El fin del mundo puede esperar: por qué han dejado de gustarme las películas post-apocalípticas

El fin del mundo puede esperar: por qué han dejado de gustarme las películas post-apocalípticas

Lleva un tiempo siendo uno de los códigos más conocidos y explotados de la ciencia ficción. Su versatilidad y abstracción ha permitido que “el fin del mundo” se convierta en un tropo recurrente y que se ha transformado, infatigable, con el paso del tiempo. Y no es para menos: a todos nos fascina preguntarnos qué pasara cuando llegue el final de la civilización. Mi problema: preguntármelo ha dejado de divertirme.

Ya en los tiempos de los pioneros de la ciencia ficción los autores miraban al final de los tiempos y se preguntaba cuál sería la remota conclusión de nuestro planeta y nuestra especie. Pero incluso antes, en los primeros textos conocidos, ya existe cierta especulación al respecto: en la Epopeya de Gilgamesh, el texto más antiguo conocido, ya se habla de dioses muy cabreados que envían terribles inundaciones para castigar al hombre. Es inevitable pensar en la Biblia y el Diluvio Universal como una réplica de aquella historia sumeria que data del 2000-1500 AC.

Pero no es la única historia apocalíptica que tenemos en la Biblia, lo que garantiza la implementación en la memoria colectiva de según qué códigos: la destrucción de Sodoma y Gomorra (y las hijas de Lot creyendo que son los únicos humanos que quedan, lo que les lleva a acostarse con su padre para asegurar el destino de la especie) o el Libro de las Revelaciones, donde se originó el propio término “apocalipsis” (o “revelación de secretos”) y cuyas visiones del Juicio Final conocemos de sobra.

Ya en la literatura moderna, tras algunos precedentes muy notables, como el poema ‘Darkness’ de Lord Byron, ‘El último hombre’ de Mary Shelley o ‘After London’, de Richard Jefferies, llegan los primeros clásicos de la ciencia ficción, y con ellos, las primeras visiones de un futuro desolador. Muy significativa, por ejemplo, es ‘La máquina del tiempo‘ de Herbert George Wells y su futuro sin libros, con aterradores Morlocks habitando en las cuevas al resguardo de la luz del sol.

Los años cincuenta y la paranoia atómica llevó a configurar una nueva forma de ver estas ficciones apocalípticas, aunque no fue en ese momento, cuando el género estaba más preocupado de las invasiones alienígenas, que eclosionó el fin del mundo en el género, sino a posteriori. El cruce con otro género, el terror, y con un monstruo teóricamente ajeno a la ciencia ficción, los muertos vivientes, propició que las ficciones post-apocalípticas sufrieran un nuevo vuelco cuyo eco perdura hasta hoy.

Grupo De Morlocks

Los Morlocks, criaturas post-apocalípticas por excelencia.

El apocalipsis zombi

Apocalipsis no solo porque en las películas de muertos vivientes estemos contemplando el fin del mundo, sino por el vuelco que dio a finales de los setenta un monstruo que durante un tiempo estuvo francamente infrautilizado en el género (y a menudo servía como fantasía de poder colonial, como advertencia de los terribles poderes que los salvajes caribeños podían desencadenar sobre los bondadosos blancos colonizadores, un poco al estilo de lo que fue ‘La momia’ durante unas décadas, pero peor, porque ya se sabe, son negros).

Ya en ‘La noche de los muertos vivientes’, la primera película de la trilogía principal (luego prolongada) de George A. Romero sobre sus muertos se respiraba un ambiente apocalíptico, aunque no llegaba a corroborarse del todo. Pero sí se mencionaba un evento cósmico que, quizás, estaba haciendo resucitar a los cadáveres, y debido al bajo presupuesto de la película, los escenarios vacíos y oscuros daban un toque de desolación a la atmósfera que retrotraía a la principal inspiración de Romero, otro icono clave de las ficciones apocalípticas: la novela ‘Soy leyenda’ de Richard Matheson.

