatología), no estuvo fácil.

En 2011, el gobierno local utilizó helicópteros para ‘bombardear’ la isla con cebos envenenados. Y desde el suelo, emplearon perros adiestrados para rastrear el olor de los roedores, descubrir las colonias más recónditas y eliminarlas. Hablamos de “plan de erradicación más ambicioso y extenso jamás planteado” y tardó casi una década en tener éxito.

¿Se puede hacer lo mismo en Nueva Zelanda? Esa es la gran pregunta y la respuesta no está nada clara. Primero porque un sin fin de islas y territorios exóticos llevan décadas tratando de conseguir lo que han conseguido en Georgia del Sur. Sin éxito.

Y, segundo, porque donde la isla de San Pedro tiene 3.903 kilómetros cuadrados y 23 habitantes, Nueva Zelanda tiene 268.838 y 5 millones de seres humanos. Hablamos de un cambio de escala tan brutal que obliga a tomarse las cosas con calma.

Pero lo van a intentar. Y es que el asunto de las ratas se ha convertido en un tema central del debate nacional. Desde los años 60, los esfuerzos del Gobierno se han centrado en animales grandes como ciervos o cabras, explicaba en biólogo de la Universidad de Auckland, James Russell, en la BBC.

A partir del 2000, con la llegada de las cámaras infrarrojas, los investigadores “pudieron mostrar qué hacían los pequeños mamíferos por la noche”. Ver las imágenes de cómo las ratas atacaban y destrozaban todo tipo de nidos “resignificaba” la cifra de que las islas estaban perdiendo 26 millones de aves cada año.

2050: año libre de depredadores. En 2016, el parlamento neozelandés aprobó una ley que identificó los principales depredadores a erradicar: tres tipos de ratas, tres de mustélidos (armiños, comadrejas, hurones) y las zarigüeyas. La fecha elegida, 2050, se fijó más cómo un deseo que como una realidad. Pero con esos ingredientes, el proyecto estaba en marcha.

Y la población está respondiendo. En los últimos años, han ido surgiendo grupos ciudadanos que se dedican a instalar trampas, monitorizar comarcas y controlar poblaciones por todo el país. Predator Free 2050 Ltd es un organismo estatal creado para canalizar todo esto y canalizar dinero (público y privado) en estos proyectos.

Sin embargo, queda todo por hacer. Sobre todo, porque como decía James Lynch, el fundador de uno de los santuarios más interesantes del país, el problema (por muy buena voluntad que haya) “es que no tenemos herramientas para esto en este momento”. Los esfuerzos de los equipos pueden mantener a los depredadores a raya en muchas zonas del país. Especialmente en los lugares más vírgenes. Pero la lucha, con la tecnología de la que disponemos, es muy desigual.

Nadie sabe qué pasará en los próximos 27 años, pero sí que (mientras puedan) miles de neozelandeses seguirán luchando por proteger uno de los patrimonios biológicos más raros de la tierra.

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Imagen | Xataka con MidJourney


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Javier Jiménez

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