Las colecciones de fósiles de grandes mamíferos tienen ‘sesgo de género’, y los paleontólogos tratan de comprender la razón

Las colecciones de fósiles de grandes mamíferos tienen 'sesgo de género', y los paleontólogos tratan de comprender la razón

Hace un tiempo, un equipo de paleontólogos de la Universidad de Adelaida (Australia) detectó una extraña tendencia en su colección de fósiles de bisontes tras llevar a cabo un estudio para conocer el sexo de cada ejemplar fosilizado: la mayoría de los ejemplares correspondían a animales macho.

Dicho estudio fue realizado bien a través del estudio de los huesos (cuando éstos se conservaban enteros y permitían apreciar el dimorfismo sexual), bien mediante análisis de ADN (en los pocos casos en que esto era viable), y demostró que la sobrerrepresentación masculina alcanzaba el 75% de los individuos.


Posteriormente, en 2017, investigadores del Museo Sueco de Historia Natural analizaron casi un centenar de fósiles de mamut de su colección y confirmaron que el mismo sesgo se reproducía en este caso: un 69% de machos. Su estudio no se centraba únicamente en este aspecto, sino que tenía un alcance más amplio, abordando la dinámica de las poblaciones de la especie, y se sorprendieron bastante al encontrar un desequilibrio tan claro.

Hubiera sido esperable si hubiera habido indicios de que dicha desproporción se daba desde el momento del nacimiento, siendo aún crías, pero no era así. De modo que pensaron en una explicación alternativa: los machos jóvenes eran mucho más propensos a viajar en solitario, lejos de rebaños que pudieran protegerlos, como aún ocurre con los actuales elefantes.

Y como ellos, estos jóvenes eran más temerarios e imprudentes, más proclives a ponerse en situaciones de peligro que terminaban con sus cuerpos atrapados en ciénagas, pozos de alquitrán o grietas en el hielo: lugares peligrosos pero que facilitaban su conservación por encima de la media de su especie.

Al publicar los suecos sus resultados, el equipo australiano se dio cuenta de que estaban ante algo grande, que su caso no era una mera aberración estadística, y decidieron ampliar su primer estudio analizando el resto de esqueletos de bisonte y añadiendo otra especie de megafauna mamífera de su colección: una clase de oso cavernario.

Algo no cuadra… y mientras sepamos qué, el sesgo sigue siendo un problema

El porcentaje de machos entre los bisontes volvió a ser de en torno al 75%, lo que no sólo confirmaba los resultados anteriores, sino que era coherentes con el estudio sueco, puesto que los actuales bisontes machos jóvenes muestran un comportamiento similar al de los elefantes. Sin embargo, el equilibrio machos/hembras entre los osos era muy similar… y eso resultaba mucho más extraño, porque los osos no viven en comunidad. Había que buscar, por tanto, una nueva explicación o, al menos, algún factor complementario.

Se señaló la opción de que los restos óseos de los machos, al ser más grandes y vistosos, pudieran haber atraído el interés de los humanos, que los habrían conservado con fines rituales o decorativos. Por otro lado, se detectó que entre los fósiles recogidos a mayor altitud, donde la comida escaseaba, los porcentajes por sexo tendían a equilibrarse.

Pero ni la primera explicación resultaba muy concluyente, ni estaba claro cómo interpretar este último dato, de modo que el siguiente paso fue ampliar el estudio a otras colecciones. Concretamente, a las de los mayores museos de historia natural del mundo: el de Nueva York, el de Londres, el Real de Ontario, y el Smithsonian de Washington. Se confirmó que el mismo sesgo se daba entre todas las clases de mamíferos, con las únicas excepciones de los murciélagos, los perezosos y los osos hormigueros.

Y se planteó una duda: ¿podía ser que el sesgo no se diera en la conservación de los fósiles, sino en su recolección? ¿Que la preferencia por los huesos de los grandes machos que antes se había atribuido a nuestros antepasados cazadores fuera atribuible en realidad a los responsables de recolectar los fósiles durante los últimos 100 años?

Eso ya ocurre con los trofeos de caza contemporáneos (la cornamenta de un gran ciervo hace más atractivo su cráneo que el de su modesta contraparte femenina), de modo que se podría pensar que aplicaron un criterio similar. Pero, de nuevo, un callejón sin salida: el mismo sesgo se daba también en especies sin dimorfismo sexual.

Patrícia Pečnerová, líder del equipo de investigadores suecos, explica en Atlas Obscura que en este tipo de investigaciones, se da “un cierto nivel inevitable de especulación” porque los paleontólogos sólo tienen la opción de ir encajando pruebas en busca de la explicación más coherente: “No podemos salir al campo y observar cómo se comportan y viven las especies extintas”.

Mientras se sigue buscando una explicación, los responsables de los museos tienen un problema sobre la mesa: sus colecciones son las principales fuentes de datos sobre todo aquello que conocemos o podemos llega a conocer sobre la fauna prehistórica, y esa clase de sesgos (sobre todo, si no han sido advertidos durante décadas) pueden haber llevado a sacar conclusiones erróneas a los especialistas durante este tiempo.

Vía | Atlas Obscura

Imagen | Mauricio Antón

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Marcos Merino

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