Sin embargo, el vuelco total lo dio su primera secuela: ‘Zombi’ plantea un apocalipsis en los que los humanos se organizan de forma espontánea en pequeños grupos para sobrevivir. Una idea tan poderosa que el comportamiento de los protagonistas del film se ha seguido repitiendo sin descanso desde entonces. Por no hablar del tópico de “ratos libres en el mall abandonado”. Romero seguiría haciendo crecer la mitología del mundo con otra convención explotadísima: científicos vs. militares en la tercera entrega, ‘El día de los muertos’, que se abría con unos planos de ciudad desolada y ocupada por muertos que ha sido literalmente calcada plano por plano decenas de veces.

La humanidad qué

En todas ellas tenemos un planteamiento apasionante: qué es de los humanos en una situación extrema. Los muertos vivientes son un problema de fondo, pero el auténtico problema es en qué nos convertimos cuando llega una situación de crisis. Es una aproximación tan versátil y universal que ha recibido múltiples enfoques, de la diversión y el desenfreno juvenil de ‘La noche del cometa‘ a la reflexión antropológica a trescientos por hora de ‘Mad Max: Furia en la carretera‘.

Hablábamos hace un tiempo de que lo realmente interesante de las historias apocalípticas no está en la causa, sino en el impacto que tiene en los humanos. ‘El día de los trífidos’ no es una historia sobre botánica agresiva y las películas sobre los muertos de Romero rara vez hablan de las circunstancias que rodean al insólito hecho de que los muertos resuciten (si lo hizo su spin-off apócrifo más notable, la saga ‘El regreso de los muertos vivientes’… y por eso no son películas post-apocalípticas, sino otra cosa también estupendísima).

Las películas post-apocalípticas hablan de la gente, de cómo cambian en situaciones extremas, de cómo conservamos un rastro de nuestra humanidad incluso en situaciones extremas, como sucedía en una de las mejores fantasías post-apocalípticas recientes, ‘Black Summer‘, donde la búsqueda de una hija perdida llevaba a una peligrosa aventura a la protagonista. O como decía el protagonista en el momento más icónico (aunque no precisamente el más sutil) de ‘The Walking Dead‘: “Nosotros somos los muertos”, haciendo referencia a la humanidad perdida con el fin de la sociedad tal y como se conocía.

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Quizás ese fue un punto de inflexión en el que me dejaron de interesar las historias de post-apocalipsis subsección zombis/infectados/pandemias con horribles mutaciones. Cuando gracias al éxito del cómic y, sobre todo, la serie de ‘The Walking Dead’, los tropos se masificaron de tal modo que hubo que dejar a un lado las parábolas, las metáforas y los mensajes incómodos: adiós, reflexiones pesimistas sobre la sustancia de lo humano. Hola, aventuras futuristas sobre cómo sobrevivir a un mundo en ruinas.

El mejor ejemplo reciente es ‘The Last of Us’, una serie en la que se puede celebrar su focalización en los personajes y sus relaciones, pero que cojea cuando se empeña en demostrar que con un esfuercito la sociedad puede recomponerse. No es cuestión de pesimismo (reconozco que tengo debilidad por las historias de desolación total como ‘Soy leyenda’ en la que, por definición, la especie está condenada al haberse reducido su número de miembros a uno): pero si nos ponemos estrictos, la definición misma de “apocalipsis” es que está todo como un solar.

Problema extra: esta reivindicación de las posibilidades de rehacer la sociedad viene a menudo disfrazada de fantasía de poder violenta, como reflexionaba Henrique Lage en Twitter, con lo que el “rehacer” la sociedad es también un rearmarse hasta los dientes y hacer trizas a todo lo que se menee y no sea humano. Un criterio que, cuestiones morales aparte, tiende al detallismo aburrido, un poco como un sandbox con misiones secundarias poco inspiradas -recorre diez millones de kilómetros para encontrar balas para la escopeta que acabas de encontrar- y se agota rápido.

Hay algo de traición al espíritu del género si usamos el fin del mundo para acabar mostrando cómo la gente se reorganiza para crear comunidades y refundar el capitalismo. ¿Los monstruos no han servido para nada… y encima tenemos que tragarnos un montón de diálogos funcionales sobre “Cómo funcionan las cosas”? Hace tiempo que el fin del mundo dejó de divertirme en la ficción, y fue quizás cuando saquear un mall perdió definitivamente todos los elementos de sátira anticonsumista.

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El fin del mundo puede esperar: por qué han dejado de gustarme las películas post-apocalípticas

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John Tones

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